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La pasión de leer

170303-la pasion de leer

«Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído» Jorge Luis Borges

Blai Silvestre

«Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que corre por la calle como si fuera a abrir las puertas de la aurora. O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma, le rodea y le deslíe suavemente en sus luces. Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de mí, pero de mí se cuidan (aunque me ignoren). Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi aventura, viviendo en el mundo. Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida, paridora de muchas vidas, y manos cansadas. Escribo para el enamorado; para el que pasó con angustia en sus ojos; para el que le oyó; para el que, al pasar, no miró; para el que finalmente calló cuando preguntó y no le oyeron. Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin oírme, está mi palabra»

Vicente Aleixandre: En un vasto dominio. Alianza, 1962

La aventura de leer es como una magia, un misterio, es una apelación directa a nuestra propia identidad. Somos los que leemos al tiempo que leemos lo que somos. La lectura es un elemento de transformación y convulsión. Cambia de manera radical nuestra existencia. Y no para hacernos más ricos. Ni más afortunados. Ni siquiera mejores. Sí para acercarnos a las grandes preguntas de la vida. A aquéllas que sólo se pueden responder con nuevas preguntas. Seguramente es una de las vías hacia la felicidad. Estamos afirmando la lectura no como simple instrucción, sino como esencial educación.

En el mundo de la lectura una de las más sorprendentes se la debo a Jorge Ordaz, Las confesiones de un bibliófago, Calpe Narrativa, 1989. De madre apasionada por la lectura durante los meses  embarazo del protagonista, apoyaba los libros que leía en su vientre creciente, produciéndole, seguramente, en confesión del hijo, un afán destructivo de los mismos en los primeros años de vida, hasta que las circunstancias de la vida lo llevaron a Londres donde se enroló en una sociedad de `bibliófagos´, donde el protagonista de las confesiones adquirió una erudición acerca del mundo de los libros, sobre los que acierta a proyectar cada uno de los sentidos humanos incluido el del gusto. Estas confesiones seducen al lector haciéndole partícipe de una sorprendente inclinación: menús de libros que se degustan.

En la Brújula del mes pasado sobre la palabra finalizábamos: “cuando leo, no leo algo, llego a ser alguien”. Mismamente. Léanse estas confesiones.

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