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Jesuitas: místicos en las entrañas del mundo

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Por Alfredo Infante, s.j.

El pasado 31 de julio de 2022, la Compañía de Jesús cerró el Año Ignaciano, camino conmemorativo de la conversión de San Ignacio de Loyola.

El lema central de esta celebración fue “Ver todas las cosas nuevas en Cristo”. Y es que el proceso existencial-espiritual de Ignacio nos introduce en un itinerario de continua conversión, que entraña la certeza de que la vida es un camino abierto en el que “no somos” sino que “vamos siendo” y, por tanto, nuestra mirada y relación sobre nosotros mismos, la naturaleza y los demás van transformándose en la medida que crecemos en confianza y vinculación libre, auténtica y responsable con Dios para, desde ahí, remar mar adentro, hacia las fronteras existenciales, sociales y culturales de este mundo.

A medida que vamos descubriendo nuestra vocación y misión en este mundo, nuestras relaciones con uno mismo, con los demás y la naturaleza se van sabiamente transfigurando, así como también lo va haciendo nuestra mirada, al punto de que el misterio de la fe nos constituye en hombres y mujeres de esperanza, testigos del amor, la justicia, la paz y la reconciliación en un mundo herido, indiferente e indolente, donde la pobreza, la desigualdad y las guerras, asesinan de múltiples formas a gran parte de la humanidad y depredan al planeta.

Esa nueva mirada nos conecta con todas las personas de buena voluntad, creyentes y no creyentes, que apuestan por hacer de nuestra casa común, un hogar donde reine la vida y la fraternidad.

Tanto para Ignacio, como para los jesuitas, esa apertura existencial-espiritual tiene como horizonte el encuentro íntimo con nuestro Señor, quien nos sumerge en las profundidades del mundo para contemplar, discernir y activar, desde dentro y junto a otros, las posibilidades de hacer más humana la humanidad y cuidar responsablemente la Tierra.

“Ver todas las cosas nuevas en Cristo” es signo de que el Espíritu del Señor obra maravillas en nosotros, no sacándonos del mundo, sino introduciéndonos —como a nuestro Señor— en los desiertos inhóspitos de la historia para ser testigos de su reino.

Ignacio es peregrino, no solo porque gran parte de su vida transcurrió como itinerante; es peregrino, sobre todo, porque su vida fue una continua transformación interior. Antes de su conversión fue un hombre dado a las vanidades del mundo, su pasión era ser reconocido por los poderes; sin embargo, a partir de la herida en Pamplona, en su convalecencia, sintió una repugnancia por su vida pasada y decidió desmarcarse de la lógica mundana y buscar a Dios, huyendo de sí mismo y del mundo, transitando una larga lucha “purgativa” que cierra con la experiencia “iluminativa” en el río Cardoner, donde inicia una nueva etapa de su vida y descubre que no se trata de huir, sino, por el contrario, buscar la voluntad de Dios en las entrañas del mundo. Este camino de búsqueda discernido de la voluntad de Dios, le lleva a una “mística de los ojos abiertos” o “experiencia unitiva”, donde la moción central de su vida es “amarte a ti, Señor, en todas las cosas y a todas en ti. En todo amar y servir”.

De ahí que el jesuita sea un hombre apasionado por Jesús y apasionado por el mundo, amando a Jesús en el camino de transformar este mundo, hasta llegar a la experiencia unitiva de contemplar a Dios en todas las cosas y a todas en Él para, así, “ver todas las cosas nuevas en Cristo”.


Fuente:

Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco del 22 al 28 de julio de 2022/ N° 154. Disponible en: mailchi.mp

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