La inmoral desigualdad
Hay una desigualdad que es inmoral y todos lo sabemos. No hace falta ser filósofo, ni gran teólogo, ni un beato, ni especialista en sociología o economía para darnos cuenta de cuándo estamos en presencia de esa inmoral desigualdad.
Las desigualdades escandalosas1, así las define el Catecismo de conformidad con la Gaudium et spes, son aquellas situaciones que, en abierta contradicción con el Evangelio, impiden a millones de hombres y mujeres alcanzar condiciones de vida más humanas y más justas, y que se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional.
Hoy en Venezuela la desigualdad es evidente y esto también todos lo sabemos. Y por supuesto que no nos estamos refiriendo a la desigualdad natural que bien acota y nos aclara Leon XIII:
Establézcase, por tanto, en primer lugar, que debe ser respetada la condición humana, que no se puede igualar en la sociedad civil lo alto con lo bajo. Los socialistas lo pretenden, es verdad, pero todo es vana tentativa contra la naturaleza de las cosas. Y hay por naturaleza entre los hombres muchas y grandes diferencias; no son iguales los talentos de todos, no la habilidad, ni la salud, ni lo son las fuerzas; y de la inevitable diferencia de estas cosas brota espontáneamente la diferencia de fortuna.2
Nos referimos es a aquellas situaciones que causan gran indignación, que nos abofetean y que nos van quebrando como sociedad. Es ejemplo de ello la angustiante desigualdad en el sistema de salud, que en los momentos más frágiles de la vida hace que los más vulnerables no tengan acceso a ella; la preocupante desigualdad en el sistema educativo, que no solo atrasa al país en términos comparativos ante el mundo, sino que deja sin formación sólida y sin capacidad de respuesta ética, ciudadana y profesional a las nuevas generaciones de venezolanos; la desigualdad social en las condiciones básicas que hacen vivir a miles (o tal vez millones) de compatriotas sin servicio permanente de electricidad, sin acceso al agua, sin gas, sin pensiones ni salarios suficientes, sin viviendas adecuadas…
Sin duda entre las causas principales de la escandalosa desigualdad se encuentra un sistema incapaz de generar riqueza y distribuirla. Mientras no existan y se respeten instituciones y reglas de juego claras que fomenten la inversión productiva, el trabajo bien remunerado, la estabilidad macroeconómica y servicios públicos eficientes, continuará creciendo la brecha entre los privilegiados y la inmensa mayoría que seguirá prisionera de lo que Churchill llamaba la distribución igualitaria de la miseria.
Cuando el rico epulón fue condenado al sufrimiento eterno, no fue por rico, ni por su vida lujosa, ni por sus banquetes, ni por sus camionetas último modelo con escolta…, sino por haberse olvidado de Lázaro, que yacía hambriento a la puerta de su casa.
Las diferencias están y lamentablemente estarán, pero de alguna manera pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de “talentos” particulares comuniquen sus beneficios a quienes más lo necesiten.
Nos dice el Catecismo que la fórmula cristiana para superar la desigualdad es la magnanimidad, la benevolencia y la comunicación con el otro. Y ciertamente esta no es solo la fórmula para evitar la inmoral desigualdad, sino que además es la única forma de hacernos un país digno. A esto estamos llamados hoy más que nunca los católicos en Venezuela, a dignificar nuestra condición humana.
Notas:
- Catecismo de la Iglesia católica. Número 1938.
- LEÓN XIII, Carta encíclica Rerum Novarum, sobre la situación de los obreros (15 de mayo de 1891).
DESCARGA PDF Revista SIC N° 843. enero – febrero 2023.