Por Luisa Pernalete | @luisaconpaz
La angustia, la acumulación de problemas, el distanciamiento físico, pueden meternos en una especie de pantano social; y, un pantano, ya sabemos, es agua estancada. En un pantano el agua no fluye; en cambio, en una corriente como un río, el agua corre y se oxigena y eso alimenta la vida.
Esta prolongada cuarentena, en una Venezuela en la que ya estábamos en una situación de emergencia humanitaria compleja, no nos puede paralizar, sería como echarnos a morir lentamente.
Tenemos que añadir que la cultura occidental, o una buena parte de ella, tiende a la exclusión, al egocentrismo… Con ese consumismo desmedido, nos lleva a amontonar riquezas, capital, cosas, aunque muchas no sirvan para nada necesario. Es una cultura que centra la mirada desde y para nuestros intereses, como si viviéramos solos. A veces, también nos lleva a la crítica para destruir, no para mejorar, busca la descalificación.
Estos tiempos de emergencia también nos pueden llevar al “sálvese quien pueda”, sin mirar si en ese camino me llevo a gente por delante. También en la práctica, esta cultura occidental, nos puede llevar a hacer todo a la carrera, sin detenernos a escuchar el clamor del que sufre, ni el grito de la hermana naturaleza, sin tiempo para contemplar la belleza de los amaneceres, o la ternura de los pequeños que sonríen generosamente, sin esperar paga.
Luisa Pernalete
Nos vamos intoxicando, robotizando, empantanando. Y esas actitudes no solo son anticristianas, sino también, hoy en medio de esta pandemia, son suicidas. Necesitamos movernos, oxigenarnos, necesitamos encontrarnos. Y no como cosa de un momento, sino como parte de una cultura: la cultura del encuentro.
El papa Francisco insiste en la cultura del encuentro
Frente a la cultura de la indiferencia, del no ver más allá que a mí mismo, la cultura de la discriminación, del no ver o pensar que el diferente a mí puede ser desechable, hay que construir una cultura del encuentro, donde el otro tiene un valor, y tiene algo que aportarme.
Una cultura se construye día a día, y se convierte en parte de la cotidianidad, se va internalizando poco a poco. La cultura, ese conjunto de bienes materiales y espirituales, creencias, ritos… se transmiten de generación en generación y orientan los comportamientos individuales y colectivos. Los elementos culturales no se discuten, no nos sorprenden, son parte de uno.
Luisa Pernalete
La cultura del encuentro no es solo un concepto
La cultura del encuentro es una manera de concebir la vida, la manera de relacionarnos con los otros. También es la manera de vivir nuestra fe cristiana. La cultura del encuentro es aquella que hace que reconozcamos al otro como alguien que importa, que reconoce que el otro existe, con su identidad, y que, si tenemos los sentidos afinados, seguro encontraremos elementos positivos en ese diferente.
Y me quisiera detener en esta idea que me parece fundamental, la cultura del encuentro, según el papa Francisco, es base que identifica la fe cristiana; es más, la fe solo se hace cultura si esta es en sí misma cultura del encuentro, dice de alguna manera Francisco. Para la Iglesia, diálogo y encuentro no son meros procedimientos, son fines.
¿Cuál es la “cultura del encuentro” que estamos llamados a construir?
Volvamos con el Papa: “Trabajemos por una verdadera cultura del encuentro, que venza la cultura de la indiferencia”. Sí, que pueda construir puentes y no separaciones.
Encontrarnos es algo más que pasar al lado del otro; no es ver, es mirar; no es oír, es escuchar al otro. En un intento de hacer de esta construcción una pedagogía del encuentro, nosotros decimos que se requieren de 4 “E”:
Primera E: escuchar. Que no es “oír”. Requiere poner atención porque nos interesa lo que el otro está diciendo. A veces, no escuchamos porque estamos “ocupados” con el celular o la computadora. Nuestra atención está siempre conectada a varios canales a la vez. No es fácil escuchar así, ni a los demás ni a nosotros mismos.
Escuchar es mucho más que oír. Se oye el ruido de los carros, la música del vecino a todo volumen, el ruido de la nevera o del aire acondicionado, no supone atención, están ahí como sonidos de fondo, pero escuchar requiere poner cuidado, entender al otro. Zenón de Elea dijo: “Nos han sido dadas dos orejas, pero en cambio una sola boca, para que podamos oír más y hablar menos”, eso lo dijo hace muchos siglos, pero sigue vigente: hay gente que no para de hablar y escucha poco. No todos sabemos escuchar. Es una habilidad social que se enseña y se puede aprender.
Hay también una actitud detrás de escuchar o no al otro: tú escuchas lo que te interesa, escuchas al que reconoces. ¿Quién no va a escuchar las palabras del enamorado o enamorada? Detectas matices, tonos, supones intenciones, escuchas entre los espacios.
A quien no reconoces como importante, así te grite, no le escucharás, le oirás, pero tal vez estarás preparando tu respuesta sin buscar entenderle.
En esta cultura ruidosa, agitada, con poco sosiego, hay una gran dificultad para escucharnos a nosotros mismos. Vivimos la vida de otros y nos olvidamos de vivir la nuestra. Sin escucha, no hay encuentro.
Segunda E: entender. Está ligada a la empatía. Cuando entendemos al otro, evitamos descalificarle, podemos entrar en su lógica que no siempre es la nuestra – entendemos los porqués. Por eso, el que entiende, evita juzgar al otro. Si juzgamos, en vez de encuentros tendremos desencuentros. ¿Cuántas veces no hemos descalificado al otro por no entenderle?
Para encontrarnos con el otro, tenemos que entenderle. No se trata de justificar, se trata de comprender.
Tercera E: empatía. Según el diccionario, “Es la capacidad de percibir, o inferir en los sentimientos, pensamientos y emociones de los demás, basada en el reconocimiento del otro como similar”. Cuando uno tiene empatía con el otro, nos podemos encontrar, aunque seamos diferentes.
Cuarta E: extender la mano. El Papa, al hablar de la cultura del encuentro, dice que hay que aterrizar en la solidaridad. No es asistencialismo, es la disposición de ayudar. Si le hemos escuchado, si le hemos entendido, hay que pasar a la acción, ¿el otro me necesita?
Los cristianos estamos llamados a ser misericordiosos. Y recordemos que las obras de misericordia son de dos tipos: las materiales y las espirituales. Las primeras: dar de comer al hambriento, beber al sediento, vestir al desnudo… Y están las otras: corregir al que está en el error, dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, consolar al que está triste…
Luisa Pernalete
En esa construcción de la cultura del encuentro, esa mano extendida debe tener dos direcciones: se extiende para dar, pero también para recibir. Pues el otro no es solo un necesitado, también es una persona con valores al cual yo necesito, con humildad, saberme limitada.
Encontrarnos con la naturaleza
No nos olvidemos de la necesidad de encontrarnos con nuestra hermana naturaleza. Estamos celebrando un aniversario de la Laudato Si, y nos recuerda que escuchemos el clamor de la casa común, el planeta, el único que tenemos, que no está para ser sometido, sino para que nos hermanemos, que requiere de nuestro cuidado.
Finalmente, dada la situación de nuestro país, no quisiera dejar por fuera la aspiración de un encuentro entre los que toman las decisiones en Venezuela. La imperiosa necesidad de que escuchen el clamor de los ciudadanos que sufren tantas calamidades.
Nos unimos a la petición del Papa, en su exhortación ya citada:
Pido a Dios que crezca el número de políticos con capacidad en entrar en auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo. La política tan denigrada, es una altísima vocación es una de las formas más preciosas de la caridad porque busca el bien común […] ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres.
No pedimos a esos actores políticos que se quieran, pero al menos pedimos que se reconozcan.
El Padrenuestro es la oración por excelencia de la cultura del encuentro. Fíjense que de entrada nos asumimos como hermanos, pues decimos “padrenuestro” y no “padre mío”. Somos hermanos, no extraños, ni enemigos.
Padrenuestro, de esta cuarentena/ que me encuentre yo con el hermano/ que nunca pase de largo por su lado/ y sea capaz de extender mi mano.
Padrenuestro de esta cuarentena/ que mire y no vea y que sepa escuchar/ el otro no es solo el que necesita / tiene sus valores y me puede aportar.
Fuente: Ponencia presentada en el XI Encuentro de Constructores de Paz 2020
Publicada en la Revista SIC 827