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La carta a periodistas extranjeros que andan negando la crisis humanitaria en Venezuela

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Foto: Archivo Web

Estimados periodistas extranjeros (atención: sólo aquellos que niegan la crisis de derechos humanos de Venezuela):

Les saludo muy cordialmente. Antes de proseguir con estas líneas, quisiera hacerles una aclaratoria que me parece necesaria en estos tiempos que corren: defiendo la profesión que han escogido para vivir, su derecho a la libertad de expresión, y el rol fundamental que cumplen en la sociedad.

No cuestionaría jamás la importancia del trabajo que hacen, pero asumo mi derecho a cuestionar lo que dicen. Terminada esta aclaración, paso a mencionarles algo de lo que no parecen haberse percatado aún: son ustedes unos periodistas muy afortunados. No digo esto con ironía ni con mala intención. Entiendo perfectamente los riesgos que corren yendo a reportar a uno de los países más violentos del mundo (si no me creen, les invito a que comparen la tasa de homicidios que dio el propio ministro de relaciones interiores de Venezuela -muy por debajo de la dada por organizaciones no gubernamentales especializadas en la materia – con las de su propio país y, pues, luego hablemos) pero el panorama actual de la libertad de expresión en el país, especialmente a raíz de las protestas del mes de enero en las cuales varios periodistas extranjeros fueron detenidos, maltratados y deportados por el simple hecho de informar, me hace pensar que están ustedes en una situación privilegiada (esto sin mencionar los casos de los periodistas venezolanos).

Si no conocen el caso de Billy Six, periodista alemán detenido desde noviembre de 2016, presentado ante un tribunal militar (¿es necesario recordarles que Billy es un civil?) en donde le imputaron el delito de “rebelión” para luego terminar recluyéndolo en la sede en Caracas del Servicio Bolivariano de Inteligencia (el temido SEBIN) les recomiendo que se tomen el tiempo de revisar su historia y se sentirán aún más tranquilos y relajados de lo que se sienten ahora. Hasta donde sabemos, ustedes no han sido ni detenidos, ni deportados, ni encerrados en el SEBIN, ni hostigados por las fuerzas de seguridad como muchos de sus colegas. ¿Se han preguntado a qué se debe la diferencia en el trato? Esa es la primera pregunta que les dejo como tarea.

Habiendo establecido la suerte que tienen de ejercer su profesión sin amenazas ni detenciones en el país que decidieron visitar, creo que es hora de ir al grano: su negación de que en Venezuela haya una crisis humanitaria, su descripción de que “todo está normal” porque en el país hay McDonalds, su afirmación de que en “Venezuela la vida sigue su curso” y que las “cajas CLAP garantizan la subsistencia de una familia” no sólo es una trivialización inaceptable y francamente limitada de la realidad venezolana, sino también un insulto ante el sufrimiento de millones de venezolanos y venezolanas que han visto sus vidas suspendidas ante la pérdida del disfrute de derechos tan básicos como la alimentación y la salud.

Sí, es cierto, las personas se levantan en la mañana para ir a trabajar, los niños van a la escuela, el metro de Caracas se llena de gente, algunos pocos comen en McDonalds y en otras franquicias y el país “funciona” con la inercia de una máquina que no puede darse el lujo de detenerse porque perdería el poco sentido al que hay que aferrarse para afrontar el día siguiente. La pregunta que al parecer no se hicieron en sus visitas es qué historia hay detrás de cada uno de esos rostros que vieron llenando el metro, caminando por las calles y entrando a las escuelas. Lo digo porque cualquier persona que ha viajado dentro de Venezuela en estos últimos años, ha visitado un hospital, ha entrevistado a una persona que vive con el salario mínimo, y ha visto al país expulsar a 3 millones de sus ciudadanos de manera forzosa en un tiempo récord convirtiéndonos en los nuevos refugiados del mundo sabe que Venezuela es hoy por hoy una colección interminable de tragedias individuales que juntas forman la gran tragedia nacional que nos desvela.

Siempre he creído que una de las principales características de un buen periodista es su curiosidad. De mis amigos periodistas admiro sus preguntas constantes e inteligentes, su cuestionamiento de las “versiones oficiales” y su lucha incansable por encontrar la verdad. Es por eso que es imposible no sorprenderse al ver que son capaces de reportar “normalidad” en un país de donde ha huido el 10% de su población en pocos años, país que por lo demás se había caracterizado por ser una tierra que recibía cientos de miles de migrantes de todas partes del mundo y que ahora se conforma tristemente con despedidas apresuradas y con la nueva realidad de separaciones familiares obligadas que hace años hubiesen sido impensables.

Como hemos visto que han decidido obviar por completo un análisis sobre las causas de la migración forzada, nos preguntamos con mucha perplejidad a quien tuvieron a bien entrevistar para comprender las dimensiones de la crisis de seguridad alimentaria y la de salud. Esgrimir que la repartición por parte del gobierno de cajas de comida (las famosas CLAPs) que casi nunca contienen proteínas, cuya distribución es marcadamente irregular, y cuyos productos han sido cuestionados por su falta de calidad nutritiva le permite subsistir a una familia es decir que en Venezuela no hay hambre.

No sólo contradicen sin evidencias a la FAO (la agencia de Naciones Unidas de Alimentación y Agricultura, esa misma que años atrás felicitaba al gobierno venezolano por sus avances en materia alimenticia) que declaró a finales del 2018 que Venezuela se convirtió en el país de América Latina con mayor aumento en hambre y malnutrición sino que, una vez más, obvian ustedes el dolor de las madres y padres venezolanos que llevan años gritándole al mundo que su principal preocupación es no poder alimentar diariamente a sus hijos, a los abuelos de éstos, y a ellos mismos.

No es muy difícil conseguir esas historias y ya son muchos los medios internacionales que han publicado reportajes especiales sobre este tema. Asumo que ellos sí tuvieron la curiosidad y la ética periodística de no conformarse con la propaganda oficial y decidieron escuchar a las victimas más invisibles de esta tragedia: a la gente pobre que ahora es más pobre que nunca y a la gente que antes subsistía con ciertas dificultades pero que ahora han pasado a engrosar la lista de familias en situación de pobreza que el régimen de Maduro se niega a medir y a publicar tal vez porque esas cifras dicen más de su legado que sus piezas de opinión sobre la “normalidad de la vida en Caracas”.

Les invito entonces a que intenten conseguir los datos oficiales recientes sobre tasas de mortalidad infantil, tasa de mortalidad materna, el número de muertes por malaria, difteria, sarampión, dengue, entre otros. En pocas palabras, los invito a que consigan el boletín epidemiológico de la nación, ese que en sus países se publica pero que en el mío no. La última vez que “aparecieron” los datos nos tomó por sorpresa a todos: un día cualquiera en mayo de 2017, después de dos años de silencio, el ministerio de la salud nos informó que en el 2016 se había registrado un aumento del 30% en la mortalidad infantil y de 65% de la mortalidad materna. A los pocos días de publicados los datos (preocupantes, sin duda) la ministra fue removida del cargo y adiós información.

Agreguen a todo lo anterior el hecho de que hay un índice de escasez de medicinas de al menos 85%, que el salario mínimo son 6 dólares al mes en un país con hiperinflación (si consiguen el dato oficial de la inflación, les estaríamos muy agradecidos), que el sistema hospitalario está colapsado y de que hasta la UNICEF (la agencia de Naciones Unidas encargada de la infancia) ya ha reconocido que la emaciación (peso inferior al que corresponde a la estatura) podría estar afectando al 15% de las niñas y  niños de Venezuela, mientras otro 20% adicional está en riesgo de desnutrición.

Súmenle la violencia tanto del Estado como entre particulares, las detenciones arbitrarias, los casos de tortura, el horrible estado del sistema penitenciario, la deserción escolar, la dificultad de poder usar el transporte público, el colapso del sistema eléctrico y de servicios como agua y gas en todo el país y tienen ustedes la tormenta perfecta de una crisis sin paralelo (tormenta que antes no existía, razón por la cual nuestra memoria nos ayuda a exigir un mejor país). Si aun con esta información alarmante a ustedes no les parece que estamos frente a una situación crítica a nivel humanitario entonces tal vez nuestro desacuerdo es más bien un problema de desencuentro lingüístico.

Para ustedes, la crisis humanitaria que padecemos no es más que la existencia de “algunos problemas” que se solucionan, como ya han afirmado en sus artículos, con la existencia de una “red de protección social” que “amortigua” las carencias. Permítanme decirles una cosa: cuando usted visita un hospital y conversa con una madre cuya bebé de cuatro meses pesa tres kilogramos (experiencia propia vivida hace unos meses) y la familia no tiene el dinero para pagar la formula alimenticia y el gobierno por supuesto no la proporciona, la idea de que existen verdaderas políticas sociales que “amortiguan las carencias” no sólo suena totalmente hueca sino que raya en la más absoluta falta de solidaridad humana con las miles de madres que no pueden debatir sobre geopolítica mundial en un café de la Ciudad de México, de Buenos Aires o de Madrid, sino que bajan la mirada frente a los médicos de un pequeño hospital desabastecido en unas de las tantas ciudades pobres del país porque saben que las posibilidades de sobrevivencia de sus bebes son muy pocas.

Supongo que ya lo último que me toca decirles es que a estas alturas entiendo que nos diferencia una brecha ideológica insoslayable. A quienes podrían acusarme de defender a la “derecha”, al “imperialismo”, y al “capitalismo salvaje” porque defiendo la necesidad de un cambio en un país que ya no aguanta ni más dolor ni más crisis les repito siempre lo mismo: la solidaridad con las víctimas no tiene ni colores políticos ni ideologías negociables.

Es probable que en su visión del mundo los problemas de Venezuela obedecen exclusivamente a las garras del imperialismo contra un “gobierno revolucionario” y que las sanciones, sólo las sanciones, han asfixiado la economía. Aparte de la pereza intelectual que se oculta en una explicación tan simplista de una realidad tan compleja, todos sabemos que el gobierno de Maduro se dedicó obsesivamente a negar la crisis a pesar de que todo gobierno tiene la responsabilidad inderogable de garantizar un acceso mínimo a derechos como la alimentación y la salud aún en situaciones de emergencia. Para eso está la cooperación internacional y a Nicolas se la ofrecieron por años muchas agencias humanitarias imparciales y no-politizadas.

Claramente el poder genera cegueras y prerrogativas que te llevan a construir una escala de prioridades en donde colocas tu permanencia como autoridad incuestionable muy por encima de las necesidades de un pueblo entero. Nada más lejos de la definición de un líder.

Como yo sigo creyendo en el poder transformador del buen periodismo, no voy a terminar estas líneas sin pedirles que consideren volver nuevamente a Venezuela, recorran sus ciudades y sus pueblos, entren a los hospitales y a los barrios pobres (en especial a aquellos que no estén controlados por los colectivos armados afectos a Maduro que imponen una política de miedo y de silencio a sus habitantes), a las escuelas, al campo, a los estados indígenas, a las fronteras, y seguramente verán el verdadero rostro de una población que, como yo, no quiere ni sanciones, ni injerencia militar, ni a Trump ni a Putin, pero que tiene suficiente conciencia histórica para querer decidir su destino. Hagan preguntas incomodas al poder y eviten la condescendencia de afirmar que aquellos que nos oponemos a esta dictadura estamos siendo manipulados por intereses de otros.

No olviden que este 2019 demostró que quienes otrora apoyaron al chavismo son hoy en día quienes han salido a marchar masivamente para demostrar su descontento. No olviden tampoco que a esos que antes consideraron ‘afectos a la revolución’ son ahora las víctimas de su represión brutal porque pasaron de ser “las bases de apoyo” a ser el ‘enemigo’ en esta lógica belicista que caracteriza a un grupo en el poder que nos irrespeta a diario.

Es en nombre de estos venezolanos y venezolanas que han decidido exigir un cambio desde distintos rincones del país que su periodismo debería, como mínimo, escuchar nuestras voces y evitarnos tener que vivir ese momento incómodo en el que su negación de nuestra desgracia termina siendo vitamina para la perpetuación de quienes la han causado.

Muchas gracias.

Fuente: Veneca en el Exterior

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