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La crónica menor ¿con quién estamos?

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Foto: Archivo Web – Cardenal Baltazar Porras

Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo

Uno de las distorsiones de la sociedad venezolana de estos tiempos es la machacona insistencia en convertir toda la vida del venezolano en pura política y de baja ralea. Nos movemos bajo el esquema “de la bolsa o la vida” como si la existencia fuera una visión maniquea en la que los buenos están de un lado y del otro los malos. No se admiten intermedios ni posturas que no pongan primero al dios poder y desde allí aprobar o reprobar lo que sea.

Una de las consecuencias nefastas de esta postura es la destrucción de toda institucionalidad. Se deja al capricho del gobernante declarar ético o no al que tiene en frente. Puedo ser un empresario honesto o un ciudadano con necesidad por ejemplo de una casa, pero eso no es suficiente. Primero se le pregunta si es miembro del partido y si no lo es queda proscrita su empresa o la solicitud de una vivienda.

El momento que vivimos es dramático e intolerable porque el sufrimiento de la gente, la indefensión jurídica, la pérdida de los afectos con el éxodo forzado de familiares y amigos, ha llegado a su culmen. Se expresa en las masivas marchas pacíficas de estas últimas semanas. Si hay que oír la voz del pueblo, ahí está. Afirmar que salen porque están financiados por el imperio o engañados por los apátridas es vivir en las antípodas.

Por ello, es necesario un cambio radical porque vamos por un despeñadero en el que la dignidad humana, el derecho a una vida sana y tranquila, la necesidad de libertad para pensar, opinar o hacer lo que dicte la conciencia, dentro del respeto a las leyes y a la convivencia pacífica, están mermados o ausentes. No se trata de estar con el gobierno o con la oposición, esto es un falso dilema. Hay que estar con el sentir del pueblo y no querer forzarlo a una esclavitud degradante.

Los valores fundamentales de los derechos humanos, del respeto a la vida, de la libertad para escoger, de la posibilidad de emprender y de trabajar, de gozar de los mismos derechos a los que todos por igual debemos tener acceso, no están ciertamente en quienes nos gobiernan. Todo se niega y los males que padecemos se achacan siempre a terceros. Pareciera que viven en otra galaxia o se han hecho la ilusión de que estamos en el país maravilloso de Alicia.

Estamos con quienes representan la única legalidad existente porque fueron fruto de unas elecciones limpias manejadas por quienes están en el poder. Pero inmediatamente se crearon anticuerpos y galimatías jurídicos para desconocer ese veredicto e inventaron poderes paralelos. Desde la perspectiva religiosa, lo moral se mide por la adecuación al bien común. Ya no estamos ante algo inaceptable sino ante lo intolerable.

De allí que apoyar la necesidad de un cambio radical ofrecido por el respeto a la constitución, la tolerancia y el llamado a construir un país donde quepamos todos, es una necesidad apoyarlo para bien de todos.

Como no somos ángeles sino seres humanos de carne y hueso, con virtudes y defectos, no es una carta en blanco. No. Pero es un camino que hay que recorrer porque en el ejercicio del poder, los que están, no han dado la talla. Más aún, los niveles de empobrecimiento material y espiritual son de tal magnitud que necesitamos retomar los lazos comunitarios, superar el olvido del bien común y la búsqueda de satisfacer las necesidades de la mayoría, pero con preocupación porque se respeten y promuevan criterios éticos claros y trasparentes. Trabajar por este sendero es la voluntad y el mandato que como pastores de la Iglesia católica tenemos, y debemos cumplir.

Fuente: Comunicación Continua Mérida

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