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José Gregorio Hernández: punto de encuentro

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Editorial Revista SIC 824

Una buena noticia ha llenado de esperanza el corazón del venezolano: el cardenal Baltazar Porras anunció oficialmente al país, el pasado 27 de abril, la aprobación por parte de la Comisión Teológica del Vaticano, de la beatificación del Venerable José Gregorio Hernández. ¿Quién fue José Gregorio Hernández? ¿Qué significado tiene para el país su beatificación en este contexto? ¿A qué nos invita su experiencia de fe?

José Gregorio Hernández fue un hombre de iglesia, laico y médico que, desde su fe, vivió una entrega incondicional a los pobres. Integró y armonizó fe, caridad y ciencia. Puso su profesión médica al servicio académico y científico, formando parte de los grandes hombres que gestaron la salud pública en Venezuela, entre los que se cuentan Luis Razzetti, Pablo Acosta Ortiz, Elías Rodríguez, Elías Toro, Santos Aníbal Dominici, Emilio Conde Flores, entre otros. Verdaderos próceres civiles que dedicaron su vida a la salud del país. Hoy, muchos de ellos marginados de la memoria oficial, en un país de tradición e imaginario militarista.

Este gran cristiano y ciudadano ejemplar vivió entre 1864-1919. Fueron tiempos de gran adversidad, la Venezuela que le vio nacer era rural, destruida y reducida a la miseria a causa de las guerras que trastocaron la vida social, política y económica a lo largo del siglo XIX, apenas con algunos respiros de frágil estabilidad para, llegado el siglo XX, vivir sometida a las dictaduras de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, hasta ahora, el período dictatorial más prolongado de nuestra historia. De igual modo la Iglesia, para finales de siglo XIX, se encontraba en su mínima expresión institucional, expropiada de sus bienes, exiliada y, a principio del siglo XX, con mucha discreción inició el proceso de restauración, en medio de una férrea dictadura y de una atmósfera de positivismo anticlerical dominante en las élites intelectuales del país. El venerable José Gregorio Hernández es un signo visible y cualitativo de esa Iglesia que renace en medio de la tormenta construyendo alternativas y soñando el país. Nació y vivió en un contexto adverso, pero no sucumbió, se mantuvo firme en su misión de transformar a Venezuela, de ponerla a la altura de los tiempos en lo que respecta a la salud pública, dedicando gran parte de su vida a la academia y a la investigación científica, y con amor profundo a los pobres, a quienes trataba con ternura divina, combatió y denuncio la pobreza fruto de la injusticia.

En medio de las turbulencias, dedicado desde la fe a los pobres y a la construcción del país, tuvo tal densidad interior que, aunque afectado hondamente, nunca se dejó doblegar por la situación y conquistó, por gracia de Dios, la paz interior:

Esta filosofía me ha hecho posible la vida. Las circunstancias que me han rodeado en casi todo el transcurso de mi existencia, han sido de tal naturaleza, que muchas veces, sin ella, la vida me habría sido imposible. Confortado por ella he vivido y seguiré viviendo apaciblemente. Mas si alguno opina que esta serenidad, que esta paz interior de que disfruto a pesar de todo, antes que a la filosofía la debo a la religión santa que recibí de mis padres, en la cual he vivido y en la que tengo la dulce y firme esperanza de morir, le responderé que todo es uno.

 

La noticia de su pronta beatificación, a 101 años de su muerte, nos llega en un contexto de dictadura y en medio de una pandemia, con el sistema de salud colapsado, con gran parte del país en un estado de pobreza crítica, la ciencia exiliada y la vida académica universitaria torturada, reducida y amenazada en su autonomía. En estos últimos años hubo un salto atrás en aquellos desafíos en los que nuestro Venerable, junto a otros insignes venezolanos, invirtió su tiempo y energía. Por tanto, él es hoy símbolo de encuentro, de sinergia, para la transformación y reconstrucción del país por la vía pacífica.

Científico y académico

Luis Razetti, científico, no-creyente y José Gregorio Hernández, quien vivía su praxis desde la fe, fueron colegas, amigos, y se reconocían mutuamente con mucho respeto, más allá de sus diferencias debatidas públicamente en la academia, con elegancia. Las palabras de Razetti, publicadas en El Universal el primero de julio de 1919, son ilustrativas de este reconocimiento:

[…] fue médico y científico al estilo moderno: investigador penetrante en el laboratorio y clínico experto a la cabecera del enfermo; sabía manejar el microscopio y la probeta, pero también sabía dominar la muerte y vencerla. Fue médico profesional al estilo antiguo; creía que la medicina era un sacerdocio, el sacerdocio del dolor humano, y siempre tuvo una sonrisa cariñosa para la envidia y una caritativa tolerancia para el error.  Fundó su reputación sobre el inconmovible pedestal de su ciencia, de su pericia, de su honradez y de su infinita abnegación1

 

Y es que el Venerable fue fundador de la medicina científica moderna en Venezuela, introdujo las cátedras de bacteriología, histología normal y patológica, más fisiología experimental, y fue cofundador de la Facultad de Medicina de la UCV y miembro de la Academia. Todo esto lo hacía desde un profundo amor a la Iglesia, a los pobres y al país; era su consagración, su sacerdocio.

El Venerable, por su ejemplo de vida, estaba muy claro en que, sin desarrollo científico, un sistema de salud pública de calidad, y una Academia comprometida a fondo en la lucha contra las enfermedades y la pobreza, la mayoría de los venezolanos seguirían viviendo en la miseria; para entonces, el promedio de vida en el país era de 35 años.  Por eso, en su vida armonizó, por un lado, la caridad cara a cara como médico de los pobres –relación que le abría los ojos ante los desafíos de la miseria social que habría de superar– y, por otro lado, el amor estructural en su misión científica y académica para erradicar las enfermedades y formar médicos comprometidos con el país. Cuentan que era muy benévolo con los pobres, pero muy exigente consigo mismo y con los estudiantes, y pese a la “caritativa tolerancia con el error”, señalada por Razetti, apostaba por la excelencia de los estudiantes, con quienes era firme y a quienes se dedicaba con alma, vida y corazón.

La pandemia

El Venerable en sus dos últimos años de vida vivió la pandemia de la “gripe española” (1918-1919) que asoló nuestro país, estuvo junto con sus colegas entregado a responder y aliviar el sufrimiento de la población. Para entonces denunció, junto a Razetti, que lo que estaba matando a la población no era el hambre, sino la pobreza y miseria en la que injustamente se encontraba la mayoría.  Lamentablemente, las palabras del Venerable y Razetti calzan a la Venezuela de hoy. Desde la Iglesia y la sociedad civil, animadas por su legado, seguimos apostando por la vida en medio de esta emergencia humanitaria compleja agudizada por la pandemia.

Doctor José Gregorio Hernández, ruega por nosotros.

Nota:

  1. DUPLÁ, J. (2019). “Centenario de la muerte del santo de los venezolanos”. En: revista SIC N° 814, junio 2019. Sección “Dossier”.

Fuente: Revista SIC 824

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