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Insistencias de la periferia

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unnamedPresentamos a nuestros lectores el discurso que Armando Rojas Guardia pronunció ante la Academia Venezolana de la Lengua con motivo de su incorporación como individuo de número a esta institución. Le precede una breve introducción que piensa el sentido de esta convocatoria de la Academia a “incorporar lo disidente”, y las posibles resonancias que pueda tener esta voz del poeta de las periferias al incorporarse a una institución que “está en las antípodas de su experiencia, su formación, su visión de mundo, su ideología”

Alejandro Sebastiani Verlezza *

A estas alturas muchos deben estar preguntándoselo: ¿qué hace Armando Rojas Guardia incorporado en un sillón –¿el W, para más señas– de la Academia Venezolana de la Lengua? ¿Por qué ha sido convocado? ¿Cuál es el sentido, si lo hay, de su presencia en una institución que está en las antípodas de su experiencia, su formación, su visión de mundo, su ideología? ¿Qué solicitudes, qué demandas tiene para él? Y lo más crucial: ¿qué puede dar, ¿cómo puede responder –y desde qué lugar– a este llamado cuando menos inesperado? Son preguntas que podrían hacerse los lectores de su obra, desde los más fervorosos hasta los más cautos, así como algunos de sus estudiantes, colegas y amigos.

Rojas Guardia es un poeta que hace suyo el ensayo. Bajo esta elección, expresiva y estilística, despliega sus propias experiencias, desde los tonos más confesionales, hasta los más líricos, siempre mediado por la fe cristiana, la teología, la psicología profunda, la espiritualidad y la filosofía de la sospecha. De entrada, es más que claro: Rojas Guardia no es un scholar. Sí puede considerarse un maestro, pero a su manera. Es alguien que se ha ocupado de conocerse a sí mismo y levantar su escritura. Solo así puedo situarme ahora ante su poesía, sus ensayos, sus diarios, sus comentarios sobre la realidad venezolana, sus clases y el largo ejercicio conversacional con sus interlocutores. Lo anterior ha desembocado en una forma –vuelvo, muy su- ya– de asumirse. Ahora bien, su relación con los espacios académicos es intermitente y tangencial. Rojas Guardia ha da- do cursos, seguro, en más de una universidad venezolana y ha hecho estudios de filosofía, sin contar sus largos años de formación jesuítica que interrumpió para asumir su homosexualidad. De tanto en tanto, acude a los seminarios de Manuel Llorens para dar cuenta ante terapeutas en formación sobre cómo ha ido dando con las claves para su reconstitución (peripecia que no puede comprenderse sin la presencia ductora de Clara Kizer, Rafael López-Pedraza, Jean Marc Tauszik, Florencio Quintero).

La obra de Rojas Guardia suele estudiarse desde los más variados ángulos. Los frutos pueden ser insólitos (basta pensar en ese engendro de Jonatan Alzuru: Oscura lucidez). Lejos de las aspiraciones más escolares, ocupa otro lugar en la ciudad letrada venezolana, más discreto, pero no menos rico en descubrimientos. Digo “discreto” porque en medio de las instancias donde el saber sostiene sus pretensiones por asegurarse demasiado sobre sí mismo, Rojas Guardia ha optado por organizar su propia pedagogía de la poesía. Todo lo que él sabe sobre estos asuntos lo muestra en sus talleres, muchos de ellos desde la sala de su casa, en medio de sus libros y sus ceniceros, su tos y el ruido caraqueño de fondo, su jazz y sus papeles, sus cuadros y su personal iconografía (un Cristo flechado, pinturas de amigos, collages). ¿Y no es esta la “institución” educativa por excelencia, aquella donde se forma el carácter, anterior a los pupitres y los seminarios? Desde este lugar de la intimidad, comparte otro saber, más cercano a las porosidades del alma. Lo anterior viene acompañado de cierta atmósfera familiar. Se trata de una experiencia comunitaria que no borra las diferencias, sino que las encausa y las hermana. Sé, entonces, en qué andan los otros, tal vez en algo parecido a lo mío. Salimos del taller, vamos por unas cervezas, recorremos la ciudad, recordamos anécdotas de la sesión. Al día siguiente, o inmediatamente después, llama no Rojas Guardia sino Armando. ¿Leíste el poema de Melba? ¿Qué te pareció, verdad que es muy bueno? ¿Sabes por qué no vino Adalber? La semana que viene llega un integrante nuevo. Si bien algo de esto podía ocurrir con Ernesto Cardenal en la isla nicaragüense de Solentiname, donde estuvo a finales de los setenta, la raíz más profunda pudiera estar muy cerca. Una década después, en la quinta Calicanto de Altamira, Antonia Palacios desplegaba su elegante magisterio y así Rojas Guardia asistió a la aparición de una escritora con la cualidad de conducir vocaciones.

Sería incauto pensar que Rojas Guardia se incorpora a la Academia solamente por la partida prematura de su amigo Carlos Pacheco. Conjeturo que él será un elemento de contraste creador. Tal vez esta institución busca otras expansiones. Si se trata del lugar que “limpia, fija y da esplendor” (¡!), si se trata del lugar donde se vigilan los movimientos de la lengua y si se acepta desde ya que esos movimientos no ocurren solamente dentro de ella misma sino en el tejido más íntimo del país, si se acepta que esos movimientos están permeados por los mismos males que golpean cada uno de sus costados (la manipulación, el insulto, la difamación, la muerte de todo lo vivo en el habla y su vil sustitución en “discurso” lleno de slogans y consignas), entonces, tal vez sea posible y tenga claro sentido la voz de Rojas Guardia en tales ámbitos. Yo no creo, por ejemplo, en la imagen –la voz– del pueblo que orquestan los medios de comunicación y los aparatos de propaganda oficiales (¡cuántos tentáculos!). Conozco mi ciudad, he circulado por sus arterias más profundas –entre el temor y el desparpajo– lo suficiente como para palpar cierta avidez en las personas por obtener materiales para comprender lo que pasa (desde el hombre que vive en la calle hasta el más sencillo parroquiano padece y está traspasado por esa corriente dolorosa, extensiva al país entero). Tal vez, me digo, esa sea una de las tareas que le importe a Rojas Guardia: intentar una comprensión y una conversación más cercana con la realidad más inmediata, precaria y desnuda, allí donde se conjura no solo la poesía sino las duras convulsiones sociales. Y tal vez, por qué no, Rojas Guardia pueda ser uno de los que pueda proponer las primeras palabras para esa conversación franca, contrastante, llena de problemas y paradojas, claro, pero conversación al fin. ¿Será pedir demasiado? Un intento de apertura ante tanta hambre de sentido. No se me ocurre otra cosa: la incorporación de lo disidente.

Rojas Guardia tiene la capacidad de escuchar y mirar el padecimiento que viene de los bordes. Y una de las herramientas para encarar esto la llama así: resistencia de la memoria. Si bien el poeta siempre parece estar hablando solo, al menos desde la modernidad, hay un momento donde parece que conecta y crea territorios comunes, concretos. Y ese sería su intento: una poética más política, más sensible, más encontrada con los otros, mientras ocurre el país de los abusos, sumido en la náusea banal de los caudillajes, donde muchos rebuscan con pena en los basurales –ya mismo– sus migajas de banquete petrolero.

Y esta tentativa no es fácil. No pasa por establecer un programa político. Tampoco implica asumir tal o cual doxa, sea de izquierda o derecha. Tal vez solo se trate de pensar en las resonancias que puede tener una voz y su deseo de expandir –sin banalizar– los potentes alcances de la poesía.

* Poeta y profesor universitario.

Notas

1 Dedicado a Alberto Márquez.

Para leer el discurso completo de Armando Rojas Guardia en su incorporación a la Academia de la lengua venezolana ingresa al siguiente enlace:

http://revistasic.gumilla.org/?p=15342&preview=true

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