Scroll Top
Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

JGH a la luz del Evangelio

Foto Mauricio Donelli (@mauriciodonelli)

Por Alfredo Infante, SJ*

Contemplaremos la figura de nuestro Beato a la luz del tríptico que nos presenta el evangelio de Mateo, 25. En este capítulo nos encontramos con tres parábolas que nos sitúan en el final de los tiempos, sin embargo, su pretensión es iluminar nuestro presente. Se trata de las escenas de las jóvenes prudentes e imprudentes; la parábola de los talentos y, por último, la del juicio final. Las proponemos como un tríptico-triada porque, desde una mirada espiritual, estos tres pasajes conforman una unidad que, a modo de cascada, se van concatenando el uno con el otro. En vista que las tres parábolas son una invitación a vivir la existencia cristiana, intentaremos tomarlas como lentes para leer la vida de José Gregorio.

El aceite intransferible (Mt 25, 1-13)

Diez vírgenes toman sus lámparas, se equipan, salen, se mueven, no son indiferentes y, van dispuestas a recibir a alguien importante que viene al encuentro. Las diez viven el presente en actitud de espera del novio, pero, seguidamente, el evangelista nos advierte que de las diez “cinco son prudentes, cinco insensatas” (25, 2). La insensatez es equivalente a falta de juicio, de discernimiento, de no saber leer la situación y el peso de las decisiones personales. En cierto sentido, la necedad es banalización del presente o, dicho de otro modo, despojar al presente de la trascendencia y el peso existencial que tiene. Las insensatas esperan, pero su espera es irresponsable. Y, la sensatez, es, por el contrario, mística de ojos abiertos, sentido de realidad, de discernimiento, sin perder la mirada en el que viene al encuentro, aunque no se ve, porque es de noche, es apertura ya de quien se espera, y, al mismo tiempo, consciencia de que “no soy señor del tiempo”, pero mi tiempo es presente y ese presente tiene peso, es trascendente, aunque a menudo lo perciba ligero, pequeño, adverso, en tensión; la cotidianidad tiene peso y la hora del encuentro definitivo no depende de mí, sino del novio que viene, sin embargo, la medida del encuentro está dada en la densidad con la que asuma el presente. Por eso, la diferencia entre las sensatas y las insensatas está en el “aceite”, que indica que “la hora”: no está en mis manos, pero si es mi responsabilidad, aquí y ahora, disponer todo para discernir la hora; ese cultivo presente, simbolizado en el aceite, es intransferible, de él depende el encuentro.  Por eso, a última hora, cuando se anuncia la venida del novio, las prudentes no pueden transferir aceite, es algo personalísimo, intransferible. Y, finalmente cierra el pasaje con esta exhortación: “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir”.

Nuestro Beato, asumió con responsabilidad su presente, y cuidó con devoción el aceite del encuentro en la cotidianidad, con la claridad meridiana de que él no era señor del día y la hora, pero sí que de él dependía la disposición para la relación intransferible, íntima y profunda con nuestro Señor y por eso, con gran austeridad y disciplina, como un monje en medio del mundo, centró su presente cotidiano en el Señor, haciendo del laboratorio, del aula de clase, de la Academia, del consultorio, de la calle… un lugar de encuentro con Dios y, sobre todo, cultivó con apasionada devoción el encuentro diario con Jesús en la eucaristía y en las obras de misericordia. El día de su muerte, el Señor lo encontró, con la lámpara encendida y rebosante de aceite. Una lámpara que iluminó y sigue iluminando el corazón de los venezolanos expresado en el grito: “el doctor José Gregorio Hernández es nuestro”. Tal era la densidad de su aceite que el día del funeral, el gran novelista Rómulo Gallegos, aseguró: “delante del féretro de José Gregorio Hernández todos sentíamos el deseo de ser buenos”.

Foto Daniel Hernández (@danielimagengráfica)

La fe como móvil del desarrollo personal (Mt 25,14-30)

La segunda parábola es la de los talentos, donde un propietario se va de viaje y reuniendo a tres de sus trabajadores, le encomienda unos talentos a cada uno según sus capacidades: a uno le encomienda cinco, a otro dos y al tercero uno. A su regreso, los dos primeros entregan el doble de lo que su señor le había confiado al partir y el patrón se alegra porque han sido fiel y productivo en lo poco, han trabajado los dones de su señor con confianza y los han hecho rendir. El señor en señal de agradecimiento, le dice: «Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor». El tercero, en cambio, creyendo conocer al señor, siente miedo y, en lugar de hacer producir los talentos, lo entierra en un hoyo. Al regreso, cuando el propietario de los talentos llega, este le devuelve el talento que se le había confiado y que él por miedo había despreciado y enterrado. Esta parábola nos presenta dos paradigmas de relación con Dios: el paradigma de la confianza y el paradigma de la seguridad. Donde hay relación de confianza se genera un dinamismo de crecimiento que lleva al máximo el desarrollo humano de los talentos recibidos, quien confía se arriesga, da de sí, crece y no teme dar cuenta de lo recibido. Por el contrario, el paradigma de la seguridad, se fundamenta en el miedo, no arriesga, busca conservar, y, entonces entierra lo recibido, impidiendo el crecimiento.

Cuando leemos con esta clave la vida de nuestro Beato, descubrimos cómo acogió los talentos que el Señor le regaló con confianza y disposición y los puso a producir al máximo posible: políglota, científico, clínico, educador, académico, músico, sastre, escritor, ciudadano ejemplar, cosmopolita, hombre público, cofundador de la medicina moderna del país, JGH se entregó con amabilidad a los más pobres, y sobre todo, estaba claro quién era para él el eso, no nos queda la menor duda que el Señor le dice por siempre: «Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el señor de los talentos y para qué tenía que ponerlos a producir, no sólo para crecer como excelente ser humano y santo, sino para bien del prójimo. Por gozo de tu señor».

Excelencia humana al servicio de los más pobres

La tercera parábola es la del juicio a las naciones donde la pregunta del Hijo del Hombre es ¿qué hiciste con tu hermano más pobre? Aquí la necedad es de aquellos que no reconocieron la voz del Señor en los pobres y excluidos del mundo, y la sensatez es de aquellos que descubrieron al Hijo del Hombre en el rostro y en la voz de los que sufren, los excluidos, los pobres. Los criterios salvíficos son relacionales y se expresan en la escucha, empatía, amabilidad y solidaridad efectiva con los pobres, con las víctimas del poder del mundo. Y nuestro Beato vivió con radicalidad esta relación de fe: cultivó el aceite del encuentro; desarrolló todos sus talentos, para consolidarse efectivamente con el pobre y el que sufre y, así, se sembró en la memoria como “el médico de los pobres”, dejando por sentado que “Los pobres para mí son lo más importante”. En ellos encontró a nuestro Señor Jesucristo.


*Párroco en «San Alberto Hurtado», La Vega, parte alta. Coordinador del área de DDHH de la Fundación Centro Gumilla.

Entradas relacionadas

Nuestros Grupos