Scroll Top
Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

JGH, como tú y como yo

Foto Daniel Hernández (@danielimagengrafica)

Por F. Javier Duplá, SJ*

Cuando murió su mamá el niño José Gregorio aún no tenía 8 años. Él iba todas las tardes al cementerio y la veía en lo alto. Ella le enviaba un beso y le decía que siguiera así para que algún día estuviera con ella en el cielo. Mientras sus hermanitos se iban a volar papagayos en las tardes ventosas, José Gregorio se encerraba en la trastienda de la botica de su padre y se pasaba horas enteras de rodillas haciendo oración. Cuando viajó a Caracas con los generales amigos de su padre, él les admiró porque rezaba antes de comer y no se atrevían a usar el lenguaje desenfrenado en su presencia. En el Colegio Villegas daba ejemplo de piedad y aplicación y hay quien asegura que lo vio elevarse en la iglesia de La Pastora mientras hacía oración… La prostituta que él rechazó en París se hizo después religiosa y comenzó a venerarle como santo.

Podríamos seguir así, inventando historias sobre José Gregorio, como muchos biógrafos de santos medievales lo hacían, que afirmaban por ejemplo que sus pequeños biografiados no mamaban los viernes o rescataban objetos caídos al agua con sólo su oración. José Gregorio no fue así, desde luego. Fue un niño despierto y curioso, piadoso y movido, normal para su edad. Le gustaba jugar metras con su cuidadora, la niña Juana Viloria y volar papagayos en los meses de viento. Hacía los recados que le mandaba su padre o la tía María Luisa, que se hizo cargo de los pequeños cuando murió la madre. Mientras estudiaba en el Colegio Villegas en Caracas se enamoró de una adolescente de 13 años, María Gutiérrez Azpurúa, que no le hizo ningún caso. Una habilidad que no se suele comentar de José Gregorio es que sabía bailar muy bien, y cuando regresó de Caracas con su título de médico a los 23 años, varias muchachas se hicieron la ilusión de conquistarlo por medio del baile, entre otras María Reimi, a quien José Gregorio recordó toda la vida. Sabía tocar muy bien el piano y el violín y supo amenizar encuentros y fiestas familiares.

Foto Diego Vallenilla (@dieguisimo)

En resumen, José Gregorio tenía los instintos y sentimientos propios de todo hombre joven, pero los canalizó hacia metas más elevadas para él que el matrimonio. ¿Y por qué no se casó? ¿Pensaba acaso que la vida espiritual de los sacerdotes era más elevada, que no podía ser alcanzada por un laico como él? No consta en sus cartas o en los testimonios de sus contemporáneos que él pensara de esa manera. Simplemente conocía la regla de los cartujos, escrita por san Bruno en el siglo XI, y pensó que se le ajustaba como anillo al dedo. Cuando por razones de salud sólo aguantó nueve meses en la cartuja de Farnetta y tuvo que regresar, todo el mundo se alegró, tanto sus alumnos en la UCV como los enfermos a los que atendía. Y cuando volvió a insistir en estudiar para el sacerdocio, su director espiritual y amigo Monseñor Juan Bautista Castro, le dijo que podía hacer mucho más bien como médico y profesor que como sencillo sacerdote. En eso concordaba su director espiritual con el futuro Concilio Vaticano II y con el Concilio Plenario de Venezuela. En la Constitución dogmática sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II, se expresa la importancia del apostolado de los seglares:

Los laicos están llamados particularmente a hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no puede ser sal de la tierra sino a través de ellos. Así, pues, todo laico, por los mismos dones que le han sido conferidos, se convierte en testigo e instrumento vivo, a la vez, de la misión de la misma Iglesia en la medida del don de Cristo”. (Cons. dogm. De Ecclesia, n. 33)

Eso fue José Gregorio en los ambientes donde los eclesiásticos no podían actuar: Academia de Medicina, presencia médica con enfermos en situaciones difíciles, cátedras de la universidad donde era admirado. Y no fue tanto por medio de la palabra que él hizo apostolado, sino con el ejemplo de su vida, de sus acciones, de su piedad, que llevó a muchos a imitar su ejemplo.

En la “Declaración de virtudes heroicas de José Gregorio Hernández Cisneros” (1986), se puede leer un excelente resumen de cómo fue percibida su actuación durante su vida:

Fue maestro de gran autoridad por su amor a la verdad, por sus vastísimos conocimientos médicos, por su ingenio y su claridad en la exposición, por su gallardía con los alumnos, por su cuidado en preparar las clases, por su puntualidad en su asistencia a clases, por su simplicidad y por su modestia en su vivir, por su coraje en profesar abiertamente su fe en aquel centro en el que se la despreciaba. Varón docto y creyente práctico, demostró que “la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada en una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca en realidad será contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. (Gaudium et Spes, 36)

Pero no le caía bien a todo el mundo, como lo demuestra el caso de Salustio González Rincones, un autor de obras de teatro, que compuso un drama titulado “Sombras”. En esa pieza teatral el autor acusa a José Gregorio de la muerte de Rafael Rangel, su asistente durante cuatro años en el laboratorio de microbiología, que sufrió un cuadro de depresión tan severo que lo llevó a cometer suicidio. José Gregorio lo sintió mucho, porque estimaba grandemente a su ayudante y la indirecta acusación pronto fue olvidada.

Otra habilidad que poseía José Gregorio era la de hacerse su propia ropa. Lo aprendió de la familia donde se hospedaba mientras vivía en Caracas estudiando medicina. Su gran habilidad como sastre se puede ver en la histórica fotografía de 1917 en Nueva York. Llegó incluso a ser criticado por vestir a la moda, crítica que trasluce un pobre concepto de lo que significa ser hombre de Dios. También se dice que fue una penitencia que le impuso su querido confesor, esa de vestirse a la moda, para que pudiera ser criticado y así sufrir humillación. Dios sabe quién está en lo cierto…

He titulado el artículo “José Gregorio Hernández como tú y como yo”. No es rebajarlo a nuestra altura. Al revés: ojalá que todos nosotros nos acercáramos a lo que él significó y sigue significando su vida y su figura para este país, que atraviesa una época tan mala. Estamos llamados a imitarle lo mejor posible, con la modestia, con el trabajo, con la curación de los males, con el ejemplo de una vida laica tan extraordinaria.

Dos, cien, miles que imiten a José Gregorio y Venezuela será otra.

La experiencia de escribir sobre JGH

Escribir sobre José Gregorio es un regalo. Es una honra. Es una esperanza. Es un deber. Es una exigencia. Es un regalo porque me pone en contacto con la persona más interesante y más santa que ha tenido Venezuela. Es una honra para mí que no soy venezolano de nacimiento y me hace querer mucho más a este país. Es una esperanza que lo escrito sobre este gran hombre ayude a mucha gente a mejorar su vida y la de los demás. Es un deber interior, porque nadie me obliga a ello, pero siento que es una manera útil de retribuir lo que debo a los venezolanos. Es una exigencia del momento presente, que necesita mostrar maneras de vivir contrarias a las que quiere imponer la dictadura.

Celebrar, pero no olvidar. Celebrar su beatificación, celebrar las constantes curaciones que sigue dispensando a los que se lo piden con fe, pero cambiar de vida, aunque sea un poquito. Cambiar de vida a mejor, a mayor cercanía, aprecio, cariño, comprensión y ayuda a los demás, aunque sean muy diferentes. Así lo querría José Gregorio. Así lo necesitamos. Así dejará de estar Venezuela en los últimos lugares de generación de vida y en los primeros de éxodo nacional y de violencia. Así te lo pedimos, José Gregorio.


*Escritor. Educador y miembro investigador del Centro de Reflexión para la Educación de la Compañía de Jesús en Venezuela (Cerpe).

Entradas relacionadas

Nuestros Grupos