Scroll Top
Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

La dama de seda

Jueves07_sin crédito_(1)

Por Germán Briceño Colmenares*

La noche del 9 de noviembre de 1989 era jueves, y una joven mujer germano oriental (aunque nacida en Hamburgo, se crió en Perleberg, en el Este, donde su padre ejercía el ministerio como pastor luterano) se dispuso a hacer lo que solía hacer todos los jueves por la noche: visitar un sauna y acto seguido ir a tomar unas cervezas con amigos. Mientras todos se agolpaban en torno a Checkpoint Charlie y el resto de los cruces fronterizos para participar en la histórica caída del Muro de Berlín –producto de un célebre gazapo migratorio de las autoridades orientales–, ella prefirió mantener su rutina. Su existencia, junto con la de todos los alemanes, especialmente los del lado este, había dado un giro copernicano. Dedicada hasta entonces a la investigación en química cuántica, no sospechaba que iba a consagrar el resto de su vida a la política en una Alemania reunificada. Poco más de tres décadas más tarde, esa misma mujer se dispone a abandonar, sin que nadie se lo hubiera pedido, el cargo de Canciller de Alemania después de haberlo ocupado durante dieciséis años, solo superada por Bismarck y su padrino político Helmut Kohl.

Ese pequeño gesto de no dejarse llevar por las pasiones del momento y abordar las cosas de manera ponderada, serena y reflexiva, tal vez defina el carácter y el estilo de Angela Merkel mejor que cualquier tratado. No son los impulsos momentáneos e inconscientes los que nos definen, sino aquello a lo que nos aplicamos con pleno conocimiento, empeño y perseverancia, durante toda una vida. ¿Cuántos de aquellos jóvenes que celebraron con entusiasmo la caída del muro siguieron luego adelante con una existencia muy similar a la que llevaban, ahora gozando de una recién ganada libertad que les había caído del Cielo?

Merkel –y quizás unos pocos más– decidieron tomar cartas en el asunto, trastocar por completo sus proyectos vitales y dedicarse a consolidar desde la política aquello que el historiador Fritz Stern denominó la segunda oportunidad de Alemania, y que entonces era solo una ilusión: la democracia no puede darse nunca por sentada, recordaría Merkel años después. Tras la desastrosa experiencia de los personalismos absolutistas, el militarismo y la retórica incendiaria, que habían llevado al país a la ruina en la primera mitad del siglo XX, la oratoria pausada, el talante analítico y la aparente falta de ego de Merkel la convertían en la candidata ideal para liderar la postrera fase del milagro alemán, iniciado por Adenauer en la posguerra y consolidado por Kohl en la reunificación.

Si Margaret Thatcher fue la Dama de Hierro del siglo XX, llevándose por delante a fuerza de una férrea voluntad cualquier resistencia a sus ímpetus reformistas, no sería exagerado decir que Ángela Merkel ha sido la dama de seda de este siglo, por alusión a aquella máxima que define a la diplomacia como el proceder con mano de hierro y guante de seda. Con esa suave y ecuánime convicción, ese estilo que algunos califican como liderar desde atrás, Merkel, convertida en la mujer más poderosa del mundo, ha sabido conducir los destinos de su patria, y abandona voluntariamente el poder en la cúspide de una popularidad que roza el 80%, tras más de tres lustros de eficaz gestión.

Como telón de fondo e hilo conductor de sus ejecutorias públicas, yace una vida privada discreta y reservada, cuyo eje principal ha sido una fe sin aparato, pero profunda, genuina y sustancial, en palabras del escritor Nick Spencer. Hija de un teólogo y fascinada por la química desde pequeña, a la doctrina y la praxis que recibía en casa incorporó el rigor lógico de su padre. Llamada por Kohl para ocupar el Ministerio de la Mujer y la Juventud –necesitaba una protestante del Este para balancear un gabinete donde predominaban los hombres católicos–, no fue sin embargo una outsider en los cuadros de la CDU, ni fueron para ella ajenos los principios de un partido que propugnaba la ética cristiana y la perspectiva cristiana de la humanidad.

Herlinde Koelbl ha estado fotografiando a Merkel desde sus inicios en la política, a comienzos de los noventa, y dice que, aunque siempre ha irradiado una imagen un tanto peculiar agazapada bajo sus amplios chaquetones, se podía sentir su fuerza desde el comienzo. Una memorable retrospectiva suya ilustra la reseña publicada por el gran cronista George Packer en el New Yorker, a propósito de su apogeo de mitad de mandato, bajo el elocuente rótulo de: La alemana tranquila.

Angela Merkel, dama de seda
Crédito: Ulricj Baumgarten / Getty Images

Presenciando una de aquellas interminables sesiones de control parlamentario, bajo la acristalada cúpula invertida del Reichstag, obra de Norman Foster, Packer contaba que, desde la tribuna de oradores, mientras leía un discurso preparado, Merkel daba la impresión de estar haciendo su mejor esfuerzo para no parecer interesante ni llamar la atención. Esa cualidad de estar en el centro de los acontecimientos y manejar los hilos del poder casi sin pretenderlo y sin que los demás lo noten, es tal vez el ideal de un político íntegro y cabal. Como lo prescriben los cánones de la ascética: cumplir con el deber sin aspavientos, hacer el bien y desaparecer.

El retiro voluntario de Merkel supone la primera vez que un Canciller en ejercicio no se presenta a la reelección, aunque fuera a todas luces la candidata favorita de los electores. A tal punto que, como lo apuntaba una nota reciente del diario El País, la batalla entre sus posibles sucesores consistió básicamente en hacer ver quién era el más capaz de continuar su legado. Por los pelos, el candidato socialdemócrata Scholz logró aparentemente posicionarse como el más merkeliano de los contendientes, haciendo gala de un talante aplomado, reflexivo y sin estridencias, imponiéndose a un más bien anodino Armin Laschet, que no logró beneficiarse del endoso de su jefa de filas.

La CDU encaja su peor resultado desde 1949, la primera vez que Konrad Adenauer se hizo con el poder. Los escrutinios han arrojado un resultado electoral en el que las personalidades han pesado más que los partidos, y aunque sigue existiendo un predominio del centro, la influencia de los pequeños partidos crece y será determinante en la formación del gobierno (la prensa alemana les llama, no sin razón, hacedores de reyes “Königmacher”). Alemania se instala así en la tendencia europea hacia los gobiernos de coalición multipartidista.

El legado de Merkel, aunque algunos le achaquen alguna responsabilidad en la cuasi ruptura del Euro, en su excesiva generosidad con la inmigración o en la derrota de su partido, ha sido bien definido por la buena periodista Ana Carbajosa como un liderazgo sosegado, racional, posibilista, incremental y en constante búsqueda del compromiso casi a cualquier precio, lo que le ha proporcionado incontables éxitos y le ha granjeado el apoyo ciudadano. Fuera y dentro de su país, convertido en una isla de estabilidad política en medio de una creciente volatilidad internacional, Merkel ha sabido ganarse un sitial como líder confiable y eficaz y, los alemanes, a pesar de las tareas siempre pendientes, pueden regodearse en un estado de sana conformidad –tan distinto al conformismo–, que en política es lo más parecido que existe a la felicidad.


*Abogado y escritor.

Entradas relacionadas

Nuestros Grupos