Por Héctor Escandell Marcano.
Porque en este país cualquier viernes es Santo. Porque en cada pueblo hay un cristiano cargando una cruz, una agonía. Por pobre, por subversivo. La mala hora, desde hace tiempo, es cualquier hora.
La cruz que se reservaba a los revoltosos, hoy sigue siendo el destino de los que levantan la voz en contra del autoritarismo. Como en aquella época, contra el imperio romano. Hoy, en cualquier esquina se consuma una injusticia. Bajo presunción de tortura. Sí, como aquel hombre, al que le clavaron las manos y los pies, y también lo coronaron con espinas. Por decisión política. Igual que ahora.
Las injusticias de esta vida encuentran su mayor símbolo en este día. El Viernes de la mala hora. El día en que Jesús murió por nosotros, sin resistirse. Aunque era humano. En cada paso, cargando la cruz, ante cada mirada indiferente. Como ahora, cuando la parturienta va al hospital y la sacan porque no hay camas. O como el migrante, que deja el cuero en el asfalto, también cargando su cruz de pobre. También como los indígenas, que son despojados de sus tierras por la codicia de quien se quiere llevar el oro. Otra cruz. Otro clavo. Otra espina.
A pesar de la mala hora, el Viernes también nos regala la mirada de compasión de la madre, la que no abandona a su hijo. Como ahora, que gritan y se quejan para que sus chamitos puedan hacerse la quimioterapia. Ellas también cargan su cruz. Por pobres. Por libres. Por no bajar la cabeza y aceptar la maldad.
En este viernes de la mala hora, Señor Jesús. Te contemplo ahí, titirando de dolor. Aceptando tú destino. Cuestionando-me, preguntando-me, ¿qué podemos hacer para que tu muerte no sea en vano?, ¿cuál será nuestro destino?
¡Qué sigamos siendo instrumento de paz, de justicia, de reconciliación, de servicio