Por Francisco J. Contreras M.
La democracia es un modelo de deliberación permanente sobre el cómo se participa y cómo se comparte aquello para lo cual a cada uno, por su propia cuenta, le sería imposible alcanzar sin afectar de manera crucial la vida de otro. Estamos ante una complejidad extrema normativa, es equivalente a decir que la solución es un asunto de poder y no de encuentro con la verdad.
La democracia está acorralada y podría ser la mayor víctima de la gobernanza “populista-iliberal”, el problema decisivo es el de la desconfianza como recurso estratégico del autoritarismo en esta variante.
La disrupción tecnológica ha facilitado por la vía mediática la descalificación de la esencia de la deliberación: ha socavado las bases de un lenguaje común para delinear la certeza de las cosas a través de la relativización de la verdad y el declive de la confianza entre todos y hacia todos. Es la esencia de eso que ahora denominamos como “posverdades”.
Otro aspecto relevante, es la “infoxicación” que sofoca la verdad en las redes y es la vía efectiva para acciones cuyo desenlace esperado por quienes detentan el poder es la perpetuidad y su eternización en el mismo. Es un proyecto que deja de lado a la democracia occidental, al ideal del ciudadano en términos de autonomía y al reconocimiento de que tenemos una vida compartida. Son los signos de un desbarajuste que puede conducir a un mundo con países cerrados en sí mismos, nacionalistas y autoritarios. Es el mundo de la “posfactualidad” donde cualquier evidencia sirve para validar lo que sea, así sea evidente su falsedad. Indaguen en los ataques a la persona en la actual campaña electoral de EEUU, cuáles son verdades, pienso que cada uno sabe cuándo se miente y cuándo no.
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