Jn 6,22-29
Alfredo Infante sj
A Jesús lo sigue mucha gente. Él tiene la certeza de que para muchos tal seguimiento no es auténtico sino epidérmico e interesado. Conoce muy bien el corazón humano. Los milagros son signos del reino y como tales no se agotan en sí mismos, sino que remiten a una realidad mayor que es el reino de Dios.
En el Concilio Vaticano II una manera actualizada de explicar el reino es hablar de la fraternidad de los hijos e hijas de Dios. Los milagros de Jesús revelan una verdad fundamental: «somos hijos e hijas de Dios» y, por tanto, estamos llamados a movilizarnos y a trabajar por hacer de la humanidad una gran familia, no homogénea, sino plural y sin exclusión.
Éste es el horizonte del Padre Nuestro. Jesús proclama su mensaje universal del reino de Dios desde las periferias del mundo, desde el lugar de los excluidos, y desde allí habla a todos los corazones para movilizarnos hacia la fraternidad universal.
La tentación humana es quedarnos con la mirada puesta en el dedo y no ver el hermoso amanecer que el dedo está señalando. Eso pasaba con la lectura que muchos hacían de los milagros de Jesús; se quedaban con el milagro en sí (el dedo) y no contemplaban el amanecer, es decir, el reino de la vida que el milagro señalaba y hacia donde nos convoca a caminar el Señor.
Por eso Jesús, en esta escena juánica, después de la multiplicación de los panes, cuando la muchedumbre lo busca de manera desordenada, le confronta diciendo: «Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse». Aquí se pone de manifiesto un punto que denunciaron los profetas: una religión vacía de fe. Quedarse en el dedo es idolatría, vaciar de fe la religión.
En cambio, ver desde el dedo el paisaje es un acto de fe. Por eso Jesús insiste «no trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna». La religión sin fe sacia, la religión con fe moviliza. Y la fe es relación de confianza, por eso, Jesús concluye diciendo: «la obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado». Él es el sacramento del Padre, el dedo que revela la voluntad de Dios sobre la humanidad. En su corazón acontece la fraternidad de los hijos e hijas de Dios, en él se consuma la voluntad del Padre.
Hoy, desde las periferias de nuestro país, se están dando muchas señales de solidaridad a favor de la vida. Los enfermos crónicos (cáncer, renales, parkinson, cardiópatas, etc) se organizan para luchar por la vida; las madres se organizan en comedores y ollas comunitarias; las familias y vecinos con la solidaridad cotidiana sostienen la vida; el reino de la vida resiste, no busca sólo saciarse, busca un mundo donde la dignidad sea respetada y nos podamos reconocer como hermanos.
Oremos: Señor danos ojos para ver en las pequeñas conquistas el paisaje del reino de la vida y la dignidad.
“Sagrado corazón de Jesús, en vos confío”
Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega.
Caracas Venezuela.