Por Antonio Rentero
“La gente lo despreció y hasta sus amigos lo rechazaron,
era un hombre lleno de dolores, conocedor del sufrimiento.
Todos evitaban mirarlo;
fue despreciado y no pensamos que fuese alguien importante” (Isaías 53,3)
Cuesta asimilar que la risa pueda ser un castigo y no una bendición, pero esa es tan solo una de las múltiples aflicciones que sufre el protagonista de “Joker” (Todd Phillips, 2019).
Su condición mental y su frágil estado psicológico proceden de un cúmulo de causas fisiológicas y traumas infantiles. Su desempeño en la vida es límite tanto en lo laboral como en lo social y el entorno familiar apenas le permite el resquicio de compartir una vida muy modesta con una madre que precisa de su ayuda constante.
La única esperanza que alienta a Arthur Fleck es la de convertirse en comediante, pero incluso ahí no nos parece claro que vaya a tener éxito y no es extraño que el espectador quede abatido casi de inmediato ante entorno y perspectivas de una película que no es en absoluto lo que el público mayoritario puede esperar.
Los últimos años han conocido una revitalización del subgénero (dicho sin ánimo peyorativo sino meramente clasificatorio) de las películas de superhéroes. El pletórico y luminoso MCU (siglas en inglés de Universo Cinematográfico Marvel) con sus múltiples y exitosas entregas de Vengadores, Capitán América, Spider-Man y compañía encuentra un reflejo más oscuro en la transposición al cine de la Distinguida Competencia (habitual modo simpático de referirse a los cómics de la editorial DC), más allá de la trilogía que Christopher Nolan nos ha legado sobre el Hombre Murciélago (“Batman Begins”, “El Caballero Oscuro” y “El Caballero Oscuro: La leyenda renace”, todas ellas dirigidas por Nolan respectivamente en 2005, 2008 y 2012) y los enfrentamientos más recientes entre el paladín de Gotham y Supermán.
La némesis habitual de Batman es el Joker, un personaje cuyo nombre literalmente significa bromista (de hecho en Latinoamérica se le conoce como Guasón) pero cuyo sentido del humor se ha ido tornando progresivamente más macabro. Quizá el punto de no retorno en el cómic estuvo en la novela gráfica publicada en 1988 The killing joke (“La broma asesina”) guionizada por Alan Moore y dibujada por Brian Bolland.
La primera vez que saltó de las viñetas a la imagen en movimiento fue en la serie televisiva sesentera encarnado por César Romero, cuya esencia bufonesca apenas evolucionó con su primera aparición en el cine de la mano de Jack Nicholson en “Batman” (Tim Burton, 1989) pero que alcanzó cotas inéditas con un carácter nihilista y anarquista merced a la soberbia (y póstumamente oscarizada) interpretación de Heath Ledger en la ya mencionada “El Caballero Oscuro. Otra versión cinematográfica sería la de un muy histriónico (y sin embargo adecuado) Jared Leto en “Escuadrón Suicida” (David Ayer, 2016).
Pero el Joker de la película homónima recién estrenada es bien distinto.
El “viaje del héroe” se inicia con alguien que sufre limitaciones mentales que serán el principal obstáculo para su integración social y laboral. Su sueño de convertirse en cómico es casi un imposible y fruto de esa frustración irá brotando una rabia que se desbordará de manera violenta e indiscriminada.
Pero no puede olvidarse un trasfondo exógeno: circunstancias políticas le dejarán sin el asidero de la asistencia social que mínimamente le mantenía bajo un cierto control. Por tanto en “Joker” encontramos incluso una nada disimulada crítica al reaganismo (y por comparación, al trumpismo) y, por encima de todo, al papel de los medios de comunicación como configuradores de qué debe ser gracioso, qué debe ser popular, qué debe ser aceptado y aceptable.
Pero fundamentalmente “Joker” es la historia de un hombre que está solo. Y ya sabemos lo que dice el Génesis (2, 18): “no es bueno que el hombre esté solo”. Desamparado en el círculo familiar, de amistades, social y laboral, sin perspectivas de alcanzar sus sueños (ni, seguramente, capacidad para ello aunque tuviese la oportunidad) la soledad de un hombre enfermo a quien los fallos del sistema de recursos sociales dejan de lado y los medios de comunicación convierten en bufón involuntario sólo parece conducir a un desenlace desesperanzado y [auto]destructivo.
Para el recuerdo una de las frases que destacan en el cuaderno donde Fleck anota materiales para la reflexión propia y para posibles números cómicos: “Lo peor de tener una enfermedad mental es que la gente espera que te comportes como si no la tuvieras”.
Fuente: https://es.aleteia.org/2019/10/08/joker-el-hombre-que-para-su-desgracia-no-podia-dejar-de-reir/