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Introspección revolucionaria: A propósito del diario hastío (2013-2015)

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Jesús María Aguirre

Entre tanto texto doctrinario, marxismo adulterado y propaganda chavista, donde se resiente una revolución desgastada en que ya la propaganda sustituye a la reflexión, y las consignas sustraen la subjetividad, vemos con grata sorpresa una obra con vocación literaria y filosófica, no sometida al catecismo oficial.

Este es para mí el caso del segundo volumen DEL DIARIO HASTÍO:2013-2015, firmado por Freddy Ñáñez, quien, soltando las amarras del primero, se aventura por espacios más libres, sin temor de los comisarios políticos o de los inquisidores ideológicos. En otros diez cuadernos, en los que se desgranan 518 breves textos (608-1036), que podemos clasificarlos prevalentemente como aforismos en su acepción literaria*, asistimos a los vilos de un alma, con un cuerpo incorporado a la revolución, pero con un espíritu flotante que escapa a un verbo disecado.

Concuerdo con el autor cuando escribe, citando a Norberto Codina, “que lo infausto de la poesía panfletaria es que no sólo es mala poesía, también es mala política” (719). Parto así de la constatación de que éste es un texto que se sale de lo común, no sometido a la jerga revolucionaria, en que la subjetividad del autor vuela a sus anchas, a pesar de su reclamo de que “la subjetividad liberal es un culto a la castración. La libertad de escoger contra ti lo más conveniente para ti” (685).  Asistimos, entonces, a la expresión de una “subjetividad almada”.

Me permito esta lectura libre, asumiendo la sugerencia del mismo autor de que: “quien se define lector asume una condena. Ya no podrá librarse al más importante de los destinos: pensar por sí mismo las paradojas que se le han revelado a la medida de su alma” (657). Comienzo por decir que me he deleitado con sus reflexiones por su originalidad e instinto provocador; invitan a pensar, a cuestionar las verdades estereotipadas, como diría Nietzsche. Su estilo es ágil y punzante.

Comento solamente aquellos pensamientos sobresalientes que conciernen al sentido de la historia, la función de la escritura y las contradicciones del escritor en el poder.

El autor se ubica en un horizonte en que la voluntad de poder marca el destino de la historia:

“No la razón, sino su manera de imponerse: es todo lo que cuenta en la historia” (649), y la partidización es inherente a la vida: “La tierra no permite ningún tipo de neutralidad, todo lo que vive en ella vive de un modo o de otro. Nacer es una forma de tomar partido”.

Deja en suspense para el lector la cuestión de quién cuenta esa historia definitiva, dada la fugacidad de la misma historia, y la duda de si la partidización es para diferenciarse del otro y/o para suprimirlo por la mera fuerza, o más eufemísticamente por la imposición de la razón de estado.

Todo escritor -excepción hecha de quienes escriben para autoflagelarse- pretende ser leído, convocar a un público selecto o masivo. El autor se protege ante el riesgo de quedar confinado al silencio de la opinión pública o al reciclaje de papel de los numerosos títulos sin lector, que se han editado durante este régimen.

“Hoy fracasar como escritor significa mucho más que no ser leído. Supone que nos hemos librado del periodismo y la autobiografía (únicas fuentes de éxito). Conque no ser nadie para la gran masa de lectores de prensa, en el fondo, es un fracaso digno” (654).

Queda al aire la paradoja de si el cargo en el gobierno no favorece el camino para la edición y divulgación dentro de los aparatos culturales del Estado, incluida la prensa gubernamental de masas, aunque no se escriba por encargo. Su descalificación de Malraux o nuestro poeta Cadenas reflejan bien los derroteros de su canon revolucionario y maniqueo sobre el hombre nuevo.

Por otra parte, el talante autobiográfico y la apuesta creativa enriquecen el texto con una indagatoria sobre la misma escritura en un campo en que la apuesta no es solamente política sino estética. Ni la lírica, ni la poesía, se sostienen en el tiempo con meros ditirambos al caudillo, ni versos genuflexos al poder.

 – “Después de los 33 años los poetas -ya exiliados de la juventud- no tenemos otro remedio: comenzamos a sonar reflexivos. Se le llama estado de madurez. Estupendo eufemismo que nos entrena para aceptar el momento más fúnebre de nuestra carrera: cuando te abandona la ambición de éxito, a la única fuerza que, hasta hoy, te mantuvo en pie” (643).

Su ejercicio literario, en una etapa en que, como confiesa él, escribe reactivamente al asumir responsabilidades exógenas al oficio de escritor, lo acepta como momento de creación y tono de sobretiempo. Pero, como era de esperar saltan las contradicciones en el cargo:

“Después de una acalorada discusión con X -muy adicto a sus relaciones con el poder- amenaza con borrarme del terreno de la revolución. Consciente de que ésta es su práctica habitual, en lugar de preocuparme me lleno de expectativas. Si me borra no es porque puede, sino porque nunca estuve. Con X resolveremos pues el enigma.” (698)

Despido esta breve reseña, que solo pretende ser una invitación a su lectura, con este aforismo esperanzador, que trasciende la barrera de una revolución fracasada y abre un horizonte más iluminador que aquel de Sartre en que define a los otros como infierno:

“Para quienes hemos vivido de la discordia, la amistad sigue siendo una buena razón para no morir”.

*Según el autor: “todos estos minitextos quieren (y pueden) ser un libro de poesía en el más estricto sentido.”

A propósito de los encargos artísticos

“Los encargos artísticos son objeto de inmerecidos desprecios. Los más inmensos espíritus de la música y la pintura -hubo un tiempo- sólo trabajaban a pedido. Si somos escogidos para una encomienda de éstas es por nuestra capacidad de variarlo todo; si aceptamos, es por esa libertad. Quien toma esto por servidumbre simplemente es un inepto” (Del diario hastía, Freddy Ñáñez, 623).

Obvia decir que dichas consideraciones pueden ser valederas como excusas circunstanciales, pero tomadas como criterios para todo tiempo y lugar, que llevan a justificar estéticamente el mural de una masacre indiscriminada o la música marcial para ahogar las voces de las víctimas en un exterminio profilácticamente programado, pueden reclamar una contestación no inepta contra el poder tiránico que encarga.  La ética subordinada a la estética de la legitimación del poder está cubierta de horrores.

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