Por Israel David Velásquez, s.j
En febrero de 1996 Juan Pablo II hizo referencia a su primera visita a Nicaragua ocurrida en 1983, tildándola de “Una gran noche oscura”: alegoría que sin duda sigue vigente y que describe de manera concreta la situación que vive actualmente el país centroamericano bajo el Gobierno de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. En 1983 gobernaba la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional coordinada por el mismo hombre que gobierna hoy, es decir, Daniel Ortega. Sin embargo, hoy aquel hombre se ha vuelto más radical en su forma de gobernar.
Probablemente Juan Pablo II en 1996 cuando hacía la alegoría de “la gran noche oscura”, no contaba con que Ortega volvería al poder y con su vuelta, “la noche” volvería a “oscurecer” el escenario político, social y económico del país. En el año 2007 Ortega tomó posesión de la Presidencia de la República por segunda vez, y cabe mencionar que durante aquella campaña electoral había mantenido un discurso de “reconciliación” y de “arrepentimiento” por los errores cometidos por el Frente Sandinista, no obstante, ese discurso a medida que fueron pasando los años y Ortega se iba afianzando en el poder fue desapareciendo, mientras aparecía el verdadero rostro de un gobierno que se ha caracterizado por “la persecución”. En la actualidad es la Iglesia, antes habían sido estudiantes y líderes opositores los perseguidos: para muestra los nombres de Lesther Alemán, monseñor Rolando Álvarez o los precandidatos a la presidencia que fueron arrestados en el año 2021.
Más allá de la persona de Ortega, lo que sucede en Nicaragua puede ser un espejo para cualquier otro país que atraviese una crisis institucional, siendo además un claro ejemplo de que la política y la toma de decisiones sin discernimiento y sin diálogo puede generar más caos de los que motivaron a tomar una determinada decisión: porque “una tarde” con un pueblo cansado y agotado por tanto trabajar sin ver su recompensa, puede convertirse en “una noche fría y oscura” con un pueblo desmoralizado, silenciado y además sin medios para trabajar.
En este mismo sentido, así como la noche es antecedida por la tarde, es también cierto que Ortega no llegó al poder por arte de magia, por el contrario, fue una figura que supo emerger en un primer momento desde el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), supo presentar su nombre, su propuesta y sus ideas en un escenario de descontento tras los gobiernos de la dinastía de la familia Somoza, incluida la dictadura de Anastasio Somoza Debayle, cuyo gobierno además de las deficientes políticas públicas, no dudó en responder con la fuerza armada ante el descontento de la población. En ese contexto, fue emergiendo y cobrando fuerzas el FSLN y entre ellos la figura de un tal Daniel Ortega que logró llegar a la presidencia para los años 1985-1990.
En un segundo momento, luego de perder las elecciones de 1990 ante Violeta Barrios de Chamorro, Ortega inteligentemente comenzó a tratar de separarse de su imagen de “líder guerrillero”, por lo que además de las presiones sociales promovidas por él, como líder opositor durante los gobiernos de Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, Ortega emprendió una campaña como ya se ha mencionado con un discurso de paz y de reconciliación, lo que le permitió no desaparecer del escenario político nicaragüense. Por lo cual, las tres derrotas electorales (1990, 1996 y 2001) no le impidieron seguir haciendo el camino para volver a ganar la presidencia en el año 2006.
Es curioso que, en esa campaña electoral previa a su segundo gobierno, Daniel Ortega supo ganar simpatizantes, incluyendo personas que en algún momento lo adversaron, por ejemplo, Monseñor Bismarck Carballo. De alguna u otra manera, la reconciliación de Ortega con estos personajes del medio público, le permitieron al actual presidente limpiar un poco su imagen ante la opinión pública. Sin contar, que al igual que en el año 1985 Nicaragua vivía una crisis institucional que generó desconfianza e incertidumbre ante las elecciones del año 2006, a lo que se le sumaba que el partido político de Daniel Ortega era el más consolidado y organizado para el momento, incluso tenía representación activa de funcionarios dentro del órgano electoral. Todo lo mencionado anteriormente, sirvió de abono para que Ortega llegara a la presidencia nuevamente y comenzara la noche oscura para la política nicaragüense: un tiempo de persecución, una libertad política limitada, un Gobierno autoritario y con ello una democracia amenazada.
Lo que ha sucedido en Nicaragua pareciera ser un “caso curioso”, porque tanto en el primero como en el segundo gobierno de Daniel Ortega más que un fervor ante los ideales sandinistas pareciera que ha pesado más el desgaste y el descontento popular ante los diferentes gobiernos y sus políticas públicas: bien sea con la dinastía de la familia Somoza o con los gobiernos de Alemán y Bolaños. De aquí que Ortega y el FSLN se convirtieron en una alternativa a la crisis política y económica de Nicaragua y ello implicó que, con tal de cambiar de gobierno, se omitieran algunos elementos de la Revolución Sandinista que ya en 1980 advertían el presente que vive el país centroamericano. Si algo se debe reconocer es que Ortega no fue una contingencia que tomó por sorpresa a Nicaragua, por el contrario, fueron las decisiones que se tomaron o se dejaron de tomar a nivel del Estado las que le abrieron las puertas a la grave crisis que viven hoy los nicaragüenses.
No es casualidad, que algo en la revolución sandinista parecía no terminar de convencer, y por ello encontramos ejemplos de un pueblo que buscaba luces ante el momento histórico que vivía. Un ejemplo, fue la pregunta que le realizaron a un sacerdote durante un seminario en la época del apogeo de la Revolución Sandinista en 1985: “¿Cómo discernir lo que dentro de esta revolución es verdaderamente inspirado por el espíritu de lo que puede ser sólo parte de una doctrina?”. A lo que el sacerdote respondió:
…un proceso revolucionario, es primariamente eso: un proceso. El peligro que tenemos, no solo los cristianos sino en general todos los hombres, es de no ver el bosque por fijarnos en algunos árboles. El error es parte del compromiso revolucionario.
Lamentablemente, y utilizando el ejemplo del bosque, no se observaron los árboles que anunciaban tempestad y el resto de la historia ya la conocemos, una historia donde incluso algunos que levantaron la mano a Ortega y que fueron junto al líder guerrillero “parteros” de aquella revolución, hoy son perseguidos o murieron decepcionados por lo que una vez apoyaron. Es el caso de Ernesto Cardenal, por nombrar alguno. En definitiva, lo que hoy sucede en Nicaragua es un proceso político con historia, que se venía gestando desde que apareció el Frente Sandinista de Liberación Nacional como alternativa a la dictadura de Somoza.
El caso de Nicaragua, ilustra las palabras de José Ortega y Gasset en su libro El tema de nuestro tiempo, donde plantea lo siguiente: “imagínese un momento…durante el cual las grandes metas que ayer daban una clara arquitectura a nuestro paisaje han perdido su brillo…sin que todavía hayan alcanzado completa evidencia y vigor suficiente las que van a sustituirlas”. Siguiendo las palabras de Ortega y Gasset, desde la realidad nicaragüense puede afirmarse que la Revolución Sandinista no fue lo que esperaban los nicaragüenses, sin embargo, en un escenario político desarticulado, parecía que la propuesta sandinista brillaba más que otras opciones. Al final, unos se dieron cuenta primero que otros, que el brillo no era realmente brillo. Un programa político como lo fue el del FSLN, que utilizó como verbos: castigar, privar, aniquilar, ya nos indicaba que la convivencia y el diálogo, no serían parte del proyecto sandinista. Y aun así el pueblo nicaragüense confió.
Y ese ejercicio de confianza que se ha convertido en una “noche oscura”, es uno de tantos malos ejemplos que nos da la política en relación a la toma de decisiones. Es decir, las decisiones políticas no pueden ser puramente pasión y tampoco netamente razón, el ciudadano debe encontrar un sano equilibrio que le permita discernir: ver, escuchar y analizar todos los escenarios posibles. En Nicaragua, ciertamente, era urgente terminar con la dictadura de Somoza y luego con la inestabilidad propia de los gobiernos de Alemán y Bolaños, sin embargo, no era Ortega la mejor opción y por ello con Ortega la tarde se hizo noche, cuando en realidad lo que buscaba el pueblo de Nicaragua era un nuevo amanecer.
Notas:
Instituto Histórico Centroamericano. Fe Cristiana y Revolución Sandinista en Nicaragua. (Nicaragua, Instituto Histórico Centroamericano, 1980) 73.
José Ortega y Gasset. El tema de nuestro tiempo. (España, Revista de Occidente, S.A., 1976) 90.
Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Programa histórico del FSLN. (Nicaragua, 1969) Disponible en: https://cedema.org/digital_items/3400