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La desinformación como política de Estado

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Editoral Revista SIC | Marzo 2020 | N° 822.

La política comunicacional del Estado es desinformar, lo más y mejor posible a la población. Lograr que la gente realmente no sepa lo que ocurre a su alrededor. Que los ciudadanos sean como islas, hablando lenguajes diferentes, sobre realidades distintas. Este es uno de los mayores logros de la política comunicacional del Gobierno. Y su éxito no es producto de la casualidad. Como política, fue planificada y ejecutada según tiempos y contextos precisos, que les indicaron cómo y cuándo cerrar una radio, censurar a un periodista o terminar la concesión de una televisora pública.

Quizás todo comenzó en 2002, después de abril, o el mismísimo día del golpe, cuando se vieron perdidos y sin canales para enviar información a sus seguidores. Desde entonces, han trabajado disciplinadamente para ser los únicos en el espectro radioeléctrico. Que, en la mayoría de los estados del país, según el Instituto de Prensa y Sociedad (IPYS), ya no haya medios impresos independientes o emisoras de radio con una oferta informativa distinta a la del poder, salvo algunas excepciones, como Radio Fe y Alegría o Unión Radio, no es casual, es una política del Estado.

Obstrucción arterial, obstrucción comunicacional

Es como si el Estado hubiese cerrado las válvulas que le permiten al cuerpo, al país, circular la información, la sangre que llega al cerebro y oxigena. Es como si las venas estuvieran obstruidas por toneladas de grasa y nada es capaz de pasar por ellas. Pasa lo mismo con la comunicación. Se cortaron los canales, las vías de acceso y distribución. Se cortaron no, las cortaron, para decirlo mejor.

Por estos días no basta con generar información, es aún más importante hacerla circular. Hacer que llegue hasta los ciudadanos, para que puedan ejercer el derecho a estar informados. Para que puedan tomar decisiones sobre sus vidas. Para que sean capaces de discernir y hacerse una opinión lo más ajustada a la realidad posible. La desinformación es una de las herramientas más valiosas del poder, así como los militares. Los segundos sostienen por la fuerza de la represión a un gobierno ilegítimo, la primera desmoviliza a las masas, les impide saberse cuerpo. Les coarta la posibilidad de reconocerse en las aspiraciones colectivas de libertad.

Desconexión

Por más que suene a cantaleta, es necesario repetirlo hasta la saciedad. Venezuela es el país con el Internet más lento de América Latina. Es uno de los últimos en la lista universal de conectividad. Aunque parezca una información repetida, la mayoría de los venezolanos no lo sabe. No están conscientes de lo que eso significa para sus vidas, para su cotidianidad. No estar conectado a la red es perderse de la posibilidad de acceder a información veraz y oportuna.

Ante el cierre de los medios tradicionales, las redes sociales y los portales de noticias se han levantado para contar la historia de un país sumido en la precariedad. Los periodistas están ahí, los escritores no se han marchado. La letra sigue publicándose, aunque ya no en papel y tinta, aunque ya no escuches la voz ni veas sus caras en la televisión pública. El Internet es una vía expresa para conectar a la gente y visibilizar sus necesidades. Aunque se corra el riesgo de propagar basura informativa, la ciudadanía tendría más elementos para separar y seleccionar a su gusto y necesidad.

Decía Gabriel García Márquez: “El periodismo es una necesidad biológica”, quizás sí. Tal vez si lo entendemos como la necesidad que todos los seres humanos experimentamos, en tono de angustia, por querer saber qué está pasando a nuestro alrededor. Por eso el Gobierno lo controla casi todo; pero, definitivamente, no es capaz de controlar las ganas que la gente tiene de saber lo que ocurre, para tener una opinión, o simplemente para llevar la contraria.

Radio y televisión

Si usted prende la televisión pública a esta hora, es altamente probable que no encuentre programas informativos que interpelen la gestión del Gobierno. Es casi seguro que usted solo escuche consignas y denuncias a la intervención del imperio en los asuntos domésticos del país. También es probable que solo escuche música; es otra forma de silenciar.

Ante la imposibilidad de acceder a medios tradicionales y de alcance masivo, ¿cómo se puede informar la población? Además de los canales virtuales, a los que se accede vía internet, el “boca a boca” cobra fuerza. Según un estudio de consumo informativo, realizado por una encuestadora caraqueña en marzo de 2019, el 5,3 % de los ciudadanos asegura informarse por medio de amigos o familiares. Impera la premisa anterior del querer saber, y eso da señales de esperanza. Ese mismo estudio revela que la televisión se lleva el 58,2 %, ¿de qué se puede informar alguien mirando la televisión nacional? y la radio, apenas, el 7,0 %. Los medios digitales (páginas web, Twitter, Facebook, WhatsApp, Instagram) suman juntos 27,9 %. Este último dato también ofrece una alternativa para hacer circular las noticias de persona a persona, de celular a celular, de mensaje a mensaje.

¿Es posible diversificar la distribución de noticias en el país? La respuesta es sí. Absolutamente sí. Solo basta que usted, que está leyendo esta página hoy, se comprometa. Que se sume a la cruzada de contar lo que ocurre a su alrededor. Si usted es de los que tiene acceso a Internet, anote los datos, contraste, verifique, luego compártalos, cuéntele a sus hijos, a sus vecinos, a sus compañeros de trabajo. Haga como ese hombre o esa mujer que hace cincuenta años se leía el periódico y luego lo comentaba en una esquina del pueblo, con un café en la mano, con ganas de hacer opinión pública.

No es de ingenuos, es de persistentes

La hegemonía comunicacional es cuestionable, no es absoluta. Otra cosa que no ha logrado el poder es hacer que los demás crean sus historias, aunque sean casi los únicos en aparecer en pantalla. La gente duda, porque sabe que el cuento está a medio camino, que le faltan datos. El Gobierno podrá tener el control de los medios, pero la realidad lo supera. Solo basta con generar un debate entre dos o tres para que la veracidad se imponga. ¿Vive usted mejor que hace cuatro años?, ¿se siente más seguro cuando camina por la calle?, ¿puede comprar más comida?, ¿puede comprar los medicamentos que necesita? Es sencillo, solo basta responder estas preguntas y la realidad se impondrá a los discursos, las excusas y las consignas.

La desinformación en países carentes de libertades es fundamental para la sobrevivencia de los opresores. Pero también es en estos contextos que la creatividad sale a flote. Los panfletos en el pasado, los mensajes de WhatsApp en el presente, las canciones de protesta de antaño y el uso de técnicas y aplicaciones para burlar la censura digital son indicativos de que la lucha de los ciudadanos es inagotable a la hora de recuperar las libertades.

No hay que dar por hecho el acceso a la información. Más del 75 % de la población está total o parcialmente desinformada, apenas se preguntan en cuánto amaneció el dólar. En este sentido es de vital importancia no asumir que todos saben lo que usted descubrió, ahora más que nunca se debe asumir un rol ciudadano que promueva la necesidad de estar informado y de hacer que las informaciones circulen. Conviértase en el eslabón de la cadena que rompieron los que no quieren que usted sea libre, que decida y opine. Sin miedo.

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