José Luis Pinilla Martin
entreparentesis.- 2014: Un hombre ha aparecido medio muerto en el tejado de un comercio de Londres hace pocos días. Parece que era un emigrante caído desde un avión que venía de Sudáfrica (¡13.000 kilómetros!) y a punto de aterrizar en Heathrow. Se cree que viajaba escondido en el tren de aterrizaje. No es la primera vez que varios inmigrantes han tratado de huir de la misma manera. Ahí, (¿lo saben?) falta oxígeno y las temperaturas son bajo cero. De este hombre no sabemos su nombre.
Es decir, hace “tan solo” quince años. Un suceso parecido. En Bruselas. De estos sí sabemos su nombre y edad. Se llamaban Yaguine Koita de 14 años yFodé Tounkara de 15 años. Estudiantes de Guinea-Conakry. Murieron congelados en el tren de aterrizaje de un avión que les llevaba, clandestinos, al corazón de Europa. Aunque iban muy abrigados, no pudieron resistir las bajísimas temperaturas (entre 40 y 55 grados bajo cero). Fueron los autores de una carta de sencillez y clarividencia admirables, una auténtica bofetada a los intolerantes. Se la recogieron abriendo su mano apretada contra el corazón.
Éste es el texto íntegro: “Excelencias, Señores miembros y responsables de Europa. Tenemos el honorable placer y la gran confianza de escribirles esta carta para hablarles del objetivo de nuestro viaje y del sufrimiento que padecemos los niños y los jóvenes de África.
Pero, ante todo, les presentamos nuestros saludos más deliciosos, adorables y respetuosos con la vida. Con este fin, sean ustedes nuestro apoyo y nuestra ayuda. Son ustedes para nosotros, en África, las personas a las que hay que pedir socorro. Les suplicamos, por el amor de su continente, por el sentimiento que tienen ustedes hacia nuestro pueblo y, sobre todo, por la afinidad y el amor que tienen ustedes por sus hijos a los que aman para toda la vida. Además, por el amor y la timidez de su creador, Dios todopoderoso que les ha dado todas las buenas experiencias, riquezas y poderes para construir y organizar bien su continente para ser el más bello y admirable entre todos. Señores miembros y responsables de Europa, es a su solidaridad y a su bondad a las que gritamos por el socorro de África. Ayúdennos, sufrimos enormemente en África, tenemos problemas y carencias en el plano de los derechos del niño”.
Amable lector. Silencio por favor al terminar la carta… Si tienes alguna pausa en el día de hoy, vuélvela a leer. Quizás solo las letras en negrita. Y deja que el eco suave e ingenuo de estas letras te enerve, te acalore, te comprometa por la solidaridad y la justicia. Que llegue a tu conciencia la voz de un niño para que la acción coordinada, responsable y sin reservas de los Estados y la exigencia de información y acción política críticas sean la única solución a dichas problemáticas.
Pero, ¡ojo con hablar “sólo” de refugiados”! Queda bonito, pero es injusto para los que siguen buscando otros proyectos vitales sin ser refugiados. Porque muchos huyen –incluso en el tren de aterrizaje de un avión– no solo de la guerra. El domingo pasado, día 21 de junio, los jóvenes de la Comunidad de San Egidio en Madrid leyeron una carta hermosa de una emigrante keniata. No sólo se emigra por la guerra. Se emigra porque la pobreza es como la boca de un tiburón de dientes afilados.
La carta, medio poética, decía así: “Nadie deja su casa a menos que su casa sea la boca de un tiburón. Solo huyes a la frontera cuando ves que la gente en torno a ti hace lo mismo. Que tus vecinos corren más rápido que tú. Con el resuello ensangrentado en la garganta. Tienes que entender que nadie mete a sus hijos en un barco o en las alas de un avión a menos que sea más seguro que la tierra. Nadie quema las palmas de sus manos bajo los trenes colgado de vagones.
Nadie pasa días y noches en el estómago de un camino. Comiendo papel de periódico. A menos que las millas recorridas signifiquen algo más que un simple viaje. Nadie se arrastra bajo alambradas. Nadie quiere ser golpeado .Nadie escoge campos de refugiados. Ni que le registren desnudo hasta que el cuerpo duela. Ni la cárcel, aunque esta sea más segura que una ciudad en llamas. Nadie puede soportarlo. Ninguna piel puede soportar tanto.
Esto es ponerle nombre a los “nadies” de Eduardo Galeano. Y estas son sus razones:
“Quiero volver a casa. Pero mi casa es la boca de un tiburón. Y nadie abandonaría su casa. A menos que la propia casa te empuje hacia el mar. A menos que tu casa te diga “ponte en camino”. Apresúrate. Deja atrás la ropa. Arrástrate por el desierto. Atraviesa océanos, ahógate, sálvate. Pasa hambre, pide limosna, olvida el orgullo. Porque es más importante que sobrevivas”.
Se marchan de casa porque la alternativa es morir de hambre. Nuestros ministros hablan de “asilados–refugiados” o “inmigrantes económicos”, para insinuar que los primeros tienen derecho a un trato mejor que los segundos. Horrible y sibilina comparación. Lo que hacen es comparar a personas que sufren persecuciones con aquellas otras que residen en los lugares más empobrecidos de este planeta en los que el verbo adecuado no es “vivir”, sino “sobrevivir”. Y por lo tanto , les parece a nuestros sesudos ministros, que estos -los pobres, los nadies- tienen “menos” derecho a emigrar que los que huyen de la guerra.
Pero estos también caminan y mueren por los que dejaron atrás. Y, si fuera preciso, hasta ¡volarían! No huyen solo de la guerra. Son fugitivos de una vida imposible. A los que intentamos expulsar con la mentira de nuestras vallas. Las que ingenuamente queremos poner al mar. Mucho me temo que con sucesos como los que os cuento intentarán ponerlas tan altas, tan altas, que lleguen al cielo. ¡Patético!