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La debacle venezolana desde la perspectiva del IDH

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Foto: Miguel Gutiérrez | EFE.

El Índice de Desarrollo Humano (IDH) permite revisitar la debacle de Venezuela desde varias dimensiones, como la caída económico-social o las relacionadas con los endebles argumentos que atribuyen el colapso a la crisis de precios petroleros o a las sanciones internacionales. El IDH resulta –en ese sentido– un relevante y útil referente para analizar las tendencias del anti-desarrollo venezolano en el siglo XXI.

Por Carlos Aponte Blank*

El pasado diciembre el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) difundió su Informe de Desarrollo Humano 20191 que incluye, entre otros importantes contenidos, las nuevas estimaciones del Índice de Desarrollo Humano (IDH) en el mundo. Este Índice es una medición que se actualiza regularmente, aunque sus registros tienen un retraso de un año con respecto al de su divulgación: por ello el reciente Informe 2019 aporta datos del IDH hasta el 2018.

El IDH ha sido objeto de múltiples y más que razonables debates sobre sus insuficiencias para caracterizar al desarrollo, pero parece continuar siendo hoy la más influyente alternativa para la representación cuantitativa de ese proceso socio-evolutivo en la escena internacional. Por su relevancia, y a pesar de sus limitaciones, conviene revisar algunas de las implicaciones que tiene dicho índice para analizar el anti-desarrollo humano que está sufriendo la Venezuela del siglo XXI. Sin embargo, antes de adentrarnos en el caso venezolano, hay que aclarar algunas de las características básicas del índice referido (Ver recuadro 1).

RECUADRO 1: CARACTERÍSTICAS DEL IDH

El IDH comenzó a producirse regularmente por parte del PNUD desde 1990 y uno de los motivos por los que se creó fue para generar una alternativa que intentara medir el desarrollo de las sociedades, más allá de algún(os) registro(s) macroeconómico(s) como el Producto Interno Bruto (PIB) o el Ingreso Nacional Bruto (INB) por habitante, indicadores que tradicionalmente habían predominado –en exclusiva– para esa valoración. Sobre todo, desde mediados del siglo XX, empezó a considerarse que no debía confundirse el desarrollo con el solo crecimiento económico, dimensión que sí podía ser “ilustrada” aproximativamente mediante aquel tipo de referente. Pero,  el desarrollo requería que –por lo menos– se combinaran esas apreciaciones con otras más directas y diversas sobre las condiciones sociales de vida de la población.

Finalmente, el IDH alcanzó una aceptación internacional significativa, mezclando “sintéticamente” las dimensiones económica y social para caracterizar al desarrollo. En sus tres décadas de existencia el índice ha sufrido unas frecuentemente polémicas modificaciones en los indicadores que lo componen, pero –en todo caso– actualmente prioriza los siguientes:

    • El Ingreso Nacional Bruto (INB) por habitante, como referente macro-económico.
    • La esperanza de vida al nacer, asociada especialmente con variables socio-demográficas y de salud y nutrición.
    • El promedio de años de estudio alcanzados por las personas de 25 años y los años de escolarización previstos para la población, referidos a variables socio-educativas.

En cuanto a su cálculo, el índice adquiere un valor máximo potencial de 1 (uno) que correspondería “idealmente” a una nación que alcanzara los topes estimados para todos y cada uno de los indicadores priorizados2. Sin embargo, siendo esa una situación ideal de muy improbable ocurrencia, lo que tiende a pasar es que el país con la mayor puntuación logre una aproximación importante a ese valor máximo: por ejemplo, Noruega, el país con mejor puntuación mundial para el IDH-2018, alcanzó 0,954. En contraste, Níger obtuvo 0,377 siendo la nación que registra la más baja puntuación entre las 189 naciones/zonas socio-económicas especiales que se consideran en el mundo para el cálculo de este Índice3.

En este último IDH-2018 se caracterizan cuatro grupos de países: de muy alto desarrollo, que reciben una puntuación de 0,800 o más; de alto desarrollo, 0,700-0,799; de mediano desarrollo, 0,550-0,699; y, de bajo desarrollo, 0,549 o menos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al revisar la debacle venezolana desde la perspectiva del IDH resalta su divergencia extrema con el balance planteado por Nicolás Maduro a inicios de 2020 ante el Encuentro Mundial Anti-imperialista en Caracas, cuando proclamó que Venezuela “[…] es la vanguardia del nuevo modelo que la humanidad va a construir para superar el capitalismo salvaje. ¡Aquí está la esperanza de la humanidad!”4

Venezuela en la perspectiva del IDH-2018

La caída en la clasificación mundial

Venezuela ocupa para el IDH 2018 el puesto 96 entre las 189 naciones/zonas que registra. Es decir, que está en una preocupante esfera media en ese índice en un mundo lleno de países con extraordinarias carencias tradicionales (como muchos de los africanos y asiáticos en particular) y cuando –en contraste–, particularmente entre los años 40 y 70, la nación venezolana parecía evidenciar muy especiales oportunidades de desarrollo en América Latina y en el mundo.

Independientemente de las debatibles designaciones y fronteras clasificatorias, como las que nombran y delimitan a los países como de alto o muy alto desarrollo, no deja de ser por demás preocupante la erosión comparativa que –como veremos– muestran los distintos valores de los indicadores del IDH en el caso venezolano, en especial desde el año 2013. Estos evidencian una involución extrema, es decir muy profunda y sostenida por varios años y sin atisbos claros de revertirse hasta ahora. Esta situación expresa nuestra emergencia humanitaria compleja adjetivo asociado con un drástico debilitamiento de la capacidad político-institucional para atender los problemas económicos y sociales de una nación.

Venezuela sufre un anti-desarrollo humano que es por demás rarísimo en los registros del IDH desde 1990 en el mundo, con la excepción de graves conmociones socio-históricas, como la desaparición de la Unión Soviética o de terribles guerras civiles como las de Libia, Yemen o Siria. Esas son las asociaciones que, lamentablemente, se pueden vincular con grados extremos de erosión clasificatoria como los que muestra Venezuela en el IDH.

Gráfico 1. Los seis países con mayor decrecimiento del IDH en el mundo: porcentaje anual de cambio en el valor del IDH entre 2010 y 2018. Fuente: PNUD (2019).

Apenas ocho países del mundo han disminuido en la puntuación del IDH entre 2010 y 2018 y, como puede verse en el Gráfico 1, los de mayor desgaste son los tres países árabes en guerra que antes mencionamos. Y luego, siguiendo a esos dramáticos casos bélicos, se sitúa la debacle venezolana, que es la cuarta mayor involución en el mundo, al descender el valor de su IDH de 0,753 en 2010 a 0,726 en 2018; es decir, al caer en un 0,45% al año. Después del caso venezolano están las disminuciones del Líbano y de Sudán del Sur que, como Siria, Yemen y Libia, han sufrido el efecto de graves guerras internas o en su inmediato entorno.

Partiendo del contundente dato anterior podría menospreciarse la necesidad de argumentaciones complementarias acerca de la debacle venezolana en el marco del IDH. Sin embargo, otros abordajes específicos permiten ampliar la caracterización que ofrece el IDH sobre este colapso, con lo que se confirma y refuerza el balance de otras muchas reconocidas fuentes de análisis.

La caída en la clasificación entre los países latinoamericanos

Cuadro 1. Países latinoamericanos: valor del IDH para 2018. Fuente: PNUD (2019).

Venezuela se situaba entre el sexto y séptimo lugar en el valor del IDH entre los países latinoamericanos, para el 2010-2013, y cae al doceavo lugar en 2016, descendiendo un escalón más (trece) en 2017 y 2018. Hay que apuntar que el IDH-2018 sitúa a quince naciones de la región como de alto desarrollo humano y que, según esa discutible calificación, Venezuela solo supera a Paraguay y Bolivia entre los casos que –también– son incluidos en ese mismo “alto” rango de desarrollo. Los otros cinco países que están por debajo de ese umbral son de ingresos tradicionalmente muy modestos como El Salvador, Guatemala, Nicaragua y Honduras (clasificados en desarrollo mediano); en tanto que Haití es el único caso latinoamericano (y del hemisferio occidental) incluido entre los países de bajo desarrollo humano. (Ver Cuadro 1).

Dado lo expuesto anteriormente, es claro que Venezuela es la nación con una mayor caída mundial en su IDH entre 2010 y 2018 (con lo que esto supone en cuanto a sufrimiento humano), entre todos los países que no han tenido graves conflictos bélicos.  Esto refuerza la asociación de las responsabilidades centrales por la debacle venezolana con los trágicos errores de la gestión político-gubernamental, ese ejemplar “modelo para la humanidad” que sostiene Nicolás Maduro.

Y el que esa debacle no sea producto de un desastre natural o de una guerra, es un motivo fundamental para calificarla como una emergencia humanitaria compleja. Sin embargo, el régimen ha intentado atribuirle los problemas del país a dos supuestas razones: la caída de los precios petroleros y las sanciones internacionales. Mucho se ha aclarado acerca de esos argumentos, pero el IDH ilustra, en sus propios términos y valores, la debilidad de esos planteamientos.

El descenso de los precios petroleros no explica la caída del IDH venezolano

Cuadro 2. Países exportadores de petróleo (seleccionados): valor del IDH 2013-2018. Fuente: PNUD (2019).

Es posible que haya quienes supongan que la caída de los precios petroleros en los años recientes tuvo una incidencia muy relevante en el desastre venezolano. Sin embargo, si bien no se cuenta hoy con los excepcionales valores históricos de los precios de los años 2011-2014, muchos de los países altamente dependientes en sus ingresos de las exportaciones petroleras se prepararon para manejar razonablemente el descenso desde aquellos precios estelares hacia otros que, por demás, han tendido a ser muy elevados (al menos hasta febrero 2020) al compararlos con los antecedentes históricos.

Como muestra el Cuadro 2, en especial su última columna (Diferencia 2013-2018), a excepción de Venezuela, ningún país de importancia en materia de exportación petrolera (sin considerar en esta cuenta a las naciones más altamente desarrolladas5) registró descensos en el valor de su IDH entre el 2013 y el 20186.  Este no es entonces –para nada–un factor explicativo convincente para entender la debacle venezolana.

Las sanciones son un motivo accesorio

En definitiva, puesto que la “razón” petrolera no es válida podría querer acudirse a algún efecto de las sanciones internacionales. Sin embargo, como también puede verse en el Cuadro 2, es más que nítido que los valores del IDH venezolano empiezan a caer ininterrumpidamente desde el año 2013. Eso significa que empiezan a descender mucho antes de que las sanciones financieras adoptadas por Trump pudiesen tener algún efecto relevante en el país (básicamente desde 2018) o de que esas sanciones se ampliaran a lo comercial (lo que ocurrió en 2019). Aunque estemos en desacuerdo con estas sanciones impuestas por los EE.UU. “poco discriminadas”, solo se les puede asociar con una parte (importante, pero delimitada) del terrible desempeño venezolano desde el 2018, en tanto que a las sanciones previas desde EE.UU. (o a las de la UE) no se les puede atribuir efectos económico-sociales significativos, al haberse destinado hacia personas particulares.

Consideraciones finales: lo social en la caída

Podría pensarse que, con la extrema destrucción económica que se ha producido desde el 2013 (al reducirse en unos dos tercios la riqueza generada en el país), es lógico que el IDH traduzca básicamente ese descenso. Pero, los indicadores sociales del IDH también expresan la debacle, contradiciendo en esto el particularmente fantasioso discurso gubernamental acerca de su exitosa gestión social.

En ese sentido la esperanza de vida al nacer (los años que se calcula que pueda vivir en promedio una persona recién nacida) presenta –en Venezuela– la mayor caída entre los veinte países latinoamericanos, llegando a situarse en el 18º lugar y expresando en gran medida los efectos del deterioro socioeconómico, en especial de la emergencia de la salud y la nutrición. En relación a la escolaridad prevista (los años de estudio que se estima que pueda alcanzar un niño que ingresa actualmente a la escuela), es otro indicador que apunta a un severo declive potencial, situando a Venezuela (en 2018) en el 14º lugar latinoamericano en esa estimación educativa a futuro.

Así, también en lo directamente social, el IDH ilustra el sostenido deterioro nacional y ratifica los grandes retos y cambios que debe asumir con urgencia el país para detener la debacle y para encauzarse hacia la esperanzadora senda del desarrollo humano.

* Sociólogo. Doctor en Estudios del Desarrollo. Profesor-investigador del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes) de la UCV.


Notas:

  1. UNDP (2019): Human Development Report 2019. New York: UNDP. (Disponible el Panorama general en castellano).
  2. La fórmula de cálculo del IDH puede revisarse en: http://hdr.undp.org/sites/default/files/hdr2019_tecnical_notes.pdf
  3. Desde el Informe 2014, cambiaron los indicadores integrados en el IDH por lo que los nuevos valores de ese índice no son estrictamente comparables con los de informes previos. Pero, en el Informe 2019 hay varias comparaciones válidas con años previos al IDH-2013, basadas en el re-cálculo de los valores de los nuevos indicadores del IDH para esos años.
  4. Revisar nota en: www.vtv.gob.ve, 24-01-2020.
  5. Además de Venezuela y México, principales exportadores de petróleo latinoamericanos, la selección incluyó a los ocho principales exportadores de petróleo en el mundo (menos Canadá y USA) de acuerdo al www.worldstopexports.com.
  6. Relativa excepción es Libia, aunque en este caso priva el efecto de su guerra civil y no su condición petrolera en el descenso de su IDH.

Fuente: Revista SIC 824

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