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Jubileo de 2025: ser “peregrinos de la esperanza”

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Por Israel David Velásquez, s.j.

Logo Oficial del Jubileo 2025. Vatican News
Logo Oficial del Jubileo 2025. Vatican News

Hace unos días recibí un mensaje de un amigo que me pedía encomendarlo en mis oraciones porque había decidido irse a Estados Unidos por “el tapón del Darién”. Era un mensaje de temor y al mismo tiempo de resignación ante la imposibilidad de encontrar otra alternativa dentro del país, luego de postergar durante años la decisión de irse. Mi amigo trató e hizo lo que pudo, pero me comentaba que ya no podía más, porque pasan los años y la situación país no mejora. Confieso que una vez más fue inevitable no aceptar que, por muy difícil que sea, la decisión de mi amigo es parte de la realidad del país: aunque se quiera ocultar y aunque estemos cansados de admitirlo, hay que reconocer una vez más que ante las injusticias de un gobierno totalitario, la única opción pareciera la de convivir como cada quien pueda con esas dinámicas injustas.

Tal vez, conscientes o inconscientemente, hemos optado por el “mal menor”, ante la incertidumbre y la falta de oportunidades “convincentes” que vayan dirigidas a recuperar la esperanza. Sería muy injusto afirmar que no hay personas trabajando por un mejor país, no obstante, no han logrado convencer a la mayoría de los venezolanos o sus trabajos se han invisibilizado entre tantas injusticias.

Ciertamente, estas primeras líneas no parecen ir a tono con el título del artículo, sin embargo, esa parte de la realidad venezolana no puede adornarse, ni obviarse ya que es desde allí que nos toca reconstruir el país. Una tarea de reconstrucción que al haberse pospuesto —por una u otra razón — requiere como primer paso el de la reconciliación. Una reconciliación que no queda reducida únicamente a la relación con el otro, sino también con la realidad: una realidad que tiene sus luces, pero que también está cargada de sombras, heridas y malestar social que necesitan ser sanadas para que en el futuro no se conviertan en resentimiento y división. Esa realidad que no puede ocultarse y con la que el venezolano debe reconciliarse no puede ser la última página de nuestra historia política, sería muy triste que un país como el nuestro con tantos dones y con tanta historia termine callando, doblegandose y en un letargo incitado por aquellos que gobiernan a su antojo, aunque suelen afirmar en su discurso que “gobiernan para el pueblo”.

En este sentido, sin duda existe una realidad objetiva que hace válido el sentimiento de añoranza, resignación, tristeza y dolor, no obstante, la difícil realidad social, política y económica de Venezuela nos presenta dos opciones: o se convierte en excusa para legitimar las dinámicas injustas provocadas por las políticas gubernamentales o se convierten en razones para seguir luchando y resistiendo, como se pueda, en medio de las heridas y el malestar social. Es aquí donde la Iglesia debe acompañar, actuar, denunciar y anunciar la buena noticia entre tantas malas noticias. Ahora bien, en un país donde las denuncias parecieran no ser atendidas por las instancias gubernamentales, y cuando en el exterior tampoco hay consenso en cómo responder a dichas denuncias, aunque es necesario seguir denunciando, me atrevería a afirmar que hoy nuestro país necesita de una Iglesia que fortalezca su misión de anunciar la buena noticia.

No pareciera ser casualidad que el papa Francisco en la carta dirigida a monseñor Rino Fisichella en relación al Jubileo del año 2025, invita a que el próximo Jubileo pueda ayudar a “restablecer un clima de esperanza y confianza”, dos elementos que en nuestro país parecen haberse agotados o perdido y que como Iglesia debemos colocar todos los medios para volver a encontrarlos en el camino, en clave de discernimiento y acción. La reconciliación con la realidad que hoy para muchos es agobiante, debe ser un signo visible de “un nuevo renacimiento, que todos percibimos como urgente”.

La tarea no ha sido, ni será fácil: entre los años 2023 y 2025 se encuentra el año 2024 que en nuestro país será un año electoral. Como Iglesia venezolana (religiosos y laicos), estamos llamados a tomar posición ante dicho proceso, recordando no obstante que nuestro compromiso es con cada persona desde la enseñanza de Jesús de Nazareth y hacia lo humano, por encima de las opciones y decisiones. Y desde allí, en palabras del Papa Francisco “ayudar a redescubrir las exigencias de la llamada universal a la participación responsable”.

En tal sentido, una imagen bíblica que puede ser propicia para la misión de la Iglesia en la Venezuela de hoy y que va en sintonía con las palabras del papa Francisco en la carta dirigida a monseñor Fisichella, es la del diálogo entre Moisés y Josué en el libro del Éxodo (32,16-18), donde ante los gritos del pueblo: Josué cree que son gritos de guerra y Moisés por su parte reconoce que no son gritos de victoria ni de derrota, sino que son cantos. Ante la urgencia de “un nuevo renacimiento” podemos correr el riesgo de dar por sentado lo que quiere nuestro pueblo e incluso la misma Iglesia puede sentirse agotada y, como Josué, pensar que todos los ruidos son de guerra y no hay espacio para la paz, la esperanza y para las oportunidades. La grave consecuencia de vivir de esta manera, es que nos puede llevar a un acompañamiento superficial que no sea efectivo y que contribuya a la desesperanza y a no estar a la altura de las circunstancias. Y si algo nos está diciendo el pueblo con su apatía ante el escenario electoral, es que hay un cansancio producto de que los que estaban llamados a acompañar y a liderar, no estuvieron a la altura.

Por el contrario, hoy la situación nos invita a afinar nuestros oídos como Moisés, para que con sutileza podamos escuchar el canto del pueblo: lo que pide, lo que necesita, lo que está en su corazón. Un canto que sigue siendo diverso y complejo, como diverso es nuestro pueblo en cada una de las regiones del país. No obstante, es un canto que cada vez suena menos a victoria y que se va instalando en todos los rincones del país, incluso en la “burbuja” como algunos consideran a la ciudad capital. Es el triste canto de que no hay solución a la crisis y que urgentemente debemos abocarnos a escuchar y acompañar. Ante ello, como lo afirma el papa Francisco, el ser peregrinos implica velar y hacer “todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado”.

En conclusión, la Iglesia debe acompañar un proceso de reflexión y de diálogo que permita ver la realidad como una garantía de que más allá de los hechos que han causado y siguen causando heridas y desilusión, hay una realidad que puede convertirse en un medio que posibilite una nueva realidad. Se hace preciso hoy recordar las palabras y la vida de tantos, como por ejemplo el padre José Virtuoso que se preocupó por buscar soluciones a la crisis del país para evitar “que la única salida fuera Maiquetía”. Hoy podemos sostener como Iglesia que “otra salida a la crisis, no puede ser el Darién”. Por tal razón, estamos invitados desde nuestro campo de acción a posibilitar la realidad que hoy pareciera imposible, pero que descansa en el corazón y en la mente de tantos venezolanos, porque si algo podemos estar seguros es que la gran mayoría de los venezolanos no quiere vivir como hoy nos han obligado a vivir, pero tampoco encuentran propuestas que despierten esa Venezuela diferente que la gran mayoría anhela. Es un tiempo entonces como Iglesia venezolana de peregrinaje, de creatividad y de “renacimiento” que no puede esperar al año 2025. Por ello pidamos a Jesús de Nazaret que Él nos acompañe, para poder comenzar el peregrinaje.

Nota:

Carta del santo padre Francisco a S.E monseñor Rino Fisichella para el Jubileo 2025:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2022/documents/20220211-fisichella-giubileo2025.html

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