Antonio Pérez Esclarín
El martes pasado me reuní con un grupo de maestras de Fe y Alegría a las que, inexplicablemente, el Gobierno no les ha otorgado el beneficio de la jubilación, a pesar de que han gastado su vida a garantizar educación de calidad a los niños de las zonas marginales. Sus testimonios me asomaron a las profundas reservas morales y a la capacidad de entrega y sacrificio que late en los corazones de muchas personas. Como ellas hay muchas otras. Dada la necesaria brevedad del artículo, me limitaré a transcribir algunos trozos de sus testimonios:
“Tengo 76 años de edad y llevo 42 años trabajando en el Colegio La Chinita de Fe y Alegría en Maracaibo. Me siento muy feliz de haber entregado mi vida a una educación de calidad y con valores. Siempre trabajé con corazón y lo seguiré haciendo mientras Dios me lo permita. El trabajo me fortalece y me siento feliz en la escuela ayudando a los niños y dándoles mucho amor. Cuando estoy en la casa quiero estar en la escuela. Ella es parte de mi vida…Creo que tengo bien merecida mi jubilación y espero que el Gobierno nos la conceda pronto a mí y a otras compañeras que están más cansadas y agotadas que yo” (Ada).
“Tengo 70 años y 41 años de servicio en Fe y Alegría. Me he entregado a los niños con verdadera pasión. Tuve oportunidad de trabajar en escuelas públicas pero nunca quise abandonar Fe y Alegría. Tampoco acepté trabajar doble turno para atender bien a mis hijos. Pensaba que cuando cumpliera 50 años me retiraría, pero voy por los setenta y aquí sigo. Me siento muy satisfecha de mi trabajo, pero ya es hora del relevo, de que mi cargo lo ocupe gente más joven, con más fortaleza e ideas nuevas. Pienso que tenemos bien ganada la jubilación y espero que nos la concedan pronto”, para poder disfrutar de nuestra vejez”.
“Tengo 68 años y llevo 38 años como maestra de Fe y Alegría. La universidad me dio teoría, pero la escuela me hizo maestra. En Fe y Alegría siempre nos dan cursos, talleres, nos enseñan a querer nuestra profesión y a querer a nuestros alumnos, sobre todo a los más necesitados y tremendos. Todo mi trabajo lo he hecho siempre con amor. Deseo y pido que así como hemos dado mucho, se reconozca nuestra entrega y nuestro trabajo y nos otorguen la jubilación que tenemos bien merecida. Me parece una injusticia que nos traten peor que a los maestros oficiales cuando nosotras estamos realizando una labor semejante a la de ellos y lo hacemos con verdadera entrega. Y esto resulta frustrante pues ya nos sentimos cansadas y no reconocidas” (Ralia).
“Yo empecé a trabajar de maestra a los 19 años y llevo ya cuarenta esforzándome por dar lo mejor para que mis alumnos disfruten de una educación de verdadera calidad. Por eso, trabajamos también con los padres y representantes con los que montamos cooperativas, cursos de capacitación, grupos de madres voluntarias, que nos ayudan en los salones. Soy egresada de la Normal de Fe y Alegría y toda mi vida he trabajado en esta gran familia. Me ofrecieron varias veces cargo en la escuela pública pero, a pesar de las ventajas económicas, no acepté. ¿Cómo voy a aceptar si Fe y Alegría es mi casa? Llevo 10 años luchando por la jubilación, pero siento que no nos han escuchado ni tomado en cuenta. Yo salgo del trabajo agotada, no puedo más, mi mente está cansada, querría dedicarme a disfrutar de mis nietos, a una vida más tranquila, que creo la tengo bien merecida” (Luz Marina).
“Empecé a trabajar en el año 82 en una escuela comunitaria en el Km. 18 vía La Concepción. La llamábamos La Nueva Escuela porque queríamos que fuera distinta a las demás, una escuela llevada a cabo por los propios representantes. Luego, para mantener su espíritu, la pasamos a Fe y Alegría y se llamó Abrahán Reyes. Yo sigo trabajando allí. Estoy enferma y siento que no puedo más. Camino con bastón y me canso mucho. Amo a los niños, querría seguir dando todo lo mejor pero me fallan las fuerzas. He entregado toda mi vida al servicio de los más necesitados, niños y adultos. ¿No es verdad que merezco la jubilación?” (Leiza)