Cuando el mito del cuadro de Picasso desplaza a los humanos
J García
Es un ejercicio de regresión, pero esta podría haber sido la crónica periodística del bombardeo ocurrido el 26 de abril de 1937 sobre la localidad foral de Gernika y que habría aparecido al día siguiente en un diario como este de Noticias de Gipúzkoa.
Eran las cuatro y media de la tarde y como todos los lunes, día de mercado, Gernika estaba a rebosar, pese a la petición de las autoridades para que la gente se quedara en casa. De hecho, también se habían acercado a la plaza de la villa muchas otras personas de los pueblos vecinos a comprar y vender sus productos. El mercado daba sus últimos coletazos mientras otras personas se preparaban para acudir al frontón, donde estaban programados varios partidos de pelota. Pero, de repente, las campanas de la iglesia de San Juan comenzaron a tañir anunciando el inicio de la lluvia de bombas y metralla, aunque nadie a esa hora imaginaba la magnitud del infierno que iba a venir.
El ruido estremecedor se adueñó de la villa, símbolo de los vascos. Eran tres aviones de la Legión Cóndor. Sí, alemanes; con distintivos de la aviación de Hitler y no de los rojos separatistas como dicen las autoridades franquistas. Ellos fueron los que sembraron el terror en Gernika, como lo hicieron el 31 de marzo en Durango. De hecho, las pocas bombas que no estallaron dan testimonio de su fabricación alemana. No hay duda de su autoría por mucho que el bando franquista quiera maquillar la realidad de lo ocurrido sobre la indefensa Gernika.
Y así, mientras la gente corría despavorida para esconderse en sótanos o en alguno de los refugios construidos por las autoridades municipales, una oleada de bombarderos con explosivos y aviones ligeros se encargaba de destruir todo y a todos los que encontraban en su vista. Las primeras bombas cayeron en los alrededores del puente y la estación de tren, destruyendo las viviendas. El siguiente objetivo de los cazas alemanes fue la iglesia de San Juan.
Tras esa oleada llegaron más y más aviones. A eso de las seis de la tarde fue cuando se produjo el bombardeo más intenso. Los aviones alemanes descargaron bombas explosivas e incendiarias causando una gran destrucción. Mucho humo y cadáveres. Algunas personas, desarmadas, trataron de huir de una muerte segura intentando llegar hasta el cerro de Lumo, en lo que se había convertido sencillamente en una desesperada carrera entre la vida y la muerte a manos de unos pilotos que, una y otra vez sobrevolaban sus cabezas y lanzaban bombas y proyectiles, una tras otra, sin descanso. Las últimas acciones del ataque se produjeron entre las siete menos cuarto y las siete de la tarde, con ametrallamientos tanto en el interior de la población como en los alrededores. Y así, con este triste colofón, se puso fin a más de tres interminables horas de ataque cruel e indiscriminado.
El ataque fue sencillamente devastador. Los bombardeos lanzaron una gran cantidad de bombas medianas, ligeras y miles de proyectiles incendiarios sobre el casco urbano de la villa símbolo del pueblo vasco. Los cazas, entretanto, disparaban a civiles, mujeres y niños incluidos, que pretendían refugiarse para salvar sus vidas. Sin piedad, sin compasión.
Todo en llamas El puente, la estación del tren, cientos de viviendas, la iglesia de San Juan… Cuando acabó el infierno de las bombas y la metralla era casi de noche, pero en Gernika no lo parecía. Todo estaba en llamas, de hecho, la destrucción ha sido tan grande que provocó un humo tan intenso que los últimos bombarderos descargaron las bombas a ciegas. En las calles, cientos, quizá miles de personas, imposible de concretar, yacían muertos mientras muchos otros se encontraban heridos. El olor a quemado que se respiraba en la villa era simplemente insoportable, mientras los bomberos de Bilbao intentaban desesperadamente llegar al centro del infierno, tarea que tampoco era nada fácil, aunque peor fue lo que se encontraron cuando llegaron.
Al cesar las alarmas, aquellos afortunados que lograron sobrevivir al bombardeo, aquellos que tuvieron suerte y encontraron cobijo en los refugios o que lograron escapar a los bosques y caseríos alejados del centro, deambulaban juntos y horrorizados por las calles de una Gernika completamente arrasada, incrédulos ante lo que veían sus ojos, sin comprender aún la magnitud de lo ocurrido durante esa maldita tarde, una magnitud que solo la historia será capaz de reconocer algún día y juzgar el alcance de lo que ha ocurrido este maldito 26 de abril de 1937. Sin embargo, la realidad es que sus vidas, sus viviendas, sus sueños, en definitiva, han quedado sepultados bajo esa oleada de bombas y metrallas.
El roble, a salvo Solo el roble, símbolo de las libertades del pueblo vasco, y la Casa de Juntas se han salvado del desastre. El resto de la villa simplemente ha quedado arrasada, incendiada, a excepción de la fábrica de armas, lo que se suponía debía ser objetivo de cualquier ataque militar. Pero lo que sí ha conseguido la Legión Cóndor es herir el corazón de Euskadi, el santuario que recuerda la libertad y la democracia del pueblo vasco. Gernika, y con ella todos los vascos, llora desconsolada, rota por una tragedia sin precedentes en la historia de la Humanidad.
La villa foral era un objetivo estratégico, militar, pero la forma indiscriminada en que se ha llevado a cabo este bombardeo lo convierte sencillamente en un crimen de guerra. Y es que, si el infierno existe, seguro que Gernika era lo más parecido que uno se pudiera encontrar. Primero unas bombas para alarmar a la población. Luego bombarderos con explosivos, seguidos de bombas incendiarias y, por último, aviones ligeros que ametrallaban a los civiles indefensos que huían para salvar sus vidas. Gernika está asolada, arrasada. Todo es fuego, llanto, terror y, sobre todo, dolor. Qué dolor.
http://www.noticiasdegipuzkoa.com/2017/04/26/politica/infierno-y-masacre-en-gernika