Por Bernardo Guinand Ayala
“La maldad no necesita razones, le basta con un pretexto” Johann Wolfgang von Goethe
El mayor inconveniente en ser educado en valores, en tener la bondad, el bien común, la solidaridad como premisas obvias de nuestras vidas, es que nos cuesta mucho asimilar que la maldad – en su máxima expresión – realmente existe e incluso sea el motor que alimenta la vida de algunos otros.
No es sencillo aceptar que esa maldad, generalmente concentrada en un grupo minúsculo de la sociedad, triunfe sobre el bien. Pero basta dar un rápido repaso a la historia de la humanidad y constatar como unos pocos movidos por la maldad, pero con evidente apetito de poder, pueden someter a millones. Quizás no sea por siempre, pero si puede ser mucho más largo que lo deseable.
Me atrevería a decir, que parte del tiempo que hemos tardado en dar un vuelco a la aterradora situación política, económica y social que zarandea a Venezuela se debe a que no pudimos imaginar un grado de maldad tan aberrante, como la presente en quienes hoy, aún nos gobiernan.
Cada día tratamos de explicar bajo nuestra lógica, los enormes errores que comete el régimen en materia económica, estratégica, social; sin caer en cuenta que la lógica de quienes gobiernan nada tiene que ver con nuestros valores o nuestra siempre insistente idea de velar por el bien común. Este régimen no gobierna para la prosperidad, ellos quieren pobres porque les interesa tener pobres. Esa única y contundente razón, la debatimos una y otra vez bajo nuestra óptica porque nos cuesta creer un nivel de maldad que sea capaz, ex-profeso, de generar más pobreza en beneficio propio.
Y así volvemos insistentemente a llamarlos incompetentes, suponiendo que cada gobierno obviamente debe velar por el bienestar, cuando en realidad es a nosotros que nos cuesta creer que exista una lógica tan retorcida como para pretender mantenerse en el poder mientras más gente sufra o muera.
La maldad tiene como combustible – que así como el petróleo en Venezuela parece tener unas reservas inimaginables – al resentimiento, que de hecho es mucho más agudo cuando es aderezado por una sed de venganza que nunca se da por satisfecha. Solo nombrar esas palabras – resentimiento y venganza – y ya uno se empieza a dibujar a una serie de dirigentes que solo destilan eso en cada decisión, acción o palabra que sale de su boca. La maldad hecha personas, la maldad con poder que busca quebrar, humillar y someter.
Pero lo más duro de todo es que el resentimiento es una enfermedad crónica incurable. Yo diría además que es la enfermedad de la infelicidad. Nada de lo que haga un resentido, puede nunca saciar su sed de felicidad. A veces cree que la obtendrá teniendo más poder, pero puede llegar a la cúspide del poder y no sentirse nunca satisfecho. A veces buscará hacerse rico y ni todo el dinero del mundo le sacia. A veces querrá estatus o reconocimiento, pero de igual manera no le hace nunca feliz. Así que después de probar todas esas suposiciones, lo único que realmente le queda al resentido es ir contra aquellos, que aún con menos recursos, privilegios, poder o estatus, son realmente felices.
El resentimiento – y la maldad que de allí germina – pasa entonces a tener un único propósito como motor de vida: tratar de hacer infelices también a los demás. Nada desespera más a un resentido que ver que aquellos con menos poder, con menos recursos, con aparentes pocos incentivos siquiera para vivir, puedan ostentar un nivel de bienestar y de felicidad que nunca ellos obtendrán. Y así, el espiral de maldad será cada vez más intenso, exacerbando una venganza contra el mundo que jamás será resuelta y que, mientras más poder tenga, será capaz de cometer actos más viles y crueles.
Ahora bien, como faro esperanzador, es bueno concluir que si la maldad existe es porque definitivamente el bien también. Si la oscuridad existe, también la luz. Si los demonios que alientan ese resentimiento o cuantas creencias extrañas que profesan aquellos movidos por la maldad están presentes, es porque sin duda alguna también existe un Dios. Un Dios bueno que nos da libertad para actuar y responsabilizarnos por nuestros actos y omisiones, pero a quien podemos apelar en momentos de desesperanza y tinieblas. A eso me aferro, en eso creo. Y si bien estos años me ha quedado claro que la maldad existe, no ha quebrado jamás mi deseo de seguir actuando por el bien común.
20 de octubre de 2018