Javier Contreras
Cuando Donald Trump retiró a Estados Unidos del pacto que apunta a la reducción y reorientación de la industria nuclear de la nación persa, se abrió un nuevo capítulo de la tensión entre Washington y Europa, implicando también a China y Rusia, contrapesos reales y simbólicos de Estados Unidos en el hemisferio oriental.
Tras el clima de agresividad en el que se desenvolvió la más reciente cumbre del G-7, Alemania, Francia y Reino Unido no ven en Trump a un aliado confiable, por lo que las diferencias en torno al sensible tema nuclear no han hecho más que profundizarse. Con este telón de fondo, y acompañados por Rusia y China, todos firmantes del acuerdo nuclear con Irán en 2015, se adelantaron las gestiones para sostener un encuentro en Viena, Austria, el viernes 6 de julio para intentar mantener a flote la iniciativa común: comprobar que Teherán cumple con lo pactado y recibe la contraprestación previamente establecida.
El gobierno de Hassan Rouhaní insiste en su voluntad de continuar dentro del marco del acuerdo a pesar de la decisión de Estados Unidos, pero no lo hará a cualquier costo y bajo cualquier condición; exige garantías de respeto en diversas áreas, principalmente la comercial. Con el levantamiento de las sanciones económicas a Irán (punto inaceptable para Trump), el país firmó una serie de millonarios convenios con capitales europeos, especialmente en el mercado petrolero y automotriz.
Son estos convenios, el dinero que representan y el impacto en la conformación de alianzas estratégicas, los puntos neurálgicos de los reacomodos en los términos del acuerdo nuclear. Estados Unidos adelanta una estrategia de conflictividad comercial con sus tradicionales aliados, actitud que genera nuevas estrategias de parte de quienes sintiéndose agraviados optan por tomar una dirección contraria, tanto en lo diplomático como en lo económico. Además del compromiso con la desnuclearización, detrás de la reunión del viernes 6 de julio se evidencia la primacía del valor del mercado.
Intentar quebrar económicamente a Irán es un empeño de la Casa Blanca, pero no es exclusiva ni prioritariamente una decisión ideológica, tampoco es una lucha por el establecimiento de condiciones democráticas y de seguridad; es un mensaje claro y directo que Trump envía, por igual, a sus rivales y aliados: la prioridad son los deseos y necesidades de su país, si alguien va a perder no será Estados Unidos.
El resultado de la reunión del 6 de julio en Viena no va a ser concluyente, pero servirá como guía para atisbar lo que ocurrirá a mediano plazo con el acuerdo nuclear iraní y los montos multimillonarios que de él dependen. Dicho de otro modo, la estabilidad de una región, ya suficientemente volátil, está supeditada a los cálculos comerciales de todas las partes involucradas. No es una lucha entre buenos y malos, entre occidente y oriente, entre víctimas y victimarios; es, ante todo, una operación matemática en la que, curiosamente, no siempre dos más dos es cuatro. Vale recordar el caso Irán – Contra, en los no muy lejanos años 1985 y 1986.