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La crisis está acabando con la familia venezolana

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Virginia Rivero Lozada

Desde que se instaló el modelo revolucionario en Venezuela con Chávez a la cabeza y ahora con Maduro, hemos vivido un proceso de disolución de toda la institucionalidad pre-revolucionaria. Toda organización, ente, gremio, asociación, fue intervenida hasta su disolución, dislocamiento o/y reducción a niveles de supervivencia. Venezuela es hoy una sociedad invertebrada y amorfa con serias dificultades para que sociedades de intermediación, no públicas, puedan articularse y organizarse. La familia venezolana, no escapa a esta demolición. La polarización política ha dividido, separado y enfrentado sus miembros. La crisis económica ha obligado a emigrar a los venezolanos, especialmente los más jóvenes que en busca de oportunidades. Los padres se quedan solos y en muchos casos, la esposa y los hijos ven partir a su pareja procurando un mejor trabajo y sustento. Las madres abandonan los hijos. La pobreza y la mendicidad van en aumento exponencial.

El golpe más duro a la familia, le viene dado por el hambre y la escasez de alimentos y medicinas. Es una situación que está deteriorando- aún más- la institución familiar porque a quién golpea más es a la madre y sus hijos. Como todos sabemos, el modelo estructural, real y funcional de nuestra familia popular es el de MADRE e HIJOS. Con excepción de los estados andinos en el que la familia está constituida por el padre, la madre y los hijos, la mayoría de las familias en Venezuela están integradas por una mujer-madre con sus hijos. Ella puede tener o no, una pareja más o menos estable pero su familia real son sus hijos (varones y hembras).

Nuestra familia popular es una familia que algunos llaman “matricéntrada” porque el pivote central sobre el que se construye el hogar y en el que gira toda la vida familiar es: la madre. No se trata de matriarcado como otras culturas porque no es un asunto de poder. Es simplemente que la madre está presente en toda la vida del hogar y de los hijos desde que nacen e inclusive en edad adulta. Es ella la que cuida en la enfermedad, vela porque sus hijos se alimenten, los lleva a la escuela, los viste, los forma y los educa en todo aquello que la escuela no da. Aún después que crecen, no se rompe el vínculo entre ellos. El funcionamiento hogar está enteramente en sus manos. No importa su estrato socio-económico.

El esposo o marido, en nuestra cultura, en el mejor de los casos provee el dinero (total o parcial) para que la madre cumpla sola todas esas tareas. Porque hoy día la mayoría de las mujeres realizan algún trabajo o ejercen una profesión. No se trata aquí de hacer un juicio de valor sobre lo positivo o negativo de este rasgo cultural sino de verlo como una realidad para poder abordar soluciones. Nuestra cultura no ha producido –lamentablemente- un sentido mínimo de pareja en el que el hombre y la mujer se autoperciban orientados a vivir en comunidad de manera permanente y con responsabilidad compartida en todo lo relacionado con los hijos. Esto sigue siendo un reto y un desafío a alcanzar si queremos superar definitivamente la crisis familiar. Son pocos los casos en el que el hombre comparte con la madre las tareas relativas a la crianza de los hijos en un espíritu de unidad y de mutua cooperación. Y, en esta situación de crisis, ese no compartir colapsa a la mujer y por tanto colapsa y destruye la familia.

Hoy, advertimos con mucha preocupación que la madre (esposa, hija, hermana) está en peligro porque está sobrepasada en su capacidad de responder a su familia como tradicionalmente lo ha hecho. No puede hacer las colas de ocho horas para conseguir los alimentos y al mismo tiempo preparar comida, trabajar para llevar sustento al hogar, atender los niños para la escuela, cuidar el enfermo o el necesitado. No puede pagar sola los costos de manutención y de alimentación del hogar. ¡No puede! ¡No puede! Todos tienen que ayudarla.

Dos de cada tres hogares está regido sólo por mujer. Ni aún con el ingreso de ambos cónyuges se completa –hoy- la canasta básica familiar. Los tiempos para la mujer son de 24 x 24 horas. Su salud física y mental se está deteriorando. Los niños están siendo abandonados o deficientemente cuidados. Este colapso de la madre trae consecuencias sociales muy graves: más pobreza, más abandono de niños, desnutrición; y un nuevo tipo de delincuencia perpetrada por personas sin ningún tipo de condición humana que matan por matar; roban sin necesidad. Unos psicópatas sin alma.

Urge atender la crisis humanitaria y de salud que está acabando con la familia. Atender a la madre necesitada de comida y alimentos para ella y sus hijos. Urge acabar con la corrupción que tiene los hogares sin agua ni luz ni servicios básicos. Una corrupción que se roba el sustento de millones de hogares y las posibilidades de una vida digna.

Urge implementar políticas públicas de atención a la madre en su salud integral y reproductiva; urge una política de protección a la madre trabajadora; urge acabar con la violencia hacia la mujer y la familia; y urge una política de protección y fortalecimiento de la familia desde la educación, la salud y la vivienda. Comencemos a cambiar -todos- a Venezuela desde la célula fundamental que es: la familia, apoyemos a la madre que es su núcleo central y ganaremos todos un mejor país para nosotros y para las nuevas generaciones.

Fuente: http://reportecatolicolaico.com/2017/11/la-crisis-esta-acabando-con-la-familia-venezolana/

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