Por Laura Soto · 19 DE AGOSTO DE 2018
Con el anuncio del Gobierno ecuatoriano de pedir pasaporte a los venezolanos que quieran ingresar a su país desde ayer, tanto las autoridades migratorias de Colombia como organismos de atención humanitaria están en alerta máxima por el aumento de la crisis humanitaria en el puente Internacional de Rumichaca en Nariño, la única salida terrestre de Colombia con control migratorio a Ecuador.
La salida de venezolanos por la frontera colombo-ecuatoriana se ha multiplicado casi por 12 desde 2016, cuando salieron 32.811 venezolanos por Rumichaca en todo el año. En 2017 ya fueron 231.010 y este año, hasta el 12 de agosto, iban 423.011, según Migración Colombia.
Es como si todos los habitantes de Pasto, la capital nariñense, se hubieran ido en lo que va del año.
La oleada de venezolanos de los tres últimos meses que cruzan la frontera tomó a las autoridades migratorias de este cruce desprevenidas. Su capacidad de atención diaria era de 1.200 personas máximo entre colombianos y extranjeros, pero hoy atienden entre 3.500 y 4 mil venezolanos al día, además de 1500 colombianos, ecuatorianos y personas de otras nacionalidades.
Esa marea no solo viene con las historias de vida desgarradoras propias de la emigración, sino que incluye denuncias de venta de niños y de corrupción de algunos funcionarios de Migración Colombia.
Los venezolanos quieren huir
Luego de dos horas en carro desde Pasto llegamos a Rumichaca. Son las 12 del medio día y aún sin bajarnos son evidentes las filas eternas de personas en la oficina de Migración Colombia con sus maletas al lado, con gorros y guantes de lana, y cobijas en sus espaldas.
Con nosotros iba una venezolana que trabajó como niñera en Bogotá sin ningún día de descanso, durante seis meses por 400 mil pesos al mes. Es robusta y parece de más años pero solo tiene 21 y es la responsable de enviar dinero a sus dos hermanas y su sobrina que están en Venezuela. Me cuenta, con su acento particular, que ahorró para viajar a Perú donde la espera una tía. Se baja a hacer fila.
Esta llegada masiva se debe, en parte, a que la crisis en Venezuela está llegando a su límite. Dos señores que salieron de Venezuela el lunes 13 de agosto, tres días antes de que la Silla Pacífico estuviera en el paso, se fueron porque ya no tenían qué comer.
Una funcionaria de la Cruz Roja que trabaja en la frontera hace un mes, nos explica que los que llegan ahora son personas de los estratos más bajos que han estado en muy malas condiciones. “Los que salían en el 2016 venían bien vestidos. Eran los profesionales”, cuenta.
Mientras esperan su turno sentados en el cemento, cuentan que el salario mínimo allá equivale a un dólar que a duras penas les alcanza para comprar caraotas (fríjoles negros) y arroz.
“Allá no conocemos lo que es un pollo y carne hace mucho tiempo, el sueldo alcanza para un kilo de arroz y si acaso. Solo se puede sobrevivir con la plata que envían de afuera”, dijo uno de ellos.
También se debe a que muchos venezolanos quieren ir a Perú porque allá les están dando un permiso especial de permanencia y porque tienen familiares que se fueron hace poco que los pueden ayudar.
Cada vez son más, y por eso cada vez hay más haciendo fila en Rumichaca para pasar a Ecuador y seguir su camino hacia el sur.
“Nos queremos ir allá para poder tener un trabajo estable, poder enviar dinero a nuestra familia que está en Venezuela, poder salir adelante, es lo único que queremos”, nos dijo un venezolano que estaba haciendo fila, mientras hacíamos el recorrido para entender cómo funcionaba todo.
Es una fila en la que se han sumado hasta nueve mil personas en un espacio de no más de 300 metros de largo por 150 de ancho, lo que separa el edificio para hacer el trámite migratorio de Ecuador y el de Colombia, sobre todo esto se dio en elecciones cuando se cerró el paso fronterizo.
Y por último, “la congestión del 7 de agosto se debió a que entre los venezolanos corrió el rumor que se va iba cerrar la frontera, lo que aumentó el afán de salir”, nos dijo el director de Migración en Nariño, Carlos Humberto García.
Las personas han durado hasta tres días haciendo filas para hacer sus trámites migratorios en la intemperie, durmiendo en la calle y aguantando temperaturas de hasta cinco grados centígrados.
El frío se penetra entre la ropa, hace temblar involuntariamente, las manos se ponen moradas y hay que frotarlas para calentarlas un poco. Las chaquetas impermeables no bastan, hay que ponerse sacos adicionales para calentarse.
Una venezolana que tenía gorro de lana, estaba cubierta con una cobija, que viajaba con tres señoras más y estaba al final de la fila me dijo que no se quedaba en Colombia porque estaba muy difícil conseguir trabajo. Algo similar me dijeron todos los 20 venezolanos con los que hablé.
Esta frontera, que hace tres años permanecía vacía y en la que el trámite en Migración tardaba 30 minutos para cualquier persona, queda a 10 minutos en carro de Ipiales, a 12 horas de Cali, la capital del Valle, y a 24 horas de Bogotá. Los venezolanos que quieren salir de Colombia para seguir su emigración pasan por todas ellas.
Una señora de piel trigueña, curtida y ojos verdes descansa en el piso mientras hace fila. Viste una chaqueta impermeable que es mucho más grande que ella. Esta delgada. Se agarra el mentón con las manos. Mira hacia el piso, pero su mente no está allí.
“Yo vengo caminando desde Cúcuta. Estoy con mi hijo y salimos hace 20 días. Algunas mulas nos dan cole (los llevan), a veces nos quedamos en casas, las personas en la carretera nos dan comida, así llegamos aquí”, me dijo Loremis Gómez, una señora de 50 años que espera ser atendida por dolor de cabeza en el puesto de la Cruz Roja de Ipiales que trabaja en cooperación con la Cruz Roja alemana y funciona de 7 a.m. a 1 a.m.
Así como Loremis, cientos de venezolanos se atraviesan el país a pie porque no tienen plata para pagar un bus ni para comprar comida. Algunos llevan 20 días sin bañarse y cepillarse, otros con zapatos rotos y pies cortados, cuenta una voluntaria de la Cruz Roja que los atiende.
En un puesto de atención improvisado los voluntarios atienden. Dan apoyo en medicina general, atención psicosocial, planificación familiar y desparasitación. Alcanzan a atender a 45 personas al día y, cuando hay oleadas más grandes llegan hasta 80.
Lo más común son gripes, diarreas, hemorroides, hipotermia. También tres casos de Sida en un mes que llevan funcionando.
Una mujer joven cubierta con una cobija duerme sobre sus maletas. O lo intenta.
Son las 4 de la tarde y como si fuera poco comienza a llover. No hay techo que cubra a los venezolanos, pocos tienen sombrilla y por eso buscan con angustia un plástico que los cubra pero no es suficiente. Se mojan.
Otros corren a cubrirse a las pocos locales comerciales que hay cerca como Samil López, de 27 años, que trabajaba en un almacén de Good Year en Venezuela. También llegó a Rumichaca a pie.
Viaja con su hija de un año, dos mujeres y dos hombres que conoció en Cúcuta. “Había días que solo comíamos pan y agua, a mi hija la cargamos entre todos y la cubríamos con papel para el frío”, dijo mientras fumaba su cigarrillo y se protegía de la lluvia bajo un edificio.
Una lluvia que era otra compañía más en una espera sin tregua.
La mujer que llegó con nosotros en el carro está en la mitad de la fila. No ha comido nada desde el desayuno.
Es un drama humanitario.
Un trámite que es un filtro
López llegó a la frontera el miércoles a las 8 de la noche y el jueves a las 4 de la tarde seguía haciendo fila para sacar su Tarjeta Andina, que hasta ese día era el único requisito para entrar a Ecuador y para la que solo necesitaba mostrar su cédula venezolana.
Para hacer el trámite hay tres filas.
Una es exclusiva para venezolanos donde el tiempo de espera va desde ocho horas cuando hay un flujo “normal” (acá ya no se sabe cuál es la norma, porque ha ido cambiando con el tiempo) hasta tres días cuándo llegan oleadas.
Otra fila es prioritaria para mujeres en embarazo, con niños y adultos mayores de más de 60 años.
En la tercera se suman ecuatorianos, colombianos y extranjeros de otros países que, en promedio, tardan seis horas hacer el trámite. A veces a los colombianos pelean y logran que los dejen pasar primero, como ocurrió el jueves pasado.
La tarde se va terminando y de vez en cuando se oyen aplausos cuando la fila avanza y gritos y chiflidos cuando no. Para calentarse tres venezolanas se abrazan entre sí, mientras comparten una sola cobija.
Cuando hay represamientos las filas se mezclan, es un caos total. Así pasó el 7 de agosto cuándo las personas llenaron todo el puente y los policías tuvieron que suspender el flujo de carros, que pasan junto a ellos.
En el paso hay seis baños portátiles para más de 3 mil personas. No hay techos ni carpas donde protegerse de la lluvia y el frío, no hay comida más allá de la que entregan varias ONG, la Pastoral Social y personas que se solidarizan con los venezolanos.
No hay suficientes canecas de basura y solo hay un dispensador de agua potable que donó la empresa de servicios públicos de Ipiales.
Son las ocho de la noche, hace más frío que en la tarde. Nos pusimos guantes y una ruana que nos cubre hasta los pies, comenzamos a sentir un resfriado y nosotros solo llevamos un día aquí. Una señora sirve chocolate caliente que saca de una cantina gigante. Otro joven sostiene los vasos de plástico y los reparte entre algunos venezolanos que hacen fila.
Llega un carro y reparte comida en cajas de icopor. Un grupo de hombres los rodean desesperados, como lo hacen los habitantes de calle en las zonas deprimidas de las ciudades cuando algún solidario les tiende la mano. Se siente el desespero, el cansancio. Huele a orina.
Es un contraste extremo con la situación del lado de la frontera ecuatoriana donde hay menos gente pero ya se declaró a la provincia fronteriza del Carchi en estado de emergencia por la oleada de migrantes.
Eso permite una reacción rápida y articulada entre el Gobierno y ONG. Se nota: hay carpas de la Cruz Roja, de Unicef, de la Onu para descansar, un médico 24 horas al días, baños limpios, llamadas internacionales gratis, sitios de carga de celulares, refrigerios. Es una pequeña tierra prometida para los venezolanos.
De este lado, algunas personas sufren crisis emocionales.
“Les da ansiedad no saber a dónde ir, qué están haciendo aquí, gritan, lloran. Nosotros tratamos de escucharlos y ayudarlos con ropa, con minutos para que llamen a su familia, con un abrazo”, me dijo una voluntaria de la Cruz Roja de Ipiales.
Las filas no avanzan por tres motivos, aparte de la cantidad de gente. Algunos se cuelan, de día solo hay ocho funcionarios de Migración trabajando (esa noche se redujeron a tres) y hay una red de corrupción para hacer más rápido el trámite.
Así pasó el jueves.
A las 10 de la noche dos venezolanos, un hombre y una mujer, estaban a la mitad de la fila. A través del voz a voz se enteraron de que unos colombianos estaban cobrando 20 dólares para sacar la Tarjeta Andina y hacer sellar el pasaporte, si lo tienen, sin esperar.
Pagaron, le dieron sus cédulas a un hombre, él le pasó las cédulas a un portero por la puerta de atrás del edificio Cenaf, donde se hace el trámite. El portero se las dio a un funcionario de Migración Colombia, según la venezolana.
La Silla Pacífico, solo vio cómo se pasaban los papeles entre los colombianos y uno de los porteros.
Media hora después recibieron sus Tarjetas Andinas y luego de otros 30 minutos estaban haciendo su salida en Migración ecuatoriana.
“Da rabia que hagan eso porque es injusto con los que están haciendo la fila, pero yo lo hice porque me da miedo que cierren la frontera y no me dejen pasar porque no tengo pasaporte”, nos dijo mientras se preparaba para viajar hacia Quito y luego hacia Perú donde la espera un familiar.
Krüger, director de Migración nos dijo que no conocía este caso y que invita a la ciudadanía a denunciar para poder aplicar correctivos.
Aunque Perú también exigirá pasaporte desde el 25 de agosto.
Pero eso no es lo más trágico. Según una alta funcionaria de la Cruz Roja de Ipiales que lleva un mes atendiendo la crisis, pero no podemos citar porque no es vocera pero lo sabe porque se lo han contado los mismos venezolanos, hay denuncias de que mujeres venezolanas han vendido a sus hijos a una red colombiana de trata de personas entre entre 70 y 200 millones de pesos, que la misma red ofrece plata a los hombres para ir a raspar coca a Tumaco y a las mujeres para que se prostituyan.
Salir de Colombia, cada vez más difícil
Ese drama que vi el jueves ya es pasado. El que viene seguramente será peor.
Con la nueva medida de Ecuador de pedir pasaporte a todos los venezolanos para entrar, que comenzó a funcionar ayer, la crisis va llegar a unos niveles difíciles de controlar porque en su gran mayoría no cuentan con ese documento.
Según el director de Migración Colombia, Christian Krüger, de los 423 mil venezolanos que han salido este año por la frontera, solo el 60 por ciento lo hace con pasaporte.
De los 20 venezolanos con los que hablé, ninguno lo tenía. Todos iban solo con su cédula.
En Venezuela es imposible sacarlo. Según me dijeron cinco venezolanos, no dan citas para obtenerlo y a los pocos que lo logran les cobran hasta 1500 dólares.
“Yo soy ecuatoriana, pero mis hijos son venezolanos. Ecuador está tratando mal a su gente con esa medida, nos está pidiendo algo que Venezuela no nos da. Pero tenemos que huir de allá como sea”, nos dijo con voz entrecortada Cecilia Guijarro, una señora de 55 años que tuvo que salir de Venezuela por un río.
Según Krüger la nueva medida va llevar a que los venezolanos se vayan de ilegales y según un miembro de la Cruz Roja Internacional que estaba en la frontera haciendo un diagnóstico para brindar ayudas y no citamos porque no está autorizado, que se vayan por pasos fronterizos clandestinos.
O quizás a que se establezcan definitivamente en ciudades fronterizas que no cuentan con planes para atender una inmigración masiva, como Ipiales y Pasto. Aunque el director regional de Migración no cree que se queden porque acá no hay ofertas de empleo y el clima les afecta.
Ahora, según lo advirtió Kruger en una rueda de prensa, la nueva congestión de gente que no va a poder salir del país es segura.
Las personas que no tienen pasaporte son los más vulnerables, los menos preparados para migrar. Y, como probablemente queden a la deriva, ante el desespero son los más propensos a la estafa y la explotación laboral.
Hasta hace poco los que no cumplían los requisitos eran los que no tenían cédula como Pablo, un adulto mayor que nos contó que la perdió y no sabe cómo va a pasar a Ecuador. El jueves iba a pasar su segunda noche en un refugio de paso de la Pastoral Social que tiene cupo para 30 personas, pero a veces se llena con 300.
También los que no tienen permisos necesarios como Kati, una mujer joven que llegó a la frontera con sus dos hijos, su sobrina y su hermana pero les negaron la entrada a Ecuador porque no tienen el permiso de los padres de los niños, según me contó tímidamente mientras estaba sentada en su maleta con su bebé en las piernas y sacaba un jugo para su otro hijo de la bolsa del refrigerio que le dieron las autoridades ecuatorianas.
Un permiso que no conseguirán nunca porque los padres las abandonaron. No sabían donde iban a pasar la noche y menos cómo iban a continuar el viaje.
Las autoridades colombianas no están preparadas para que crezca todavía más la congestión.
“Cuando se daban los cierres temporales de la frontera, como en las elecciones presidenciales, había congestión, pero uno sabía que en unos días se abría y las cosas se normalizaban. Lo que se viene ahora es nuevo”, nos dijo el presidente de la Cruz Roja de Ipiales, Germán Escobar.
La situación es compleja. Por eso Krüger le pidió al Gobierno ecuatoriano replantear esta medida y “trabajar de manera conjunta y coordinadamente para responder a este fenómeno”.
Por lo pronto, como medidas de emergencia anunció que enviarán tres funcionarios más y equipos de refuerzo al puesto migratorio para acelerar los trámites, que instalará techos con la ayuda de la Organización Internacional para las Migraciones, y que buscará una reunión con el Gobierno ecuatoriano para intentar que abandone la exigencia de pasaporte y que se unifique el trámite de ingreso y salida en una sola oficina.
Otras autoridades buscan soluciones. El día de nuestra visita hubo una reunión entre funcionarios de la alcaldía de Ipiales, de la Unidad de Gestión del Riesgo, de Migración Colombia y de ONG como Acnur, OIM, CICR, y el programa Mundial de Alimentos PMA para trabajar articuladamente.
Ayer bajó el flujo de venezolanos en la frontera, pero su tránsito hacia el sur seguirá.
Los venezolanos seguirán aguantando hambre, frío y sufriendo los efectos de la crisis económica y política de su país del que huyen desesperados.
“Los venezolanos somos como una hoja en blanco. Si nos empujan caemos, si nos levantan nos paramos, con frío, con calor, a estas alturas nos adaptamos a cualquier situación que nos pongan”, me dijo una venezolana que estaba acostada en el piso junto a seis personas más, esperando su turno para salir del país el pasado jueves las diez de la noche.
Nota: Si quiere ayudar, puede donar ropa en buen estado, para clima frío, zapatos y alimentos no perecederos en la sede de la Cruz Roja de Ipiales y Pasto.
Fuente: http://tururutururu.com/pacifico-la-crisis-de-los-venezolanos-migrantes-llega-a-la-frontera-con-ecuador/