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Jacques Le Moyne y el cuerpo dibujado de los indígenas

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Jesús María Aguirre

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El escritor Pablo Montoya en su “Tríptico de la infamia”, novela ganadora del Premio Rómulo Gallegos, nos desarrolla la trayectoria estética del artista Le Moyne en medio de las exploraciones oceánicas del siglo XVI.

De ser discípulo del cosmógrafo Tocsin, bajo cuya tutoría se estrenó como dibujante e ilustrador de mapas, pasa a la pintura de retratos de los aventureros y de sus hazañas, hasta culminar con la representación de los habitantes de América.

En su búsqueda errática de plasmar los seres quiméricos del nuevo mundo según la versión enfebrecida de los primeros exploradores (sirenas, amazonas, edenes y paraísos dorados…), se lanza a descubrir directamente el mundo inexplorado y según los escépticos  fantaseado y proyectado desde los mitos más ancestrales.

Pero su periplo en el marco de una misión de Ribault en el nuevo mundo para favorecer el porvenir de los protestantes, franceses, asediados desde la matanza de San Bartolomé, tuvo un giro imprevisto en sus ideas plásticas.

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Del cuerpo-rostro a la tela de la piel

Le Moyne está obsesionado por descubrir la cultura pictórica de los indígenas. Trata de hacer un acopio de adornos, pinturas, ilustraciones para mostrar sus hallazgos a los habitantes del viejo mundo, ansiosos de decorar sus salones y museos con curiosidades antropológicas.

La pesquisa infructuosa le lleva a focalizar su atención en las pinturas corporales de los indígenas y debate con el pastor L´Habit: “La desnudez, en tanto sea más cabal, decía el pastor L´Habit, define con mayor fuerza el grado de barbarie de estas pobres criaturas. Pero ¿usted de veras cree que están desnudos?, volvía  a preguntar Le Moyne” (Montoya: 51).

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Anticipándose varios siglos a las modas globalizantes del tatuaje y la pintura corporal, Le Moyne interpreta los cuerpos como telas, recubiertas de unas pinceladas precisas y una escritura meticulosa.

La paleta de colores de la naturaleza tropical se plasma en los frescos de la piel viviente. El mismo en un arrojo de empatía con los nativos se hace pintar el cuerpo, tras ser rasurado y embadurnado con manteca. Experimenta, así, la representación de lo incógnito, poniéndose en la piel de los otros. En un salto temporal nos acerca al cine de Greenaway en su “Pillow book” sobre los tatuajes japoneses.

Le Moyne pudo atesorar solamente pigmentos del nuevo mundo y regresar con un bolso de dibujos sobre los paisajes y actividades de los exploradores, pero su mayor hallazgo fue el cambio mental sobre el modo de acercarse al otro, de descifrar al distinto y respetar las representación de las diferencias.

En un texto sobre las relaciones interculturales un antropólogo nos describe el diálogo con un indígena, a quien recrimina la desnudez de su cuerpo. El indígena le riposta por qué ellos llevan el rostro descubierto, y al recibir la respuesta de que “porque es la cara”, el indígena le replica: “para nosotros todo es rostro”.

Nota.- Más sobre Tríptico de la infamia en los enlaces:

http://revistasic.gumilla.org/2015/colombiano-pablo-montoya-recibe-el-premio-romulo-gallegos-2015/

http://revistasic.gumilla.org/2015/el-ilustrador-de-la-leyenda-negra-theodore-de-bry/

http://revistasic.gumilla.org/2015/el-pintor-de-la-matanza-de-santa-bartolome-dubois/

 

 

 

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