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La lucha contra la xenofobia, la demagogia y el populismo

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Ante la crisis de Occidente en Fratelli Tutti (FT) el papa Francisco nos invita a dejar de lado muchas de las concepciones modernas de poder y competencia global para pensar con el corazón de la Iglesia

La economía americana está logrando un soft landing, esto es, llevar la inflación a su objetivo de 2 % sin generar altas tasas de desempleo; la expansión de la fuerza laboral que ha propiciado la inmigración ha reducido los costos laborales ayudando a alcanzar este objetivo. Paradójicamente, buena parte del electorado estadounidense piensa que los migrantes son los responsables de casi todos los males que enfrentan, incluida la desaparición de algunas mascotas.

             No cabe duda que la migración es uno de los retos que enfrenta el mundo de hoy. En su encíclica Fratelli Tutti, el papa Francisco señala que cuando tenemos ´sociedades cerradas´ las migraciones pueden además exacerbar los nacionalismos, la xenofobia, la demagogia y el populismo. 

             En Estados Unidos y Europa los discursos antiinmigración, subida de aranceles, embargos y proteccionismo llenan los diarios y las agendas políticas. El mundo parece querer avanzar hacia el cierre de fronteras, en una pretendida y falsa esperanza de cosechar frutos abundantes de tan mezquina actitud. 

             El mundo globalizado con una libre circulación de bienes, servicios y personas regulada por una gobernanza supranacional es un ideal que parece ser parte de un pasado remoto. El mundo interconectado por el comercio, en una existencia pacífica entre los pueblos como lo soñaron Mark Twain, Albert Einstein, Wilhem Ropke o Leon Tolstoy parece hoy un ideal inalcanzable.

             Las sociedades desarrolladas enfrentan desafíos inmensos relativos al invierno demográfico, el envejecimiento de la población, la falta de hijos, la caída de la productividad, que hacen urgente el reemplazo de la población y el incremento de la innovación. Algo que la migración puede ayudar a resolver. 

             Europa enfrenta un desafío existencial, estancada desde hace veinticinco años, todas las medidas que hasta ahora ha tomado se están mostrando inefectivas, así lo está recogiendo el reciente informe The future of european competitiveness elaborado por el expresidente del Banco Central Europeo y exprimer ministro italiano Mario Draghi. 

             Seamos objetivos, lo que llamamos Occidente se encuentra en el declive relativo. Sus economías envejecen, sus productos no son los de menor coste, y se encuentra con dificultades para competir con China. Frente a la amenaza a su supremacía, y la vulnerabilidad que las nuevas circunstancias avizoran, encontramos como respuesta discursos cerrados al mundo, negando la visión liberal en la que se ha basado su fortaleza. El mundo desarrollado se ha llenado de demagogos con una miope visión de corto plazo que incendian sus países con discursos falaces.

             Ante el desafío al que se enfrentan las democracias liberales se requiere, en primer lugar, una idea adecuada a las nuevas circunstancias: el mayor grado de multipolaridad y competencia a nivel regional implica abandonar el statu quo y repensarse nuevamente. La solución para estos problemas no es solo técnica, requiere una idea del hombre y del mundo que se eleva al plano filosófico y, por supuesto, teológico. En definitiva, atañe a la pregunta de qué es el hombre y cuál es el sentido de existencia en este mundo. 

             Desde esta perspectiva, cobra importancia la necesidad de visitar una vez más la Doctrina Social de la Iglesia buscando respuestas. El mundo, especialmente occidental, necesita encontrarse con las raíces que lo hicieron próspero y libre, esto implica volver al Evangelio para encontrar nuevas respuestas a los nuevos desafíos de hoy. 

La lucha contra la xenofobia, la demagogia y el populismo

             Una guía para adentrarse en estos temas la he encontrado en Fratelli Tutti (FT) del papa Francisco. Enraizada en el Evangelio nos invita a dejar de lado muchas de las concepciones modernas de poder y competencia global para pensar con el corazón de la Iglesia. 

             El mundo, y especialmente Occidente, necesita ´abrirse al mundo´ (FT, 12). No podemos dejar que las fronteras se cierren y los mercados se llenen de barreras. Existe una mentalidad neomercantilista que piensa en el comercio como un juego suma cero, si uno gana el otro pierde, olvidando que toda transacción voluntaria es beneficiosa para las partes, de lo contrario esta no se llevará a término. Ninguna política ha ayudado a salir de la pobreza a tantos miles de millones en los últimos años como el comercio internacional, negar esa realidad sería cerrar la posibilidad al progreso en el Sur Global. 

             Cerrarse al mundo podría ser una política que ayude a un país durante un periodo de tiempo determinado, pero nuca sería una solución para el mundo tomado en su conjunto; no hay actividad tan humana como comerciar, y nada ha sido tanta garantía de paz como el comercio que une a los pueblos, tal como han sostenido Aristóteles, Montesquieu o Voltaire. 

             A este mundo que se llama global le hace falta ‘proyecto para todos‘ y no solo para algunos. Un proyecto para toda la humanidad. Encontrar un proyecto común encuentra serias dificultades cuando el discurso político está lleno de la polarización, cuando se les niega a los hombres el derecho a opinar o existir  y se acude a la estrategia de ridiculizarlos, o sospechar de ellos (FT, 15).

             Ese mundo que se cierra y que teme lo distinto, donde reaparece ‘el racismo’, debería ya entender que ‘nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos´ (FT, 72). Eso requiere un esfuerzo de todos, Sur Global, Norte rico, cristianos, musulmanes, judíos. La política debe volver a ser el escenario de las grandes discusiones, no de los demagogos que en las redes sociales llenan de fake news y simplificaciones las pantallas del primer desprevenido. 

             En un mundo de la posverdad, el marketing y las luces, la humanidad luce más frágil que nunca, y los populismos de derecha y de izquierda encuentran en la decadencia relativa de Occidente un chivo expiatorio a quien acusar: los migrantes. No se logra ver que detrás de cada persona que emigra hay una historia de ‘guerras, persecuciones, catástrofes naturales’ (FT, 37) como las que he visto en Venezuela en los últimos años. 

             Los populismos y la xenofobia abogan por fronteras cerradas, que no es lo mismo que fronteras controladas. Por fronteras cerradas me refiero a que son inaccesibles para las mayorías, inaccesibles para acceder de manera regular, con la consecuencia secular de la aparición de traficantes sin escrúpulos, a menudo vinculados con cárteles de la droga y de las armas, que explotan la situación de debilidad del migrante (FT, 38).

             La crisis migratoria reclama una reflexión detenida y cristiana, el Papá es enfático: “Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de las hondas convicciones de la propia fe” (FT, 39). Una doble vida entre lo que piensa cuando reza, y una muy distinta, y opuesta cuando vota. 

             El mundo de hoy es un mundo de extraños, hombres solitarios, incapaces de un proyecto compartido, donde las reglas sean estables e iguales para todos. Donde la lógica del poder ceda a lógica del derecho internacional. Donde no separemos el mundo entre buenos y malos, sino entre hermanos de un proyecto común. 

             Es muy fácil recibir en los países ricos únicamente a ´los científicos o a los inversores ´ (FT, 139). Lo retador es pensar en cómo afrontar las crisis humanitarias de hoy. El papa enumera algunas recomendaciones para enfrentar la crisis migratoria:

  • incrementar y simplificar la concesión de visados,
  • adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, 
  • abrir corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables, 
  • ofrecer un alojamiento adecuado y decoroso, 
  • garantizar la seguridad personal y el acceso a los servicios básicos, 
  • asegurar una adecuada asistencia consular, 
  • el derecho a tener siempre consigo los documentos personales de identidad, 
  • un acceso equitativo a la justicia, 
  • la posibilidad de abrir cuentas bancarias y la garantía de lo básico para la subsistencia vital, 
  • darles libertad de movimiento y la posibilidad de trabajar,
  • proteger a los menores de edad y asegurarles el acceso regular a la educación,
  • prever programas de custodia temporal o de acogida, 
  • garantizar la libertad religiosa, promover su inserción social, favorecer la reagrupación familiar y preparar a las comunidades locales para los procesos integrativos (FT,130).

             El desafío parece gigantesco, por ello debemos plantearlo como un compromiso compartido que involucre a todos. No dejemos de recordar que ´podamos reconocer a Cristo en cada ser humano, para verlo crucificado en las angustias de los abandonados y olvidados de este mundo (FT, Oración al Creador).

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