Por Simón García.
La dirección de la oposición se ha ido conformando en los últimos años mediante una lucha cainítica y a través de sucesivos fraccionamientos y hasta cambios de chaqueta. Esta competencia agresiva, frecuente ante derrotas sin padres, acumula cambios destructivos y hábitos típicos de la viveza criolla. En ella el éxito no se define por desarrollar una idea sino por un buen lance o un impacto noticioso.
Esta forma “caribe” de hacer política se encuentra en el oficialismo y en la oposición, lo cual es una de las características de la situación actual: la tendencia a compartir conductas que anulan las diferencias entre ambos y el déficit de pensamiento alternativo en la oposición. Otro síntoma “caribe” consiste en quitarle prioridad a la política para concentrarla en un aclamado mesías. En el túnel de la democracia olvidada brilla la luz del líder único. A nombre de una comezón autoritaria se lo exime de rendición de cuentas y se establece que todo enfoque diferente al suyo está proscrito. A él se le aplaude lo que se criminaliza en las disidencias. Desde su figura se dispara una narrativa de seducción populista.
Hay que liberar a Juan Guaidó de esa forma de hacer política y del decorado épico de su papel. Los resultados de la política que dirigió durante 2019 deben ser analizados. La formulación de una estrategia que sustituya al fracaso del mantra debe abordarse en un debate sin dilaciones ni exclusiones.
Un debate que tome en cuenta que Guaidó es el símbolo de la Asamblea Nacional, que aún tiene el más alto respaldo interno y cuenta con el apoyo de las democracias del mundo, encabezadas por EEUU. Pero que no puede ser pasado por bola con una sonrisa sin triunfos internos y la fabricación de una cajita feliz para enfrentar el poder de un Estado que existe para imponer una revolución. Es decir, usando la violencia, desmantelando la democracia, destruyendo la economía capitalista y desconociendo la ley “burguesa”.
Guaidó está concluyendo una gira cuyo rotundo éxito no enfrió las papas que dejó al emprenderla: 1) Arbitrar una fórmula para recomponer institucionalmente a la Asamblea Nacional, 2) Lograr que sea el poder legislativo quien elija un nuevo CNE, 3) Acordar la aprobación de medidas que reduzcan calamidades de la población, en particular la distribución técnica de la ayuda humanitaria o la sanción de leyes como la que autoriza el endeudamiento con la CAF.
La batalla por una amplia, efectiva y unitaria participación electoral debe ocupar, en 2020, el centro de las acciones de la oposición. Una participación con objetivos electorales y extra electorales. Una participación para ganar y crear estímulos que activen en el bloque de poder a los sectores en desacuerdo con seguir bloqueando represivamente un retorno compartido a la democracia.
Guaidó tiene el deber de informar claramente si va a encabezar o no las acciones de valorización del voto y las luchas para realizar elecciones libres, con árbitro imparcial y observación internacional, incluidas las parlamentarias.
Los partidos deben hablar. Henrique Capriles dio su adelanto. El Secretario General de Acción Democrática, partido decisivo para marcar rumbo, parece preferir hablar con hechos. Los opositores en la MDN irán a las parlamentarias.
María Corina propondrá abstenerse. Al país le llegó su hora de la verdad.