Por Alfredo Infante, s.j.
Los venezolanos estamos celebrando la alegría de la beatificación de José Gregorio Hernández, y en este contexto eclesial, la Jornada Mundial de las Misiones nos invita a reconocer que “la vida es misión” y a responder al llamado de Jesucristo diciendo: “Aquí estoy envíame”.
José Gregorio Hernández, médico de los pobres, hizo de su vida un peregrinaje tras las huellas de Jesús y, como buen discípulo mantuvo su corazón siempre dispuesto a responder al llamado del Señor diciendo: “Aquí estoy envíame”.
El Señor lo envío a cuidar y defender la vida en una Venezuela enferma y destruida por las guerras y descubrió, como laico, el sacerdocio del dolor a través de la medicina. Esa búsqueda y disposición total al llamado de nuestro Señor en el aquí y ahora de su existencia, lo fue configurando como un gran ser humano, y, esa humanidad llena de bondad, misericordia, paz, justicia, amabilidad y compasión para con todos y muy especialmente para con los pobres y enfermos lo hizo santo a los ojos del pueblo y de Dios.
Este año no podemos dejar de reflexionar el tema de la Jornada Mundial de las Misiones en Venezuela, a través de la vida de nuestro beato, un hombre de nuestro pueblo, que asumió su vida desde la fe y se convirtió en un insigne testigo del amor de Dios.
Esa fe que iluminó el camino de su vida fue transmitida por la familia, la mamá le comunicó el amor por Jesucristo y las obras de misericordia, y, su padre, el deseo de superarse para servir mejor a los demás en nombre de Cristo. Este sello familiar fue el fundamento de su desarrollo humano Cristiano hasta convertirse en un Cristiano ejemplar, que supo hacer vida su bautismo, porque nuestro bautismo, nos confiere la gracia de ser hijos y hermanos y anunciar y trabajar por construir un mundo fraternal, donde reine la justicia y el amor.
Por eso, JGH, con tesón y sacrificio, eligió estudiar medicina siguiendo el consejo de su papá quien le hizo ver las necesidades de salud que padecía la mayoría de los venezolanos, especialmente los más pobres. El joven Cheito puso tanto amor y empeño a sus estudios que se graduó con honores en el bachillerato y en la universidad. Estaba claro que, como nos lo recuerda Santa Teresa de Calcuta, “para servir hay que servir”.
Siendo médico ejerció la medicina con una gran vocación y disciplina al servicio de todos y tuvo una dedicación especial y reverencial hacia los pobres a quienes sirvió con bondad y piedad encontrando a Jesucristo en cada uno. También, combatió la pobreza y la miseria que atentaba contra la vida digna de los más necesitados. Cuentan los testimonios que Cheito no sólo atendía la enfermedad, sino que se dedicaba a atender a la persona entera, con amabilidad y dedicación. Consideraba que gran parte de la cura de una enfermedad está en el buen trato del médico y en la confianza que el paciente deposita en el médico. Las personas que el trataba se sentían importante y amadas por Dios.
Consciente de que la misión de cuidar la vida era ingente y que se necesitaban muchos trabajadores para la misma, se dedicó a formar a los jóvenes, como profesor de la escuela de medicina de la UCV, en el hospital Vargas. Sus estudiantes lo recordaban como un excelente pedagogo y un formador exigente porque estaba consciente de la importancia de la educación, y, más aún, de la formación de médicos. El aula de clase era, para él, una manera de expresar su amor y agradecimiento por Venezuela. La generación de médico que pasó por sus manos, siguieron su ejemplo e hicieron grandes contribuciones a la salud pública en Venezuela.
Cheito, no se conformó con ser buen médico y educador, su aguda inteligencia y espíritu inquieto lo convirtieron en un gran científico comprometido con el cuidado de la vida. Fue el fundador de la medicina científica en Venezuela, y estaba convencido de que la ciencia era uno de los principales medios para sacar al país de la miseria material y cultural; y junto a otros médicos de su tiempo, se entregó con tesón para poner a nuestra nación a la altura de los países más avanzados en la ciencia médica que existían en su época, por lo que seguía con mucha atención y estudio el acontecer científico mundial.
Este deseo de formarse para aportar al país lo convirtió en un ciudadano responsable. Por eso, Cheito, no sólo fue médico, académico y científico, sino que, junto a Razetti y compañeros, pensó la salud pública y una Venezuela libre de enfermedades como deber ciudadano. Su ejercicio de la medicina clínica, la academia y la ciencia estaban ordenada en función de fortalecer la institucionalidad en el país para que todos los venezolanos gozaran del derecho a la salud digna. Tanto amaba a Venezuela que desistió de una oferta de la Universidad de París y, prefirió regresar a Venezuela para estar al servicio del país de los pobres, porque su “vida era misión”.
Su fe y cercanía con los más pobres, lo llevaron a ser un profeta de la justicia. Amó a los pobres con profunda caridad y piedad reconociendo en ellos a nuestro Señor Jesucristo. Este amor le llevó a indignarse por la pobreza y buscar combatirla, así, en la pandemia de la gripe española de 1918-1919, junto a Razetti, denuncian las condiciones de hambre y miseria de la mayoría de los venezolanos como principal causa de muerte.
Para Cheito, como discípulo de San Francisco de Asís, la construcción de la paz y el ejercicio del bien eran parte importante de su espiritualidad. Por su experiencia internacional era consciente del drama de la guerra mundial, oraba incansablemente por la paz mundial y ofreció su vida en holocausto. Dijo, a un amigo un día antes de morir: “voy a confesarle algo: yo ofrecí mi vida en holocausto por la paz del mundo… esta ya se dio, así que ahora solo falta…”. Hoy, cuando en medio de la crisis política que vive Venezuela se levantan extremismos, de lado y lado, que ven en la violencia la salida, este testimonio de JGH nos llena de confianza para invertir nuestras energías por las soluciones pacíficas.
Cheito, a lo largo de su vida mantuvo encendido el deseo de una mayor entrega a Dios. Fue un cristiano en búsqueda. Toda su vida fue un proceso de discernimiento para buscar y hallar la voluntad de Dios. Siempre le acompañó la sed por una mayor y radical entrega, primero en su deseo de ser sacerdote, y, después, ante sus fracasos y por obediencia a su acompañante espiritual, descubrió que su verdadero sacerdocio era la medicina y el servicio al país desde los pobres, la academia y las ciencias. Dios lo quería laico.
Para Cheito, las cosas no fueron fáciles en la vida, pasó por muchas pruebas y trabajos, la vida fue siempre una conquista. Hoy, Venezuela es un país en duelo, la violencia y las enfermedades, enlutan a muchos de nuestros hogares, por eso, el testimonio de fe de JGH es un signo de esperanza en medio del dolor para la familia venezolana.
Después de muchos años, Cheito, por la gracia de Dios, JGH sigue actuando hoy, intercediendo por las necesidades de los venezolanos, especialmente por los niños, niñas y adolescentes. El milagro aprobado que dio paso a la beatificación de JGH tiene unas características que nos dan señales importantes para nuestro momento; sucede en una región abandonada del país, rescata la vida de la violencia, la agraciada es una niña de clase humilde. El milagro, es una clara señal que Nuestro Señor sigue acompañando a nuestro pueblo por intercesión de JGH.
Por todo esto, celebramos su memoria viva. Cuando murió Venezuela grito: “JGH es nuestro” Los testimonios de ese momento de venezolanos de todos los sectores sociales lo confirman. JGH es esa memoria civil, laica, que saca de nuestra alma, lo mejor de nosotros. JGH con su paso es memoria y esperanza viva.
En esta Venezuela destruida por los malos gobernantes y llena de resentimientos, odios y enfermedades, la persona de JGH nos desafía y nos pregunta: ¿Qué significa para nosotros hoy acoger la vida como misión? ¿Qué significa abrirnos al Señor y decirle “Aquí estoy envíame”?
Hoy, según los últimos datos de la Encuesta nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) entre 2017 y 2019 huyeron del país 2, 3 millones de personas, esto en un acumulado en los últimos cuatro años de 5,2 millones de personas. No son números, son rostros concretos, algunos de ellos forman parte de nuestra familia y la mayoría son jóvenes. Con la pandemia algunos han retornado y están siendo señalados por las autoridades de su propio país como “bioterrorista”, violando su dignidad y el derecho legítimo de volver a su país. ¿Qué te dice esta realidad? ¿cómo cuidar tu vida y la vida de tus conciudadanos? Ante esta realidad ¿te atreves a decir “Aquí estoy, Señor, envíame”?
De igual modo, si contemplamos a la madre tierra escucharemos el llanto de la creación ante el recalentamiento global, la contaminación de ríos y mares, la desforestación y la depredación del amazonas, resultado de la idolatría del dinero y el poder. Muchos han sacado a Dios de su corazón y actúan en la lógica del “para-sí-to”, auto centrado en sus intereses egoístas, destruyendo a la naturaleza y a las comunidades y pueblos originarios. Te has preguntado ¿Qué significa cuidar la vida y decirle al Señor aquí estoy envíame? Estás dispuesto a responder a los desafíos que la fe te plantea hoy ante esta destrucción de nuestra casa común: la tierra.
Nuestro Beato José Gregorio Hernández, fue un gran misionero “ad gentes”, que oró y actuó a favor de la Paz mundial, en un momento en que ocurría en Europa la primera guerra mundial. El mundo y la vida y destino de la humanidad se los ofrecía al Señor, mientras con su trabajo como médico también cuidaba y defendía la vida de sus pacientes, y, trabajaba como científico en los laboratorios, investigando como derrotar las enfermedades que abundaban en el país.
Dispón tu vida al Señor y dile, como nuestro beato, “aquí estoy Señor”, haz la prueba y veras que bueno es el Señor. Recuerda que si haces de tu vida una misión el Señor obrará grandes cosas en ti.
“Aquí estoy Señor”
Fuente: Obras Misionales Pontificia OMP. Jornadas de las misiones.