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La conversación en los ejercicios

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Jose Ignacio García, sj

 

Para los que conocen la espiritualidad ignaciana saben que el diálogo, la conversación, ocupa un lugar privilegiado dentro de ella.

Los Ejercicios son una experiencia de conversación, y de un tipo de conversación profunda, un poco infrecuente en nuestro tiempo, la verdad. La conversación en los Ejercicios se establece primero entre el ejercitante y el que da los ejercicios. El que da los Ejercicios acompaña la experiencia, procurando no interferir, y para ello practica una escucha atenta, mientras que va exponiendo la materia sobre la que el ejercitante medita, contempla o reflexiona. El ejercitante va comentando al que le acompaña sus intuiciones, sus luces, dudas, confirmaciones y tantas otras cosas que nos “van pasando por dentro”. Movimientos de la interioridad que Ignacio llamó consolaciones y desolaciones.

Es sorprendente cómo en esta conversación, entre el ejercitante y el acompañante, la veteranía no es un grado. Jóvenes que hacen los ejercicios por primera vez o el sacerdote curtido en mil tandas pueden compartir, con la misma sinceridad, y el mismo estremecimiento, la desconcertante visita de Dios a su silencio,. A los dos les faltarán palabras, y fácilmente abundarán lágrimas. La conversación entre el ejercitante y el acompañante va generando una cierta complicidad, hay imágenes que sólo ellos entenderán, y que sólo tienen sentido en ese contexto y en ese momento.

La gran conversación de los Ejercicios es la que mantienen el ejercitante y el Señor. Al principio un balbuceo torpe, a menudo un monólogo -nuestro-, y con el tiempo, una conversación amena. Como la que se tiene con un amigo. Así la imagina San Ignacio, y en ella destacó Pedro Fabro, el gran maestro de la conversación espiritual en la que era capaz de mostrar, sin artificios, su familiaridad con Dios a todo tipo de personas, de toda edad y condición social. La conversación espiritual pone primero a Dios, pero no ocupando el espacio, como un jarrón puesto delante que nos impide ver la cara del otro. Ponemos a Dios primero cuando nuestra conversación, la que sea, se va descentrando de nosotros, y el otro -con minúsculas o mayúsculas- va ocupando el centro. Cuando escuchar no es una obligación sino una pasión.

En la Congregación General la conversación es nuestro género más habitual de relación. La practicamos intensamente durante el tiempo de murmuraciones. Se hace de modo más espontáneo en los descansos, en los desplazamientos desde nuestros lugares de residencia a la Curia. En los grupos de trabajo la conversación es atenta, a veces esforzada para expresarte -o comprender- en una lengua que no es la tuya, pero siempre interesante y con frecuencia, inspiradora. En el Aula es formal, precisa, incluso limitada en el tiempo (dos, tres minutos, ¡cuánto se puede decir!). A veces la conversación es cuantitativa, por medio del voto, se acepta o no se acepta.  Y se va haciendo espiritual, día a día, poco a poco. Porque la conversación espiritual es la puerta de entrada al discernimiento. Y el Señor ya está allí, esperándonos.

 

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