La pujante Iglesia católica de ese país es también una rara excepción en el continente asiático: no nació por la acción misionera occidental, sino que fue importada por los propios coreanos. El factor jesuita
En el siglo XVII, estudiosos coreanos iban a formarse a Pekín. Allí tomaron contacto con la obra del jesuita Matteo Ricci (1552-1610), a quien el fundador de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola, había enviado a China.
Ricci vivió allí durante 30 años y la suya es una de las pocas figuras occidentales honradas por la elite comunista china.
Su beatificación está entre los planes de Francisco.
Ricci, por lo tanto, fue clave en el florecimiento del catolicismo en Corea, el país donde esa religión más crece en el mundo, con unos 100.000 bautismos anuales de adultos, es decir, conversiones.
Fue un grupo de literatos coreanos el que, de visita en China, tomó contacto con esa “filosofía” y con sus escritos, portadores de una sabiduría para ellos nueva: la Biblia.
Estos laicos introdujeron las Sagradas Escrituras en Corea y así nació una Iglesia católica que, aunque minoritaria, es una de las más pujantes no sólo de Asia sino del mundo entero.
Surgidos de familias aristocráticas coreanas, estos hombres se dedicaron ellos mismos a evangelizar, arriesgando la vida, y sin sacerdotes hasta la llegada de los primeros misioneros –de nacionalidad francesa- medio siglo más tarde.
De hecho, el primer sacerdote coreano, André Kim, fue decapitado a los 25 años. Canonizado, se convirtió en el Patrono de Corea.
Su santuario, a dos horas y media en auto de Seúl, es visitado por unos 100.000 peregrinos al año.
Kim, nacido en 1821, era hijo de grandes terratenientes. En un viaje a China, tomó contacto con el mensaje cristiano y entró a un seminario.
Fue ordenado en Shanghai en 1845, pero apenas regresó a Corea fue detenido y ejecutado. En 1925, fue beatificado por Pío XI y en 1984 canonizado por Juan Pablo II.
Tributo en vidas
Puede verse entonces que, como toda Iglesia naciente, también el catolicismo coreano pagó su tributo en mártires, a lo largo de varios años de persecución.
Desde el inicio de su pontificado, Jorge Bergoglio ha puesto en primer plano el recuerdo de los mártires cristianos; en ocasiones en referencia a las persecuciones de hoy –particularmente en Irak y Siria- que considera más numerosas que las de la antigüedad.
Los 124 mártires que beatificará en esta gira a Corea son católicos ejecutados durante sucesivas oleadas de represión religiosa entre los años 1791 y 1866.
En el sitio web de la Iglesia Católica Coreana, puede verse que cada uno de ellos tiene, además de su nombre coreano, el de pila bautismal: Susana, Pedro, Tadeo, Simón… También hay varios Franciscos, por supuesto.
La ceremonia de beatificación tendrá lugar en el sitio donde se erige el monumento a estos mártires de Seosomun (Puerta del oeste) donde sus nombres están grabados en bronce. Las esculturas del sitio simbolizan las torturas y la crucifixión de que fueron víctimas estos primeros católicos coreanos, por la violenta persecusión de un reino coreano que buscaba frenar la entrada de una religión extranjera, vista como amenaza a un poder que abrevaba su legitimidad en el confucianismo.
“Una vez condenados por una corte, después de haber sido torturados para obligarlos a la apostasía, los cristianos eran paseados y expuestos a la multitud desde la plaza Gwanghwamun hasta Seosomun, donde los esperaba su verdugo”, contó el padre Joseph Lee Joon-seong, encargado del mantenimiento del parque donde se emplaza el memorial.