Revista SIC 798
Septiembre-Octubre 2017
Jamás nos resignaremos. A pesar de que esta revolución que ha degenerado en una “dictadura constituyente” nos ha introducido en una crisis que filtra las mínimas hendijas y poros de nuestra cotidianidad haciéndola insostenible y caótica; pese a que seguimos insistiendo que objetivamente el país se está desmoronando; que la gran obra del socialismo del siglo XXI, si nos atenemos a los resultados, ha sido la privatización del Estado por parte de una élite roja, militarista y totalitaria; que la destrucción nacional del aparato productivo ha generado unas dinámicas mafiosas sin precedentes en la historia de nuestro país; pese a la pérdida del equilibrio de poderes, propio del sistema democrático; pese al deterioro de la convivencia social; la impunidad y la discrecionalidad política en el ejercicio del poder judicial; el retroceso en el acceso a los derechos humanos fundamentales, entre muchas otras cosas cuya lista sería interminable mencionar. Pese a todo esto, creemos que el país no se ha perdido y está lleno de capacidades y posibilidades para emerger de la crisis.
Nos sostiene la esperanza cimentada en la fe en Jesucristo, que se apalanca en las capacidades, posibilidades y memoria que tenemos como sujeto personal, eclesial y social para sobreponernos a tanta adversidad. La esperanza es una virtud teologal, nada ingenua, ni escurridiza. Quienes viven con esperanza parten por reconocer la realidad, no la evaden, ni huyen, sino que se hacen cargo de ella para discernir con fe los caminos de superación, con la certeza de que ningún tiempo oscuro es el fin de la historia, que la historia está siempre abierta y llena de posibilidades humanizadoras.
Por eso, no podemos obviar que hoy estamos atravesando un árido desierto. El economista Asdrúbal Oliveros afirma que estamos ante una inminente hiperinflación, tomando en cuenta que los indicadores de agosto fueron de 35 % y en septiembre de 37 %, siendo el sector alimentación el más impactado con 55 % en agosto y 48 % en septiembre. Los estratos sociales más afectados por este desquiciamiento de la economía son los D y E, donde la inflación es mayor que en los estratos A, B y C.
Dicho de otro modo, son los pobres los que cargan con el mayor peso de esta crisis, destinando el 90 % de sus ingresos a mal comer. Para completar este cuadro, Consultores 21 señala que el 50 % de las familias venezolanas comen menos de tres veces al día; que siete de cada diez conoce a alguien que está pasando hambre y 76 % de la población considera que la economía es su principal problema.
Si no hay rectificación en la política económica, seguiremos este deslizamiento precipitado al barranco porque, según Oliveros, en lo que va de periodo de gestión del presidente Maduro, esta tendencia inflacionaria se proyecta para el cierre de 2017 en 1.438 %, y ya para septiembre de este año superaba el 1.081 por ciento.
Detrás de estos datos escalofriantes, injustos, inhumanos, miserables, hay grupos de poder que se benefician de este estado de cosas, de lo contrario cómo explicar, por ejemplo, que el 81 % de las importaciones de 2017 se ha realizado a tasa DIPRO, es decir, a 10 Bs./USD; mientras la tendencia es que para finales de este año el tipo de cambio paralelo se ubique entre 40.136 Bs./USD y 73.494 Bs./USD.
El control de cambio ha sido un rotundo fracaso y obedece a intereses perversos de quienes trafican con el hambre del pueblo. Tal como lo expresó en su momento Aristóbulo Istúriz, uno de los voceros oficiales del actual régimen, “el control de cambio más que una medida económica es una medida política”, lo que evidencia, sin duda alguna, que se trata de una política para hacer de la corrupción una descarada estrategia de cohesión y permanencia en el poder de espaldas al país.
Ante este panorama trágico no vale la resignación. San Pablo, en la carta a los Romanos 8,24, nos recuerda que “esperanza de lo que se ve ya no es esperanza”, la esperanza no es corto placista, requiere de la paciencia histórica para no sucumbir ni a la resignación desmovilizadora, ni a la actitud acomodaticia de dejarse configurar por el sistema, ni al optimismo fervoroso del “vete ya” que conduce a atajos que llevan a caminos ciegos, tentaciones estas siempre presentes en los momentos de crisis.
Pero la paciencia histórica no es pasividad, es constancia activa, cotidiana, empeñosa, que sintoniza lo cotidiano y pequeño, aparentemente insignificante pero en realidad consistente y trascendente, con el horizonte de país al que apostamos.
El cambio de gobierno es importante para salir de la crisis, pero no basta, ni puede ser de cualquier modo; es necesario valorar todos los esfuerzos que día a día se van dando por detener la fragmentación del tejido social y buscar fortalecerlo creando espacios y pulmones para la construcción alternativa del país que queremos.
También consideramos que todas las oportunidades y espacios que se puedan abrir para cohesionarnos políticamente en el espíritu democrático, tales como el hito histórico de la consulta popular del 16 de julio, y ahora las controversiales elecciones regionales, son necesarias para incidir en una cultura alternativa que haga sostenible cualquier transformación, porque como decía el maestro Simón Rodríguez “no hay república, sin republicanos”.
Sin duda alguna, en medio del desierto que estamos viviendo es evidente que estas tentaciones asechan buscando arrebatar la imaginación y el corazón de muchos venezolanos (1 Pedro 5,8); pero aunque esta situación a todos nos afecta, no a todos nos influye del mismo modo, sin embargo, a una porción importante de la población –que incluye a personas de todos los estratos sociales– la atmósfera mafiosa en la que estamos inmersos, le ha influenciado a tal punto que se ha dejado configurar a su imagen y semejanza participando y reproduciendo las dinámicas relacionales del statu quo y generando un daño antropológico que será difícil de rehabilitar, aunque no imposible.
Pero, también, en medio de esta situación adversa somos testigos de la consistencia interior de una importante mayoría del país en todos los estratos y sectores sociales, que no se ha dejado influenciar por estas dinámicas relacionales perversas y solidariamente se conecta para dar lo mejor de sí por el bien común.
El educador que se entrega con amor al servicio educativo, sabiendo que con el pago de una hora académica no podrá comprar un huevo; las mujeres de una comunidad que se organizan para responder solidariamente al problema del hambre de los niños; equipos directivos que establecen redes educativas para hacer sinergia y responder a los desafíos en medio de esta crisis humanitaria; personas de buena voluntad y empresas responsables socialmente que aportan económicamente a iniciativas sociales y eclesiales de solidaridad con los más necesitados; universidades que solidariamente se alían a los habitantes del barrio; médicos y enfermeras que trabajan en situaciones inseguras y precarias salvando vidas; un alcalde que en su toma de posesión afirma “soy funcionario público transitorio, ciudadano toda la vida” y pone al ciudadano a soñar la ciudad, dando orden que su nombre no aparezca en ninguna obra ejecutada en su mandato; organizaciones de derechos humanos, trabajando en red, convencidas de que los crímenes de DD.HH. no prescriben y que la memoria es un recurso valioso para la verdad, la justicia y la reparación.
Todas estas relaciones salvíficas van configurando un sujeto social consistente capaz de transformar alternativamente nuestro país. El camino es largo pero posible. Jamás nos resignaremos.