Por Noel Álvarez*
A lo largo de mi carrera gremial empresarial, en reiteradas oportunidades, me formularon las siguientes preguntas ¿Cuándo y dónde apareció el fenómeno de la corrupción? ¿Será posible combatir con éxito este flagelo? ¿Está exento el sector privado de contraer este virus? Debo reconocer con humildad que, nunca me he sentido preparado para responder satisfactoriamente estas inquietudes, menos ahora, cuando las virtudes individuales se encuentran tan escasas en nuestro país, en donde pareciera que muy pronto deberíamos emular al filósofo griego, Diógenes, quien caminaba durante el día por las calles de Atenas, aferrado a una lámpara encendida, clamando: “busco un hombre honesto”.
Como sucede con todos los temas que me apasionan, decido investigar un poco al respecto. En mi travesía encuentro que algunos historiadores argumentan que el primer caso de corrupción conocido se ejecutó durante el mandato del faraón Ramsés IX, en Egipto, unos mil años antes de Cristo: Un hombre conocido como Peser, antiguo funcionario del faraón, denunció en un documento los negocios sucios de otro funcionario que se había asociado con una banda de profanadores de tumbas para vender cadáveres.
Luis XIV, de Francia, conocido también como el “Rey Sol”, en sus memorias reconocía: “no hay gobernador que no cometa alguna injusticia; soldado que no viva de modo disoluto; señor de tierras que no actúe como tirano. Incluso el más honrado de los oficiales se deja corromper, incapaz de ir a contracorriente”. Napoleón Bonaparte solía decir a sus ministros que les estaba concedido robar un poco, siempre que administraran con eficiencia. Algún ingenuo pensaría ¿A quién puede estorbarle una Toyota Fortuner 2020?
Otros estudiosos señalan que la corrupción comenzó en la baja Mesopotamia. Cuenta la historia que un estudiante sumerio al regresar a casa les dijo a sus padres que el maestro le había propinado unos latigazos por su impuntualidad y mala escritura. Los progenitores procedieron a agasajar al educador con un almuerzo, lo sentaron en un sitio de honor, le ofrecieron vino y como guinda del pastel, lo vistieron con un traje nuevo y le colocaron un anillo de oro. El maestro muy solemnemente se dirigió al alumno, diciendo: “Puesto que no has desdeñado mis palabras, te deseo mucho éxito. Has cumplido bien con tus obligaciones escolares y te has transformado en un hombre de bien”.
San Teótimo nos recuerda que, el primer acto de corrupción se produjo cuando Eva, tentada por la serpiente, corrompió a Adán convenciéndolo de que comiera el fruto del árbol de la ciencia del bien y el mal. Este acto de cohecho trajo como consecuencia la aparición de Abel, Caín, Set y toda la especie humana.
El escritor italiano, Carlo Alberto Brioschi, en su libro Breve historia de la corrupción señala: en la antigüedad, “engrasar las ruedas era una costumbre tan difundida como hoy. En Mesopotamia, “establecer un trato económico con un poderoso no era distinto de otras transacciones sociales y comerciales y era una vía reconocida para establecer relaciones pacíficas”.
Según Brioschi, En Roma, el potentado caminaba seguido por una nube de clientes. Cuanto más larga era su corte, más se le admiraba como personaje. Esta exhibición tenía un nombre: “adesectatio”. Los clientes, actuaban como escolta armada. A cambio, el gobernante los protegía con ayudas económicas, intervenciones en sedes políticas, entre otras prebendas. Al igual que ahora también existían mesas y mesitas que fraguaban acuerdos para repartirse algunos proventos. Para encontrar un empleo solía recurrirse a la “commendatio” que era la palanca para conseguirlo. Esta práctica es lo que hoy se conoce como el “enchufe”.
Concluye Brioschi señalando: “la corrupción es un fenómeno inextirpable porque respeta de forma rigurosa la ley de la reciprocidad. Según la lógica del intercambio, a cada favor corresponde un regalo interesado. Nadie puede impedir al partido en el poder que se cree una clientela de grandes electores que le ayuden en la gestión de los aparatos estatales y que disfruten de estos privilegios. Es algo natural y fisiológico”. Como Coordinador del Movimiento Político GENTE, rechazo la conclusión de Brioschi, por el contrario, coincido plenamente con lo expresado por Santo Tomas Moro, quien dijo: “El hombre no puede ser separado de Dios, ni la política de la moral”.
Con este artículo concluyo mi trabajo de columnista por el 2019. Agradezco a mis consecuentes lectores, su invalorable apoyo e inagotable paciencia, en estos 365 días que concluyen. Auguro, a mis apreciados amigos: un fin de año feliz, en unión, presencial o virtual, de todos sus seres queridos; un 2020 pletórico de satisfacciones, personales y familiares. Por último, elevo una oración al Supremo Demiurgo para pedirle que, en el nuevo año, nos libre del abuso, nos proteja de la malignidad y nos conceda la libertad ¡Amén y feliz año nuevo!
*Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
[email protected]