Por Jesús María Aguirre s.j
Solamente el que no haya leído la Biblia o recitado los salmos, se puede sorprender de que la ira de Dios bendice al pueblo elegido y aplasta a los enemigos, o que los macabeos muertos en combate ascendían al empíreo. De modo similar las oraciones sagradas de otras religiones, llamadas paganas, aplican el mismo patrón, incluso desde este lado del continente, trátese de mayas, aztecas o incas.
La noticia, por tanto, de que el Patriarca de Moscú, Kirill, justificó el alistamiento de jóvenes y su muerte en batalla como un sacrificio, no debiera extrañar tanto, aunque algunos consideran que el papa Francisco no es suficientemente belicoso desde el frente contrario.
Tal vez, por eso, Beltran Russell, desconfiaba de todas las religiones, cuando en su ensayo “¿Por qué no soy cristiano?”, al revisar las guerras llamadas de religión, argumentaba que las creencias religiosas fomentaban la división y la confrontación entre los pueblos.
Personalmente no comparto esa opinión del premio Nobel, porque en la mayor parte de los casos históricos, como demostró Karem Armstrong en Campos de Sangre, la causa de esos conflictos no radica en las diferencias doctrinales, sino en las confrontaciones territoriales, étnicas o políticas, que, obviamente se revisten del halo religiosos, como motivador simbólico de las causas:
…para movilizar a la gente, para embarcar a los soldados jóvenes en terribles expediciones como ocurrió en las Cruzadas o en las guerras religiosas europeas en los siglos XVI y XVII, necesitas un cierto idealismo, y Dios ha sido usado frecuentemente con esos fines1.
Puede ser que el Patriarca Kirill con sus atuendos ortodoxos nos parezca un personaje medievalesco con ideas extraídas de pergaminos del pasado en algún monasterio eslavo, pero no está de más refrescar nuestra memoria histórica. Sin ir tan lejos en los repliegues de la musa CLIO al comienzo de la guerra civil española la Carta Episcopal Colectiva, que llamaba a la Cruzada el 1 de julio de 1937, dejó claro que la guerra era entre “espíritus antagónicos” para defender la legitimidad teológica de la rebelión2.
Pero, tratándose de defender, ya no solamente un país sino a la civilización occidental y cristiana nos encontramos con el Cardenal Spellman en la guerra de Vietnam. Justificó la intervención militar en apoyo del que sería el único presidente católico del Vietnam del Sur, que al fin fue asesinado, mientras las tropas americanas, derrotadas por Hochiming, huían en desbandada entre bendiciones como “soldados de Cristo”.
El personaje más atípico de esta historia en marcha es el papa Francisco, quien, con su Secretario de Estado, Pietro Parolín, sigue, como voz que clama en el desierto, condenando la guerra, provocada por Moscú, deslegitimando los nacionalismos revestidos de sacralidad, y buscando oportuna e inoportunamente las vías diplomáticas para la paz. ¡Señores, nos dicen desde el Vaticano, la época de la guardia suiza y de las excomuniones ya pasaron!
Notas:
- El Mundo: Karen Armstrong: “En Europa, el culto nacionalista ha suplantado a la religión”. 19 octubre 2017. Disponible en línea.
- BURLEIGHM, M. (2007). Causas sagradas. Religión y política en Europa. Editorial Taurus, Madrid, p. 175.