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La biografía de un exilio: 1767-1916

José Del Rey S.J.

Biografía de un exilioVenezuela se suma hoy al ciclo de homenajes que en selectos ámbitos  del pensamiento y de la cultura se vienen realizando en todo el mundo en los más variados foros, congresos, publicaciones y conferencias sobre Restauración  de la Compañía de Jesús el 7 de Agosto de 1814 en la capital dela cristiandad.

Sin lugar a dudas hay encrucijadas que parecen imaginadas para poner a prueba a imaginarios como la tradición, pero también como la corporación que desea pronunciarse a modo de esperanza, a modo de futuro. Ese es el caso de la historia de la compañía de Jesús y lo trataremos de sintetizar en cuatro grandes hitos.

El primero lo constituye el sueño del fundador. En Iñigo de Loyola se fusionan dos conceptos como son el  de viajero y el del peregrino: el esfuerzo humano de la aventura y la psicología del desprendimiento y de la tensión hacia Dios. En última instancia al insertarse en el siglo de los grandes descubrimientos, le hizo sentirse heredero de esa dinámica de sueños, temores y entregas aprendidas en los Ejercicios Espirituales; y así todos esos compromisos personales estimularon sus iniciativas, le impulsaron a luchar contra el conformismo y propiciaron en el la búsqueda de soluciones originales para problema inéditos. El camino hacia lo desconocido le obligo a mirar siempre hacia delante y a buscar distinguirse en todas sus acciones. 

El segundo hito se refiere a la corporación por él fundada. Dos acciones imprevistas trazarían la historia del éxito de la naciente corporación religiosa y la identificarían con los ideales de los Estados nacionales y con los nuevos espacios del deseo de una sociedad totalmente nueva: las empresas misioneras en los nuevos mundos y el asumir la educación como factor trascendental de cambio.

El embrujo de la “Misión” los dotó de energías y proyecto ilusorios encuadrados todos ellos en lo que Alfonzo Alfaro denomina la cuaterna paradójica. En Primer lugar, el compromiso adquirido en la interioridad de la experiencia religiosa. En segundo término, la obediencia que suponía una total disponibilidad de sus personas para la misión y adquisición de un espíritu de cuerpo, todo lo cual implicaba sintonía con los ideales de la Orden así como también con los mandatos de los superiores. Como tercer requisito se buscaba una preparación “élite” que facultaba al jesuita para hacer frente a situaciones sin procedentes y sin posibilidad de consulta y deliberación ya que en medio de tantas encrucijadas había que aportar soluciones a retos inesperados. Y finalmente la adaptación, que debía aprender las reglas del juego ajenas, penetrar lo más profundamente posible en el laberinto de imágenes y símbolos desconocidos y de esta forma tratar de precisar lo que divide para poder acentuar lo que une.

Por otro lado, a través de la educación emprendieron los ignacianos el camino de la nueva ciencia y por ello se convirtieron en miembros activos de la República de las letras, de las artes y de las ciencias e hicieron actos de presencia como una empresa de “capitalización intelectual” y de organización internacional.

El aporte de los seguidores del hombre de Loyola al Renacimiento se centra en el gran reto que suponía crear “el deber de la inteligencia”, que consistía en enseñar y en crear ciencia. El descubrimiento del “capital humano” prendió como fuego en las nuevas sociedades renacentistas y de esa forma legitimó su demanda.

En efecto, la disponibilidad del jesuita de los siglos XVI, XVII Y XVIII para participar e integrarse en todos los frentes de La ciencia y la cultura hizo que dejaran honda huella en la historia de las gentes. Pero como anota Rafael Olaechea: “Huella y efectos que causaban, por igual, la admiración y el odio, la oposición y el respeto, la reticencia, la apología o la calumnia (pero nunca indiferencia) como jamás lo ha producido ninguna agrupación católica, ni ha conocido en el interior de éstas tantos sinsabores y humillaciones, incluida la mayor de todas: su supresión en 1773”

Con el tercer hito nos asomamos a los horizontes que generaron las festividades que hoy celebramos: la muerte y resurrección de la Compañía de Jesús. Dos sentencias de muerte creyeron poner fin a la obra de Ignacio de Loyola.

La primera fue civil y la decretó el absolutismo borbónico al condenar a la pena máxima a la orden fundada por el más universal de los vascos en 1540, pues, deseaba reiterar al mundo que el poder absoluto era incompatible con otro poderes que pudieran socavar los principios sagrados del Estado.

De este modo, a partir de 1759 hasta 1768,  los tres grandes océanos serían testigos asombrados del trasiego de centares de hombres. Considerados por los funcionarios que los expatriaban como “mercancía no deseada y de gran valor”, que habían levantado unas de las empresas trasnacionales más admiradas en Asia, África, América y Europa.

En el caso de Hispanoamérica el historiador sueco Magnus Mórner conceptualizará: “La expulsión de los Jesuitas de la América portuguesa en 1759y de la América Española en 176 fueron medidas oficiales que sacudieron profundamente la sociedad colonial. Es difícil encontrar otro suceso de la misma magnitud en el curso de la historia de Latinoamérica entre la conquista y la independencia”.

La segunda carta de defunción fue eclesiástica y la firmó en 1773 la máxima autoridad de la iglesia católica y significaba el entierro definitivo de la institución jesuítica y su consiguiente erradicación de la memoria de sus historias civiles y eclesiásticas.

Sin embargo aquellos proscritos expatriados en los Estado Pontificios se constituyeron el “centro más denso de todo el americanismo europeo”   y así se construyeron los fundamentos de tránsito de la conciencia criolla al nacionalismo emergente. De esta suerte se abrieron nuevos caminos para la historia natural, la geografía, la historia e incluso para incursionarla filosofía de la historia  y así se levantaron las bases para los estudios científicos de las realidades naturales sociales e históricas de América elaboradas desde el exilio. En este contexto es curioso verificar que a través de la obra escrita   del Precursor de la independencia de Venezuela, Francisco de Miranda, unos 290 jesuitas colaborarían en las tareas de la emancipación de las nuevas naciones hispanoamericanas.

El cuarto hito se abre a una nueva historia el día 7 de agosto de 1814. Pío VII restituía la carta de ciudadanía a 600sobrevivientes de aquel ejercito de excombatientes que, aunque náufragos, supieron resistir a todas las fuerza adversas hasta alcanzar las orillas de la restauración.

Y en el caso concreto de los miembros de la Provincia del Nuevo Reino de los 228 que expatrió Carlos III en 1767  de su lar americano únicamente pudieron ver la aurora de la restauración 14 sobrevivientes.

La “Compañía restaurada” se reinsertaba en el mundo occidental fragmentada, acomplejada y con serios problemas para recuperar su identidad y por ello tuvieron que pasar “por una experiencia dolorosa, ansiosa y difícil”. Y hasta el presidente de lo que fue aquella República espiritual y cultural de la “Compañía primigenia” se sentía ahora lejano del centro de poder de la cristiandad con su humilde base de operaciones en la Rusia Blanca casi como un rehén del imperio ruso.

Y a partir de ese momento se radicalizaría la posición de los regímenes liberales pues su criterio sería la supresión y no la mera expulsión.

En Octubre de 1916 regresaban los jesuitas a Caracas tras 149 años de exilioy de esa forma se superaba el dogma cultural de que el destino común del devenir humano es el olvido y se rompía la teoría de la ley de exilio sin retorno y la de fatalidad que es la historia de las decepciones, que es tan vieja como Homero.

Una meditación final. Es necesario asumir la conciencia de que la historias interpretadas por los vencidos necesitan de una doble lectura: la primera, debe tener el valor de desentrañar de forma crítica las experiencias vitales a la hora de hacer frente a los poderes constituidos bien civiles, bien eclesiásticos; la segunda, debe erigirse en la clave iluminadora para los resucitados a fin de que no regresen a las huellas que les condujeron a la muerte, pues la quiebra de la memoria histórica permite repetir la derrota de los que perdieron la auténtica carta de navegar

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