Por Jesús María Aguirre
Si con “Araya”, Margot Benacerraf construyó una memoria visual emblemática de la península y sus salinas en el Oriente, Joaquín Cortés la emuló dejándonos un repertorio sobre los íconos del llano con “El domador” (1978) y “Un bongo remonta el Arauca”(2011), desarrollando una réplica imaginaria de los personajes novelescos de Rómulo Gallegos.
“Como un caminar –declaró en una entrevista al Correo del Orinoco-, nunca he estado apresurado, siempre he hecho las cosas por el deseo de cumplir con un anhelo. Un propósito, pero nunca buscando realmente algo desesperadamente, por eso digo que voy caminando y llegamos hasta acá, más que buscando encontrando”.
Su periplo artístico, iniciado desde su emigración de Barcelona a Caracas durante la guerra española, estuvo marcado por la visión de la película “Llano adentro” (1958) de Elia Marcelli y el descubrimiento de los primeros tanteos cinematográficos de Chalbaud, que le reveló que también era posible hacer cine en Venezuela.
Cabalgando entre el cine y la fotografía si bien no pasó de los formatos cortos, nos dejó un inmenso legado artístico. Premio Nacional de fotografía con numerosas exposiciones nacionales e internacionales, su expresión cinematográfica más lograda fue el docudrama “Caballo salvaje”, que llegó a presentarse en la sección ‘una cierta mirada’ del Festival de Cannes.
Así, encantado por los paisajes llaneros capturados por el filme de Marcelli , se aventuró a recorrer las profundidades de los llanos, descubriendo que la realidad superaba lo que había visto en la película y tratando de ofrecer cada vez una visión superior y más empática de la vida de esa Venezuela profunda en la que se ayuntan cielo y tierra.
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