Resulta común escuchar en diferentes ámbitos, sobre todo los eclesiales y educativos, que se han perdido los valores. En esta reflexión presentaremos una perspectiva distinta. En los últimos años ha operado una “transvaloración de los valores e ideales”, siguiendo el análisis de Nietzsche en el primer tratado de su obra Genealogía de la Moral (2005)
Nietzsche y la transvaloración de los valores e ideales
La transvaloración de los valores e ideales, según el filósofo, consiste en una “inversión de los conceptos” impulsada por un grupo con predominio político. En concreto, se trata de resignificar los contenidos de la moral y ética en las mentalidades de las personas. Es decir, el grupo de poder desarrolla toda una estrategia para cambiar el significado de los valores e ideales fundamentales en la sociedad del momento. Aquellos valores e ideales que estructuran imaginarios y prácticas sociales de las personas y grupos. “Los más altos ideales, los más nobles” diría Nietzsche (2005), que funcionan como nodos semánticos de interconexión de otros más complementarios.
Ese grupo creador de cultura, movido por el resentimiento, invierte los significados para que la persona comprenda, dialogue, juzgue y actúe en la vida cotidiana de tal forma que mantenga y defienda los intereses del grupo de poder. Esto es lo que Zizek (2008) denuncia como violencia simbólica; “violencia” porque se trata imponer lenguajes y significados con fines meramente particulares.
La inversión la lidera un “taller ideológico”, el cual se encarga de la producción y difusión de discursos, símbolos, prácticas, ritos y acciones públicas protagonizados por personas y subgrupos significativos que siembran nuevas representaciones sociales en las mentalidades de las personas (Nietzsche, 2005).
Para Nietzsche (2005) las personas con mentalidades acríticas que incorporan la “inversión de valores” se cristalizan en ciudadanos con “sangre envenenada”, que “miran de reojo”, fragmentados en sí mismos, que viven en función de lo externo y ajenos a sí (enajenados). En consecuencia, su vida transcurre en reaccionar a estímulos, mas no en actuar; es decir, consumen significados, pero se hacen incapaces de crearlos, en efecto, se produce un “empequeñecimiento transitorio” de lo humano.
La transvaloración de los valores en acto
En lo que sigue, hablaremos, fundamentalmente, de la acción simbólica y material de instituciones y grupos de poder para “socializar las mentalidades”, y no tanto de lo sedimentado en el imaginario de la mayoría de los ciudadanos de a pie.
La transvaloración de valores e ideales se ha dado gracias a diversas mediaciones, según la posición del grupo político: a) por medio de la institucionalidad, de sus recursos legales, programas públicos e iniciativas privadas; b) a través de actos comunicativos de figuras significativas para la opinión pública, y c) medios de comunicación que difunden ideas y prácticas, también por redes sociales.
La interacción de esa diversidad de mediaciones construye una nueva red de significados sobre valores e ideales ciudadanos. Aquí nos gustaría referirnos a la inversión que ha operado en torno a la democracia, justicia, libertad, verdad y productividad, que algunos están declarados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (ver artículos 2 y 299).
Que la democracia sea la antipolítica
Mediante leyes habilitantes y continuos decretos de estado de excepción se invierte, jurídicamente, el valor de la vida pública; lo excepcional pasa a ser normal y viceversa. Esto convierte al poder ejecutivo en el hacedor de leyes, decretos, reglamentos, vaciando a otros poderes, que quedan a merced de aquél, significando a la democracia. Esta ya no se caracteriza por la participación del pueblo, sino que refiere a la participación del poder ejecutivo, mientras los demás poderes pierden su independencia y autonomía.
El taller ideológico justifica semánticamente esa excepción, describiéndola como ámbito de pugna, lucha y, últimamente, de guerra. Con esa construcción de contexto conflictivo se legitima la autoridad, racionalidad y dinámica militar en el sistema democrático, que son los expertos en el arte de la guerra. Se produce una fusión cívica-militar.
Pero, en el atributo cívico-militar, lo cívico queda subsumido y resignificado por lo militar. Lo cívico consiste en ser y actuar bélicamente. En tal sentido, en esta democracia los ciudadanos auténticos son soldados.
En la guerra, para la mayoría de las personas, vivir consiste en sobrevivir con lo mínimo, haciéndose dependiente y obediente a los más fuertes (instituciones y grupos de poder) para superar la vulnerabilidad y también se crean subgrupos de protección y defensa.
Se trata de una democracia basada en dependencias, no en autonomías ni en libertades. También, en ella impera la violencia de todo tipo, que son los acontecimientos que legitiman la ficción bélica. En la comunidad acontece la fragmentación social y política y la cotidianidad se transforma en el ejercicio ciudadano para sobrevivir y resolver el “aquí y ahora”.
Así el grupo instituyente promueve la antipolítica como forma de participación ciudadana, basándose en que la sociedad está dividida en grupos diversos que pugnan por poder. Los ciudadanos cuentan con poca autonomía y libertad para expresar sus posturas y con cada vez menos ánimo, tiempo y capacidad para dialogar, negociar y acordar un proyecto común y las acciones ciudadanas consecuentes del mismo.
En este estado de cosas, la libertad consiste en la dependencia. Para tener libertad de acción hay que estar subordinado a los mandatos del grupo político de turno. Se cede a los derechos y garantías de acción y expresión. Porque solo dentro de este cauce de discrecionalidad las personas tendrán posibilidad de moverse y libertad para expresarse, bajito o con su silencio.
Que las verdades sean mentiras
El taller ideológico diseña y publicita fantasías erigidas como verdad institucional, no por su correspondencia con datos y la calidad de vida de la gente, sino por la posición y autoridad del emisor. Este emisor es la verdad y el hacedor de verdades; en efecto, también es el juez que demarca lo verdadero y lo falso.
La verdad está en el emisor y la mentira en cualquier contenido que, aunque verificable e intersubjetivo, surge de cualquier otra fuente. Así opera que las fantasías son las grandes verdades, mientras que las mentiras son los datos cuantitativos (por ejemplo, resultados de investigaciones) y cualitativos (la calidad de vida de los ciudadanos) que las refutan.
La verdad consiste en mentiras para encantar al ciudadano y engancharlo afectivamente, enamorarlo con ficciones, promesas y abstracciones que ameritan actitudes religiosas de fe, esperanza y amor, que lo convierten en un ciudadano creyente (actitud religiosa); para que asuma cuentos institucionales acríticamente, imagine muchos otros y, finalmente, en su carácter de ciudadano absolutice el valor de lo relativo. De esta manera se configura como un soldado idolátrico.
Que la justicia sea la discrecionalidad
En el estado de cosas del cual hablamos, el proyecto del taller ideológico es lo absoluto, mientras que las personas concretas y sus afanes, incluyendo los súbditos del taller, son relativas y meras mediaciones para alcanzarlo.
Por lo tanto, se cambia el valor fundamental de la vida, establecido en los artículos 2 y 3 de la Constitución; la vida y el bienestar ciudadano son prescindibles y el derecho que los protege e impulsa reconfigurable discrecionalmente.
Como el proyecto se divorcia de la Constitución –porque no obedece a un pacto social, sino a una imposición de una minoría política–, entonces la fuente semántica de la justicia está en la discrecionalidad de figuras representativas, que son los dueños del plan. Estas figuras establecen el posicionamiento y perspectiva para constituir y juzgar lo legal y lo ilegal en el país.
Lo legal consiste en aquello que facilita y defiende realizar al proyecto. La justicia consiste en la inconstitucionalidad, produciéndose una resignificación de la misma y de sus instituciones, las cuales quedan al servicio del proyecto y de grupos e individuos de poder. En efecto, actos de justicia en esta democracia entrañan muchos visos de injusticia e ilegalidad.
Que la productividad sea la captación
En discursos institucionales, el grupo político promociona los nuevos valores de productividad y emprendimiento para lograr el desarrollo, mientras sus funcionarios y grupos significativos de poder los encarnan y ejemplifican en la vida comunitaria por medio de sus prácticas económicas.
Esas prácticas son las que realmente impactan la vida cotidiana de la colectividad, porque son lo primero que llega a la vista, oído y comprensión de los ciudadanos de a pie. Mientras la mayoría carece, ese pequeño grupo tiene recursos, así la carestía los convierte en figuras llamativas.
Ese pequeño grupo de aventajados muestra que las más exitosas prácticas han sido aquellas acciones que se conectan con instituciones, grupos y personas “donde hay recursos” para captarlos y redistribuirlos, y no como construcción de valor acumulable que se invierten. De esta manera el trabajo consiste en el “enchufe”, con deterioro del valor del estudio, esfuerzo, constancia, integridad y trabajo productivo.
Finalmente, todo lo supradicho no se sedimenta en la mayoría de las personas, en especial en jóvenes, porque fundamentalmente instituciones educativas, eclesiales, empresas famosas y ciudadanos significativos (intachables) contienen y deconstruyen la inversión de valores, a Dios gracias.
REFERENCIAS
AGAMBEN, G. (2007). Homo sacer: O poder soberano e a vida nua. Belo Horizonte: Editorial UFMG.
BERGER Y LUCKMANN. (1991). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: Amorrortu editores.
CASTORIADIS, C. (1997). El imaginario instituyente” en Zona erógena, No. 35: 1-7.
MOSCOVICI, S. (2008). Perspectives on minority influence. New York: Cambridge University Press
NIETZSCHE, F. (2005). La genealogía de la moral. Madrid: Alianza editorial.
ZIZEK, S. (2008). Violence: Six sidewalks reflections. New York: Picador.