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La consolación en sentido cristiano en la Venezuela de hoy

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Por Pedro Trigo, s.j.*

Este artículo está escrito a petición de los Misioneros de la Consolata para celebrar los 50 años de su arribo a Venezuela.

En qué consiste la consolación y el consuelo para los cristianos

El consolar bíblico y cristiano no es ayudar a que la gente tenga buen ánimo, sin tomar en cuenta su situación personal y social; no equivale a una palmadita al hombro, ni tampoco a la ayuda psicológica para que la persona tenga una actitud positiva creyéndose que es el que en realidad no es.

El libro de la Consolación, el Deuteroisaías, basa el consuelo en que Yahvé ha decidido que se acabe el destierro y que los cautivos regresen de Babilonia a su tierra. El consuelo se basa, pues, en la liberación de los desterrados. Es un consuelo objetivo, basado en una relación personal de Dios con ellos como cumplimiento de la alianza y en la respuesta de ellos a la acción salvadora.

Esa misma equivalencia se puede observar en el consuelo que recibe el viejo Simeón porque el Señor le ha revelado que el Mesías que espera es ese niñito en brazos de esa mujer campesina. El viejo se consuela porque sus ojos han visto al liberador de su pueblo. Por eso la vieja Ana hablaba del niño a todos los que esperaban la liberación de Israel.

Naturalmente que aquí no se trata de una liberación política sino de la liberación radical que nos envía Papá Dios al echar la suerte con nosotros por medio de su Hijo. La consolación se da porque no estamos solos: Dios ha enviado a su Hijo a salvarnos desde dentro de la humanidad y desde abajo. Se trata concretamente de la liberación de la resignación a lo dado y de la falta de esperanza, y de la liberación que da el echar nosotros nuestra suerte con la de ese niño.

En ese mismo sentido la misión de Jesús consiste en proclamar la buena nueva de que Dios nos ha perdonado y nos ha hecho hijos en el Hijo y hermanos en el Hermano universal. Esa buena noticia la ha adquirido Jesús después de su bautismo. Como se sabe, el bautismo de Juan era de penitencia ante la inminente llegada del último enviado de Dios que supuestamente iba a venir a juzgar a su pueblo. Jesús acude y confiesa los pecados con más dolor que todos los penitentes juntos de la historia. Los confiesa en primera persona del plural porque nos ha metido a todos realmente en su corazón y tiene el corazón desgarrado porque en el centro está su Padre, pero en él estamos también los que no hacemos a veces o habitualmente lo que quiere su Padre. Al subir del río vio que el cielo se rasgó, es decir que su Padre aceptó su petición de perdón. Mientras Jesús no nos saque de su corazón, por Dios estamos perdonados y salvados. Y no nos va a sacar porque prefirió morir como Hermano, a seguir en vida restringiéndose a un grupo y dejándonos fuera. Murió llevándonos en su corazón y al recrearlo su Padre en su seno, en él estamos ya realmente nosotros. Ésa es la fuente de nuestro consuelo y de nuestra esperanza, una fuente que nadie nos podrá quitar.

Ahora bien, aún no estamos salvados porque la salvación tiene la forma de la alianza y para la alianza se necesitan dos síes: El de Dios ya está dado. Falta el nuestro. El resto de su vida Jesús se dedicó a que lo diéramos, que eso significa que nos convirtiéramos a esa buena nueva, que él proclamaba, la mejor posible.

Ésa sigue siendo la buena nueva, fuente genuina del consuelo cristiano: que al hacerse Jesús nuestro Hermano, su Padre es nuestro Padre. Convertirnos a esa buena nueva es aceptarnos como Hijos en el Hijo y como hermanos en el Hermano universal, hermanos pues, de todos sin excluir a nadie y desde el privilegio de los pobres. Eso, en concreto, es decir, no como profesión de una doctrina sino como comportamiento vital.

El consuelo en la Venezuela contemporánea

Desde esta perspectiva, que es la perspectiva cristiana, veamos cómo ha funcionado el consuelo en nuestra historia reciente, la que hemos vivido y de la que damos testimonio. Para eso puede ayudarnos la definición de consuelo que trae la academia de la lengua española: “Descanso y alivio de la pena, molestia o fatiga que aflige y oprime el ánimo”. Así pues, el punto de partida es una situación en la que es muy difícil la vida plena y humanizadora y el consuelo se da al ir superando la situación, sobre todo si la propia persona es sujeto de esa superación. Veremos este proceso a través de cinco etapas, la mayoría de las cuales ha sido bifronte, es decir que ha tenido un aspecto negativo y otro positivo.

Primera etapa: desarrollo interclasista promovido por la inmensa mayoría

Respecto del país el primer momento de verdadera consolación, porque es una novedad absoluta en nuestra historia, es el de la democracia del 1958, una democracia realmente interclasista, que coincidió con el traslado masivo del campo a la ciudad, que cambió radicalmente el mapa humano del país. Hubo una verdadera modernización con la participación de todos. Todos eran sujetos y contribuían al bien común: mejoraban su suerte, mejoraban ellos mismos como personas y contribuían al progreso integral del país. Podemos decir que en esa década el país estuvo a la altura del tiempo, no sólo a nivel económico sino más todavía a nivel humano y todas las clases sociales caminaban en la misma dirección. Y no había rentismo porque el petróleo no superó los cuatro dólares y el Estado no llegó a recibir un dólar por barril.

Esto empezó a remitir, aunque sin cambiar de sentido, en el primer gobierno de Caldera, que no cumplió la promoción popular desde organizaciones de base, que era lo que había prometido en la campaña presidencial y, sobre todo, lo que pedía el tiempo.

Supermercado de Caracas en 1976
Supermercado de Caracas en 1976. Crédito: Biblioteca Nacional de Venezuela / Gentileza Andrea Zabala

Segunda etapa (parte 1): muchos venezolanos dejan de ser sujetos del desarrollo y comienza la corrupción

Esta dirección societaria se trancó en el primer gobierno de Carlos Andrés, en el que los venezolanos comenzamos a no ser sujetos y comenzó la corrupción en gran escala y el rentismo. Comenzamos a no ser sujetos porque el “Salto hacia la Gran Venezuela”, que fue su plan de gobierno, fue tan acelerado que se hizo en gran medida con personal especializado foráneo. Lo absoluto fue la producción y no los productores. Comenzó el rentismo y la corrupción porque subieron mucho los precios petroleros y el Estado percibió íntegramente las ganancias y muchos recibían mucho más que lo que producían.

Segunda etapa (parte 2): inserción en los barrios, las CEB, los grupos y asociaciones, y profesionales solidarios

Sin embargo, aunque este deterioro causó mucho dolor entre quienes aspiraban a vivir dignamente, por entonces tomó cuerpo entre nosotros, los católicos venezolanos, la recepción del Concilio desde Medellín. Lo más vivo de la Iglesia se volcó al pueblo, vino la inserción de la vida religiosa en barrios y caseríos, que dio lugar a las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) y a numerosas organizaciones en todos los campos. Esas dos décadas fueron el momento estelar en la Iglesia venezolana porque esa inserción inculturada y esa solidaridad de los profesionales se llevó a cabo con el Espíritu de Jesús de Nazaret y por eso en relaciones fraternas que hicieron crecer al pueblo en los diversos aspectos y sin escándalos.

Lo que no había querido impulsar Caldera, fue ocurriendo de otro modo, en gran escala y muy personalizadoramente y, sobre todo, desde la base.

Tercera etapa: tres crisis simultáneas provocan el progresivo abandono del pueblo

Pero a fin de los años 80 comenzó a remitir este proceso por tres crisis simultáneas: la primera, la llegada al orden establecido y al imaginario vigente del neoliberalismo. Ocurrió en la segunda década de los ochenta. Se impuso el individualismo como ideología e imaginario, y los cristianos consecuentes nos sentimos fuera del ambiente. Pero, además, se iban muriendo muchos religiosos y más aún religiosas, que vinieron de fuera y no hubo suficientes reemplazos. Y también se empezó a sentir la crisis económica: el 1979 fue el año en que empezó a caer el poder adquisitivo del pueblo. El pueblo se sintió abandonado, no sólo por el gobierno sino por el Estado, a pesar de muchas organizaciones populares. Y también, poco a poco y por las tres razones alegadas, por la Iglesia. Por eso las dos últimas décadas del siglo pasado fueron más de pena que de consuelo y la pena se fue agravando.

Cuarta etapa (parte 1): consuelo por el encantamiento del líder y por el aumento astronómico de precios petroleros

Al subir Chávez al poder hubo un consuelo en mucha gente popular, que se sintió convocada, escuchada y dignificada. Pero poco a poco se fue cayendo en la cuenta que, a pesar de la calidez de las relaciones de Chávez, en el fondo a lo que convocaba era a que el pueblo lo respaldara. Es verdad que él quiso hacer pasar al país del estado calamitoso en que se encontraba a “la máxima felicidad”; pero también era cierto que él pensaba que sólo él conocía en qué consistía y cuál era el camino para llegar a ella. Por tanto, sólo quedaba seguirlo. Esto es totalitarismo puro y duro. Pero, para que no se notara, tuvo el don de encantar a la gente, de manera que decían y escribían en las paredes: “yo soy Chávez”, “todos somos Chávez”, sin caer en cuenta de que, si era así, él nos había robado a todos la subjetualidad.

“la máxima felicidad”
Crédito: Vía La Tercera

El engaño salió a la luz cuando, después de perder el referéndum para reformar la constitución, lo fue implementando en contra de la mayoría. Como los precios petroleros estuvieron por las nubes, se dio la corrupción a gran escala, mucho más que en tiempo de Carlos Andrés, y hubo impresión de abundancia. Pero no sólo no se invirtió, sino que el gobierno se endeudó escandalosamente. Por eso, cuando bajaron los precios, el deterioro fue inocultable. Cosa que se fue intensificando en tiempos de Maduro, ya sin el carisma del encantamiento. Un proceso de deterioro que no ha hecho sino incrementarse.

Cuarta etapa (parte 2): el Concilio Plenario de Venezuela como acontecimiento sinodal

Del año 2000 al 2005 se desarrolló el Concilio Plenario Venezolano, que fue un verdadero acontecimiento, un verdadero hito, no sólo para nosotros, que participamos en él y más o menos para toda la Iglesia venezolana, sino para la Iglesia Latinoamericana. El acontecimiento consistió en un modo de relación de los participantes del concilio que significó pasar de una Iglesia clerical, en la que lo decisivo eran los rangos, que fue la relación inicial entre los participantes, a una Iglesia realmente sinodal en la que todos se sentían realmente pueblo de Dios y lo ejercían con libertad, contribuyendo cada quien desde su propio don y siendo respetados los laicos, incluso los laicos populares, por presbíteros y obispos. Ése fue el ambiente del concilio. Por eso, aunque como Concilio la votación decisiva era la de los obispos, antes se realizaba otra con todos los participantes, entre las que eran más las mujeres o los laicos que los obispos, y el acuerdo tácito, que se respetó, fue que la votación decisiva no cambiaría la de la asamblea. Con este modo de proceder los documentos estuvieron a la altura de lo más vivo de la Iglesia latinoamericana.

Desgraciadamente el Concilio no se ha puesto en práctica sistemáticamente, pero aún persiste ese caldo de cultivo y por eso ha podido ser retomado con creciente densidad. Y por eso la Iglesia es la institución con más prestigio, un prestigio bien ganado entre el pueblo y los profesionales solidarios. El papa Francisco es el que lo ha respaldado y, más todavía, lo ha venido propiciado.

Quinta parte: hoy está aflorando lo peor y lo mejor

Hoy la fuente del consuelo está en que se ha cumplido ese dicho de Pablo que afirma que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20) y por eso “cuando soy débil, soy fuerte” (2Cor 12,10). En efecto, nunca hemos estado peor; pero también es verdad que nunca hemos estado mejor. El país está destruido, cayéndose a pedazos; no existe el Estado y los saqueadores se están robando todo y tienen sometido al resto. Pero también es verdad que la mayoría de los venezolanos o por lo menos bastantes, ni se ha corrompido ni se resigna, ni vive maldiciendo, sino que vive con libertad liberada, con dignidad, con paz de fondo y aun dando de su pobreza. Nunca ha habido tanta solidaridad, tantos que, no ganado casi nada, siguen sirviendo porque quieren ayudar, tanto médicos y enfermeros como maestros y muchos vecinos. Esto es un verdadero milagro: un signo extraordinario de la presencia salvadora de Dios. Vamos a explanarlo.

En nuestro país apenas hay instituciones ni estructuras y el Gobierno no gobierna, sino actúa sólo en beneficio propio. Pero además impide que los ciudadanos actúen. Estamos en una dictadura con métodos totalitarios. Por eso tanta gente piensa que se ahoga. Y por eso, la emigración sin precedentes, la mayor del mundo después de la de Siria y eso en un país que desde los años 40 a los 80 del siglo XX se ha caracterizado por la recepción masiva de inmigrantes. Hoy no se ve una alternativa superadora y ni siquiera una salida. La única, que todo esté tan mal que el Gobierno no pueda atender ni a los suyos o que se les garantice a los de más arriba una salida con impunidad y llevándose el botín. Esta situación provoca desánimo, amargura, deseos de retaliación o dejar todo escrúpulo y dedicarse a aprovecharse de la situación corrompiéndose.

Pero también impulsa a muchos vivir como hijos de Dios y hermanos de todos desde el seguimiento de Jesús y al vivir de esas relaciones, que no alimentan, pero dan vida; vivir libres respecto del gobierno y buscar una alternativa superadora. Esa dirección vital es la que tenemos que elegir e impulsar con todas nuestras fuerzas.

Tenemos que vivir libres, ni aprovechándonos, ni resentidos ni buscando compulsivamente sustituirlo. Vivir desde nosotros, desde nuestras relaciones, y así con la dignidad de hijos y de hermanos, vivir con libertad liberada, amando concretamente, dando vida y recibiéndola fraternamente. Vivir como sujetos consistentes, que no se dejan llevar por cualquier viento. Insisto que esto ya lo hace mucha gente. Esto nos consuela, en medio del desastre y nos da esperanza.

El consuelo que Dios quiere e impulsa

Y como la consistencia, que, como hemos insistido posee bastante gente, es relacional, lo que toca es hacer comunidades, asociaciones y cuerpos sociales. Sólo si llega a darse una masa crítica que vive con esta libertad liberada y desde ella llega a construir un cuerpo social con suficiente espesor y envergadura, podrá darse una acción política que logre sustituir al gobierno y constituya una alternativa superadora. Pero un cuerpo social sólido sólo será posible desde multitud de comunidades y asociaciones, si son realmente personalizadas, es decir, construidas en base a relaciones horizontales, gratuitas y abiertas.

Pero para que sea superadora tiene que conservarse la trascendencia de las relaciones a lo largo de todo el proceso. Tenemos que acentuar la relación de hijos de Dios y de hermanos de todos y, para que eso sea posible, tenemos que seguir a Jesús realmente, porque sólo él nos hace hijos de Dios y hermanos de todos, desde el privilegio de los pobres y sin excluir ni a los excluidores.

Éste es el futuro que Dios quiere que construyamos, un futuro que nos excede. Pero si es menos que eso, no será alternativo ni el que Dios quiere. Tenemos que meternos a la tarea con todo nuestro ser y como algo que merece la pena, como lo único que puede colmarnos.

No podemos ahorrarnos el primer paso: sin personas consistentes no hay nada que hacer y éstas no pueden ser sólo los dirigentes sino una masa crítica que pueda dar el tono a la situación. Sólo así se hará todo en paz y sólidamente.

Pero estas personas sólo se consolidan en las relaciones; ante todo con Dios y con Jesús, pero también relaciones estables con otros que constituyan comunidades y cuerpos sociales. Si las personas tienen libertad liberada, tanto las comunidades como las organizaciones serán personalizadas, no de meros adherentes que no deliberan y, por tanto, insisto, con relaciones horizontales, gratuitas y abiertas.

Sólo este tipo de personas y asociaciones, sólo este cuerpo social personalizado, puede oponerse al Gobierno, no con sus armas, sino de un modo alternativo, es decir, por el peso de su consistencia.

pandemia de COVID-19
ONG venezolana ayuda a niños de una población vulnerable durante la pandemia de COVID-19. Crédito: Albanis Oliva

Este futuro nos excede, pero sólo él será más que otra versión de lo mismo. Este futuro es trascendente: está involucrada la relación con Dios y con Jesús, unas relaciones que tienen que impregnar a todas las demás y de todos modos la obediencia al Espíritu, para muchos atemática, pero comprobable por los efectos.

Este aporte incumbe a todos los que quieran de verdad una alternativa superadora; pero en toda su explicitud nos incumbe a nosotros y a todos los cristianos. Nosotros tenemos que reactivar nuestra relación con Papá Dios y con Jesús y con los demás seguidores y con todos, recalcando que tenemos que hacer verdad la preferencia de Jesús por los pobres. Esta dedicación personal tiene que ser también la médula de nuestro apostolado, que no puede no ser una concreción de la misión de Jesús de Nazaret.

Insisto que ya está en marcha el vivir con libertad liberada y la convivialidad y el hacer comunidades y asociaciones, aunque el gobierno trata de obstaculizar esto último. Por eso es importante lo que los cristianos hagamos como tales, porque lo que el gobierno identifica con la Iglesia tiene aún más libertad.

Dios quiera que entremos decididamente por este camino, sabiendo lo mucho que está en juego. En esto se juega nuestro consuelo, un consuelo no ficticio porque está basado en realidades y lo más real son las relaciones, porque, como insiste el papa Francisco en la Fratelli Tutti: “la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra” (66). Y esta importancia de las relaciones estriba en que “Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente” (240).

Ya hemos insistido que en este momento en que en nuestro país las relaciones a nivel estructural están destruidas y por eso nada funciona institucionalmente, sin embargo, mucha gente, sobre todo pobres con espíritu, pero también muchos profesionales, dan de sí, de su pobreza, fraternamente, apoyados en el espíritu filial con Papá Dios, que se les muestra con entrañas de madre. Ese es nuestro consuelo, que sobrenada sobre tanta desolación estructural.

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