Por Alfredo Infante s.j.
Este 29 de junio, los venezolanos conmemoramos, entre el dolor y la esperanza, el centenario de la muerte del venerable médico de los pobres, José Gregorio Hernández.
Esperanza, porque confiamos en que este insigne venezolano, a quien nos encomendamos diariamente con gran devoción, sea elevado a los altares como reconocimiento a su ejemplar vida de fe, amor comprometido en el cuidado de la salud de nuestro pueblo pobre y la apuesta por la institucionalidad de la salud pública de nuestro país.
Dolor, porque celebramos su paso entre nosotros en medio de esta emergencia humanitaria compleja que está matando diariamente a nuestro pueblo a consecuencia de enfermedades que, gracias a los aportes de José Gregorio Hernández junto a otros insignes médicos, ya habían sido erradicadas de nuestra población.
El pueblo pobre y excluido llama cariñosamente a José Gregorio Hernández «mi doctorcito», porque en su memoria sagrada este insigne venezolano es un signo del amor misericordioso de Dios y, al mismo tiempo, en él se transparenta lo mejor de nosotros mismos, la belleza de nuestra humanidad, la esperanza de que sí podemos recuperar y reconstruir nuestro país.
En esta Venezuela fragmentada y herida, el venerable es un punto de encuentro donde todos nos reconocemos. Si él en vida se entregó a cuidar la salud de su pueblo y trabajó por la institucionalidad pública para mejorar la calidad de vida en nuestro país, hoy su memoria nos sigue sanando, porque en él nos reconciliamos y nos movilizamos por la construcción del bien común.
Veamos algunos datos y reflexiones que surgen de su vida y obra:
1) Fue un gran científico, que se preparó gracias a una beca en la Universidad de París, la mejor escuela de medicina de su época, con el propósito de volver al país y contribuir a su desarrollo. ¿Cómo están hoy las ciencias en nuestro país? ¿Cómo apoyar a los pocos científicos que nos quedan en medio de esta estampida de talentos?
2) Fue un excelente y exigente académico que dedicó gran parte de su vida a formar médicos cualificados que vivieran su profesión al servicio del país. ¿En qué medida se mantiene este espíritu en el gremio médico? ¿En qué condiciones están hoy nuestras escuelas de medicina?
3) Fue un intelectual cristiano que, desde su fe, participó cualificadamente en los debates sobre «ciencia y fe» de su época. ¿Están los intelectuales cristianos presentes en los debates claves de nuestro país y nuestro tiempo?
4) Asumió una praxis cristiana integral desde el lugar de los pobres, la calle. La casa de los excluidos era su casa, desde allí asumió su misión académica, intelectual y científica y se ancló en nuestra memoria colectiva como «el médico de los pobres». Desde allí, incluso, nos sigue evangelizando. ¿Cómo está la opción preferencial por los pobres en nuestra Iglesia?
La vida del venerable sigue siendo hoy un signo del amor de Dios que nos despierta y nos llama a reconstruir nuestro país y apostar por condiciones de vida digna, desde la opción preferencial por los pobres. Conmemorar el centenario de su fallecimiento en este contexto es un llamado a encarnar y continuar su legado. Oremos para que sea elevado a los altares, pero nunca nos olvidemos que su altar es Venezuela.