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Jugando ajedrez

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Ángel Oropeza

En la política, como en el ajedrez, todas las piezas cuentan. Y es un error pensar que con solo una de ellas se puede ganar el juego. De hecho, si usted en el ajedrez mueve bien todas sus piezas, pero se equivoca con una, no importa lo bien que lo hayan hecho las demás, usted no va a ganar. Exactamente igual que en la lucha política.

La alternativa democrática venezolana tiene en su tablero de juego varias piezas: la articulación social, la organización popular, la presión de calle, el trabajo político de socavamiento de las bases de apoyo del régimen, la presión internacional, la docencia social, el acompañamiento a las luchas ciudadanas y la organización electoral, por citar sólo las más importantes.

Todas estas modalidades del combate político son complementarias e incluyentes. Unas son más visibles, públicas y evidentes, otras más propias del trabajo callado y sin estridencias, y algunas se desarrollan con el menor ruido posible, como corresponde a quienes enfrentan una dictadura. Pero todas son elementos necesarios de una misma ecuación, que deben ser combinados y coordinados con adecuada direccionalidad, de manera inteligente y simultánea.

En el tablero del modelo fascista que hoy nos explota, también hay varias piezas de juego. De ellas, hay tres de mayor peso e importancia, y sobre las cuales descansa su esperanza de ganar el juego. En primer lugar, la represión y el uso de la fuerza bruta, con los cuales se busca quebrar la capacidad de resistencia de la gente, y disuadir sus expresiones políticas a punta de miedo. Luego, la emisión sistemática de mensajes cuyo objetivo es generar desánimo y desesperanza en la población, a fin de convencerlos que su lucha no tiene sentido. Y, por último, tratar por todos los medios de romper la Unidad opositora, que es el mayor activo de las fuerzas democráticas y el principal obstáculo en el camino del régimen.

En esta estrategia central de desunión de la Oposición, indispensable para mantenerse en el poder, el gobierno cuenta con el apoyo –intencional o por descuido, pero apoyo al fin de cuentas– de algunas personas que han vuelto en estos días con prédicas que pensábamos ya

superadas. Por ejemplo, han reaparecido, para beneplácito del madurocabellismo, las fábulas de los opositores “traidores” que negocian la “calle” a cambio de elecciones, el gastado cuento que hay opositores que sí quieren sacar a Maduro y otros que sueñan con que se quede, la eterna historia del “ahora o nunca” o de la “batalla final”, el falso dilema que hay que salir del gobierno primero para poder hacer elecciones después, o –la guinda de la torta de lo absurdo– que hacer elecciones regionales es hacerle el favor a Maduro, cuando en verdad es la elección que más teme, ante la perspectiva cierta de perder el control en casi todo el territorio nacional, y precipitar su caída.

Esta colección de febriles historietas, al igual que la enfermiza desconfianza en el liderazgo democrático, son hijas de la primitiva antipolítica que, entre otras cosas, nos trajo a Chávez y a su modelo. Creo que llegó la hora de denunciar y detener esa contaminación militarista de nuestra manera de pensar y concebir la política, que no sólo demuestra ignorancia o estupidez, sino que se interpone en el camino de un pueblo dispuesto a lograr su liberación por vías eficaces y sostenibles.

¿Por qué está acorralada hoy la dictadura? Porque nadie nos ha sacado de la estrategia electoral, pacífica y constitucional (esa misma que a algunos les parecía inacción o entrega), la cual incluye la activación integrada y coordinada de todas –léase bien, de todas– las piezas y herramientas que conforman la lucha política.

Salirnos de allí, volver a los “atajos” o al estéril voluntarismo de las salidas mágicas, además de ser un error criminal, es el mayor favor que le podemos hacer a la consolidación y permanencia de la dictadura. Recordemos que el juego se pierde no sólo cuando el contrincante mueve bien sus piezas, sino cuando usted mueve mal las suyas

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