Scroll Top
Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Javier Marías: una vida escrita

Foto 1_javier-marias-y-sus-libros (1)

Por German Briceño Colmenares

No recuerdo exactamente cuándo ocurrió mi primer encuentro con Javier Marías (encuentro con su obra, evidentemente, pues ya hubiera querido poder conocerlo en persona). Presumo que fue por aquellos tiempos lejanos en que, a diferencia de la más bien anárquica dispersión que me aqueja ahora, yo procuraba que mis lecturas fueran ordenadas, enjundiosas, profundas. De manera que frecuentaba con cierta asiduidad los textos de don Julián Marías –el venerable padre de Javier–, uno de los filósofos españoles más agudos y asequibles del siglo XX y quien, junto con su maestro Ortega y Gasset, ha sido de los que mejor ha sabido comprender y explicar la rica y compleja realidad histórica de España (su canónico ensayo sobre la Guerra Civil es insuperable).

Por obra de esas misteriosas conexiones que prodiga el ciberespacio, leyendo a su padre fui a darme de bruces con alguno de los textos del joven Marías, como afectuosamente lo llamaba su mentor y amigo Juan Benet, y a partir de ese momento se estableció entre nosotros una afinidad literaria que dura hasta ahora. Sin embargo, en mi caso, esa afinidad fue bastante parcial y peculiar, y no sé si él estaría muy complacido con lo que voy a decir, pues escasamente he hojeado alguna de sus dieciséis portentosas novelas. Pero eso, aunque no habla bien de mí, sí que habla bien de él y lo convierte en un prodigioso escritor integral.

Javier Marías: una vida escrita
Crédito: El Mundo

El asunto es que Javier Marías, en un alarde de totalidad y maestría, además de esa docena larga de novelas, algunas bastante extensas y complejas, dejó escrita una ingente cantidad de ensayos, crónicas y artículos que se cuentan por miles. La razón por la que yo me decanté por esta otra inmensa faceta de su legado tiene que ver con mi paulatino y amistoso alejamiento de la literatura de ficción, que otro día me comprometo a intentar explicar. Se dice que, y esto también se lo escuché o leí alguna vez al propio Javier, uno termina leyendo aquello que le hubiera gustado escribir, o termina escribiendo –la mayoría de las veces con poco éxito– aquello que le gustaría leer. Así fue que, en las inclasificables crónicas breves y reales de Marías, y de otros maestros del género, terminé encontrando un espejo en el que ver reflejados los torpes emprendimientos literarios que he intentado acometer. No puedo dejar de recordar con una sonrisa la explicación que dio de su temprana vocación literaria, con la que algunos nos sentimos identificados: “Para no padecer a un jefe ni tener que madrugar ni someterme a horarios fijos”.

En esas notas de actualidad –pero no de estricta actualidad como él mismo aclaró alguna vez–, en las que nos regalaba su visión del mundo, se concretaba esa milagrosa e infrecuente fusión entre la literatura y la realidad. O sea, la capacidad de expresar con belleza y criterio el inmenso entramado de la vida humana, lo que les pasa a los seres humanos de carne y hueso, lo que nos pasa a todos. Y a pesar de que, como no podía ser de otra manera en una persona coherente y veraz, esos textos no buscaron nunca adular, edulcorar la realidad o tratar a ciertos personajes con falsa indulgencia, las genuinas demostraciones de consternación y dolor por su pronta e inesperada partida, de parte de personas de todos los ámbitos e ideologías, incluyendo algunas de sus “víctimas” favoritas, hablan no solo del ecuánime tacto con el que procuró tratar a todos, sino de la genuina admiración que genera su obra en todas partes y entre todas las gentes.

Para mí, leer su columna dominical era ya un ritual de riguroso cumplimiento. No salía uno indiferente o sin provecho del encuentro con sus textos. Si tuviera que quedarme con uno solo de sus libros, y me propongo volver a leerlo de inmediato como consuelo, sería sin lugar a dudas Vidas Escritas: difícil ser moderado con este libro delicioso, reseñaba el Washington Post. Se trata, como dijera alguien con feliz expresión, de una suerte de autobiografía acerca de otros. Por sus páginas van desfilando tal y como fueron, en una maravillosa reencarnación que solo la mejor literatura es capaz de obrar, casi todos los héroes literarios de Marías, desde Isak Dinesen hasta Thomas Mann, desde Lampedusa hasta Henry James, pasando por Stevenson, Wilde y Conan Doyle. Tal vez, solo tal vez, logre así mitigar una parte del inmenso vacío que dejarán sus inigualables columnas. Quién sabe, y en eso pongo la fe en mi mala memoria, a lo mejor cuando termine de releerlo, se me haya olvidado que él ya no estará entre nosotros.

Entradas relacionadas

Nuestros Grupos