Por Noel Álvarez*
Corrupción es quizá el término más repetido en todos los rincones del mundo. También abarca el vicio o el abuso de la lengua para simplificar, encubrir, acomodar o tergiversar la realidad o la propia corrupción, de acuerdo a oscuros intereses que generan actitudes, comportamientos o formas de ver la realidad de los ciudadanos. De ahí que la corrupción de la lengua sea la madre de todas las corrupciones y que, como advirtiera el escritor español Arturo Soria y Espinosa: “en la secuencia temporal primero se produce el robo verbal y luego, el robo en efectivo”.
A la distorsión del lenguaje algunos la llaman inflación palabraria, que “nos hace más daño que la inflación monetaria”, declaró alguna vez el escritor uruguayo Eduardo Galeano, y fue bien enfático al recalcar que deberíamos exigirles a los políticos menos discursos y más hechos. Con este planteamiento pareciera estar dirigiéndose al mundo político contemporáneo.
El universo entero parece estar siendo asediado por enemigos invisibles, los cuales ponen en jaque la salud de la gente, y consecuentemente, su economía; además, le generan incertidumbre a los gobiernos, quienes no encuentran qué atender primero: la economía, la salud o la palabra honestamente utilizada. En su libro Después de Babel, el escritor británico George Steiner habla de la importancia de que, una lengua se mantenga “sana”; de la impronta negativa que la contaminación del lenguaje conlleva a los órdenes, no solamente culturales, sino también políticos de una nación. En esta obra de Steiner, se encuentra un análisis de la asombrosa abundancia de lenguas y dialectos que se hablan en el mundo y del papel central que la traducción desempeña en la comunicación, la difusión del pensamiento y de la cultura y la propia coexistencia de estos.
Para Steiner el componente privado del lenguaje es una función lingüística con la cual es posible relacionar el estudio de la traducción con un estudio del lenguaje. El habla exterior tiene detrás un flujo convergente de conciencia articulada; el hablante se comunica a sí mismo todo lo que deja de decir su discurso manifiesto al otro. La traducción, en este sentido, es una vía de acceso al lenguaje mismo. Es un segmento especial del arco de comunicación que todo acto afectivo describe en el interior de una lengua.
La diversidad lingüística es una de las cuestiones centrales para el estudio de la evolución intelectual y social del hombre. La profusión de lenguas atañe los dilemas filosóficos y lógicos centrales que surgen de la unidad reconocida de las estructuras mentales humanas. Casi todas las civilizaciones cuentan con mitología de la dispersión de lenguas con su versión de Babel. Para Steiner, estas explicaciones pueden clasificarse en dos grandes intentos de dar solución al enigma por medio de la metáfora: o se produjo una liberación accidental del caos o la diversidad de lenguas es un castigo.
Confucio, filósofo chino, señalaba en su momento que “cuando las palabras pierden su significado, el pueblo pierde su libertad. Si el lenguaje es incorrecto, la gente no tendrá donde poner sus manos ni sus pies”. Es a través del lenguaje que se manipula a la gente inculta, y los cultos que avalan la corrupción del lenguaje se mueven por intereses particulares de tipo político, burocráticos o económicos.
Aludir a la corrupción del lenguaje es, por tanto, hablar de un daño profundo a nuestra existencia. El lingüista alemán, Uwe Pörksen, en su obra Palabras plásticas, documentó la forma cómo se impuso sobre el habla nativa la tiranía de un lenguaje modular que nos ha despojado de buenas y sólidas palabras, con las cuales dábamos pleno sentido a nuestras interacciones. Las dictaduras usan términos vacíos que nada significan, pero están llenos de connotaciones que ocupan ahora su lugar en la vida diaria.
En el terreno minado por las palabras plásticas circula ahora la corrupción del lenguaje para disimular el despojo que patrocinan el capital y los gobernantes. Se emplean palabras que aún conservan cierto prestigio, como la ciencia, para esconder bajo su manto una intención atroz. La novela de George Orwell, titulada 1984, por ejemplo, marca un hito sobresaliente en la novela política del siglo XX. A partir de ella se han acuñado términos como “orwelliano” para nombrar a las sociedades u organizaciones que reproducen actitudes totalitarias y represoras.