Por Noel Álvarez*.
Las figuras de dictadura y dictador se originaron en la antigüedad romana. La dictadura era una magistratura extraordinaria ejercida temporalmente durante momentos críticos. El dictador, por su parte, era la autoridad suprema de la dictadura. Debía ser escogido por uno de los cónsules, según el ordenamiento del Senado, con el único fin de conjurar una situación peligrosa. Ejercía el poder durante 6 meses o hasta que la crisis era controlada. Nadie podía criticar, censurar o discutir las órdenes del dictador.
Actualmente, las dictaduras recaen en un poder total que no se somete a ningún tipo de limitaciones y tienen la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad. En los gobiernos dictatoriales no existe división de poderes, los medios de comunicación son censurados y perseguidos. Los procedimientos institucionales que conducen al relevo del poder, son manipulados a conveniencia de la casta gobernante.
Aunque los tiempos modernos apuntaban a la desaparición de estas aborrecibles formas de gobierno, las dictaduras han ido refinando sus métodos para prevalecer en el mundo contemporáneo, a través de distintas estrategias. Hecho que han logrado concretar, con mayor o menor éxito, en algunos casos. En la polimórfica fauna de regímenes políticos he podido identificar 5 tipos de dictaduras junto a sus más conspicuos representantes: los dictadores.
El autoritarismo es un régimen de gobierno que está integrado por una sola persona o élite política. Este tipo de gobierno restringe las libertades civiles e incluso sociales, de pensamiento y de reunión. Cualquier controversia con el poder es considerada como un acto de conspiración y traición. Se efectúan acusaciones sin ningún tipo de evidencia, eludiendo así cualquier tipo de justicia. Al parecer, aplican la vieja conseja que reza: la ausencia de evidencia, no es evidencia de ausencia. Curiosamente, los autoritarismos, a menudo, llegan al poder mediante elecciones democráticas pero, con el pasar del tiempo, la constitución del país es configurada para perpetuarse en el poder y legitimar sus tropelías.
El totalitarismo, a diferencia del autoritarismo, persigue el apoyo de las masas, la aceptación y legitimidad, aunque luego usa el poder para erradicar cualquier tipo de disidencia, a menudo con prácticas de terror. En este tipo de dictadura la ideología propia está bien elaborada y tiene un marco de actuación muy amplio dentro de la sociedad. Intenta controlar la cultura, la economía, los valores, las costumbres y la religión. El poder está concentrado igualmente en una sola persona esbozando un culto de idolatría hacia esa figura denominada líder. Este tipo de regímenes busca cambiar radicalmente la mentalidad de sus ciudadanos y para ello, reescribe la historia, elimina cualquier tipo de pensamiento distinto y crea una nueva identidad que le permite tener un control psicológico sobre ellos.
Las dictaduras militares son regímenes que se hicieron muy frecuentes durante el siglo XX, por los cambios profundos que se produjeron debido al período de descolonización de América Latina, Oriente Medio y África. En este tipo de dictadura, todo el poder reside en manos de lo que se denomina “la Junta Militar” y la comanda el jefe de las Fuerzas Armadas. Normalmente, las dictaduras militares acceden y se mantienen en el poder mediante el uso de la fuerza, con golpes de estado que han derrocado a otro tipo de sistema político anterior, ya haya sido este democrático, legítimo o autoritario.
La dictadura teocrática es un modelo relativamente nuevo, con tintes autocráticos, pero no exclusivamente, ya que existen gobiernos teocráticos que han llegado al poder mediante elecciones libres, como es el caso de Irán o el Sultanato de Omán. Sea de forma consentida o mediante imposición, los regímenes teocráticos se rigen por la divinidad, por una religión concreta, y legislan en función de ésta. La constitución pertinente suele reconocer a la religión como forma de administrar el Estado, tanto en lo político como en lo civil. Estos sistemas suelen tener un líder supremo religioso dentro del gobierno.
La Monarquía Tribal, este es un concepto poscolonial que se instauró por todo el golfo pérsico hasta el norte de África. Como en cualquier monarquía convencional, el poder lo controla un sólo rey que dicta las normas sociales y políticas, que suele ser de carácter religioso, al igual que en la Dictadura Teocrática. Este tipo de dictadura tiene sus respectivos líderes divinos y una rígida constitución. El poder lo detenta una familia que se perpetúa en el poder mediante la fuerza o el engaño, erigiéndose como rectores de la nación. La sociedad se encuentra férreamente controlada, la oposición es perseguida, castigada y reprimida con crueldad. Las ejecuciones en plazas públicas o espacios cívicos concurridos se realizan con total normalidad. El Reino de Arabia Saudí, Dubái, Qatar o Kuwait, son ejemplos de este tipo de gobierno. La Monarquía Tribal hace públicas sus prácticas atroces y este es una característica que la diferencia de los regímenes anteriores.
A finales de los sesenta el psicólogo Gustav Bychowski publicó un libro de referencia, Psicología de los dictadores, en el que describió los rasgos de personalidad de diferentes políticos autoritarios: ciertos factores psicológicos colectivos favorecen el ascenso de la dictadura. La obediencia y la sumisión ciegas a una autoridad auto designada son posibles, únicamente, cuando el pueblo se siente debilitado por su propio yo, renunciando a la crítica y a la independencia conquistadas previamente.
Continúa diciendo Bychowski que el debilitamiento del pueblo puede manifestarse bajo el influjo de la ansiedad, el temor y la inseguridad. En tales circunstancias, el yo colectivo, jaqueado por su sentimiento de impotencia, regresa a una etapa infantil y busca ansiosamente ayuda, apoyo y salvación. Así, el grupo confía en el dictador y lo venera, del mismo modo que el niño ingenuo confía en el padre, hasta llegar a conferirle poderes mágicos. En el pensamiento colectivo, el oscuro personaje encarna sus propios ideales y deseos: vengador de su resentimiento y realizador de su grandeza. El pueblo cree en las promesas del caudillo, pues le atribuyen omnisciencia y casi omnipotencia. El influjo del dictador sobre las masas recuerda el poder exhibido por un hipnotizador.
Otros estudiosos sostienen que, la mayoría de los dictadores, sufren de la patología conocida como Borderline. Lo que quiere decir, que se encuentran en la frontera entre neurosis y psicosis. Pueden funcionar de manera perfectamente racional, pero, en situaciones estresantes, sus límites y percepciones pueden ser distorsionados, impactando significativamente en sus acciones. Esto suele ocurrir cuando sufren una derrota, aunque también podría ocurrirles ante una victoria. La única opinión que reviste importancia para ellos, es la de su imagen en el espejo.
*Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE | [email protected]