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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Jugar con fuego cuando no hay agua

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Foto Federico Parra (AFP)

Por Vladimir Villegas

La abrazadera de la crisis aprieta. Los mega apagones comparten protagonismo con la cada vez más grave falta de agua.

Todos, salvo muy pocos, estamos sometidos a los embates de esta cruda realidad. Este caos, según parece, llegó para quedarse un buen tiempo. Resolver la crisis eléctrica no sólo es cuestión de un cambio político. Entre ese cambio y una solución al problema pueden pasar años, según dicen los expertos en el tema.

Y no está escrito que el cambio es para ya, aunque sea la voluntad absolutamente mayoritaria de los ciudadanos. Si esa voluntad pudiese expresarse electoralmente, no tengo duda de que Miraflores tendría nuevos inquilinos producto de ese resultado. Acompaño la demanda de elecciones limpias, libres, transparentes, con un nuevo Consejo Nacional Electoral, pero no dudo de que aún sin esas condiciones el descontento es de tal magnitud que sería imposible detenerlo, con todo y trampas, ventajismo, cajas de comida, colectivos y demás ingredientes con los cuales juega un oficialismo acostumbrado a abusar del poder y cada vez con menos escrúpulos. Tristemente no se visualiza, al menos por ahora, una solución electoral.  Esa sería la menos costosa y la más perdurable.

Pero a la crisis eléctrica y a la subsecuente agudización de la escasez de agua se suma el agravamiento del ambiente político. Salvo que por debajo de cuerda se muevan otras opciones, nos acercamos, como lo venimos advirtiendo desde hace tiempo, a mayores escenarios de confrontación. Los grupos paramilitares o parapoliciales están actuando nuevamente con impunidad y con desparpajo, como lo comprueban los numerosos testimonios visuales que circulan por diversas vías. Y el terrorífico FAES pasó también a cumplir labores de exterminio de la protesta popular.

El discurso político “revolucionario” cede paso otra vez a la represión contra quienes protestan legítimamente por la falta de agua, por el caos eléctrico y por todo este infierno en el cual se encuentra la “Venezuela potencia”. Obviamente, hay una conexión entre lo que dicen los dirigentes del oficialismo sobre la activación de los mal llamados colectivos y lo que se ha visto en la calle. Quienes ayer nomás reivindicaban la protesta del bravo pueblo por circunstancias menos penosas que las actuales, hoy lo reprimen sin ningún rubor. Estos “stalincitos” tropicales se asemejan demasiado a los protagonistas de la Rebelión en la granja de George Orwell.

En los linderos opositores el panorama no es sencillo. Juan Guaidó sigue siendo un referente de primer orden. Es hoy un líder con indiscutible y elevado nivel de reconocimiento. Esa condición lo obliga a ser preciso en su discurso y en sus decisiones, a no caer en las redes de la retórica y el inmovilismo, pero tampoco hacerle concesiones a posiciones e iniciativas que también se han estrellado contra la realidad porque se basan en el mismo inmediatismo que ya se ha traducido en duras derrotas.

Invocar el artículo 187, mediante una interpretación incorrecta, para autorizar o estimular una intervención militar extranjera, o siquiera insinuarlo abre compuertas a escenarios de violencia que le pueden costar caro a su liderazgo, pero 1000 veces más importante que eso, al país y a la posibilidad de una salida que se traduzca en soluciones y no en mayores complicaciones y penurias.

No se trata de dar lecciones a quienes están poniendo su pellejo en riesgo. Se trata de que este es un asunto de todos los venezolanos en general, y muy principalmente de esa masa inmensa que reclama cambios, que los necesita para superar sus tragedias familiares, para soñar con un presente de esperanzas realizables y con futuro de superación y dignidad. Venezuela no tiene un rumbo cierto, excepto el del empeoramiento de su situación.

Si hacia algún lado vamos es al temido choque de trenes que describía hace unos días Luis Vicente León. El gobierno sabe moverse en los pantanos del caos y se afinca en la fuerza de su vocación represiva, no en el respaldo popular. Y el soberano, con el cual tanto se llenan la boca en Miraflores, carga agua donde la encuentra, sortea, como puede, la falta de electricidad, pero ve colmarse su paciencia y su serenidad, porque la abrazadera de la crisis le está cercando el cuello.

Cerrar la puerta al cambio mediante la represión y el cinismo político es jugar con fuego. Y agua no hay…

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octubre 9, 2024
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