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Incorporación de las mayorías populares

Extracto del horizonte del sector social de los jesuitas en Venezuela

Hay un gran consenso en el país, al menos a nivel declarativo, en cuanto a que Venezuela es inviable si no se acomete, hasta resolverlo básicamente, el problema de la pobreza. Pero en este imaginario ambiental priva la percepción de los pobres como problema político, ya que son fácil presa de los demagogos, o como problema moral, ya que parece denigrante que tantos seres humanos estén viviendo en condiciones infrahumanas. Pero no se ve suficientemente que el problema de la pobreza nunca se resolverá, si no se reconoce efectivamente a los pobres como personas dignas y como sujetos sociales y políticos. Este reconocimiento no se da actualmente. Y a que se dé apunta la constitución, que, caracterizándonos como una sociedad multiétnica y pluricultural, establece como uno de sus objetivos constituirnos en un estado de justicia.

No lo somos porque las culturas dominantes, la criolla tradicional y la occidental mundializada, no reconocen a las culturas subalternas, que son las indígenas, la afroamericana, la campesina y la suburbana. Por eso estamos firmemente convencidos de que el problema principal de nuestra democracia es la incorporación de las mayorías populares que pertenecen a esas cuatro culturas a la condición de ciudadanos adultos con reconocimiento efectivo de sus derechos y deberes, de su especificidad cultural y de sus organizaciones de base.

Este reconocimiento incluye imprescindiblemente la contribución a su desarrollo humano. El pueblo necesita crecer y está consciente de ello. Una parte lo anhela vivamente y se esfuerza en capacitarse por todos los medios a su alcance y a costa de sacrificios desmedidos; otra parte se acostumbró a su condición de cliente y espera resolver la vida por este camino; otros finalmente se sienten completamente sobrepasados en esta nueva época y necesitan de un apoyo prolongado para que conciban la confianza en sí mismos necesaria para ponerse en marcha.

Para decir lo mínimo, no puede funcionar un país en el que no llegue a un treinta por ciento la población activa que posee un empleo productivo. Llevamos más de treinta años de caída en picado. El país no podrá despegar económicamente mientras no crezca sustancialmente la productividad del conjunto. No bastan enclaves de alta productividad, que, por otra parte, ya apenas se dan. Es imprescindible que tengamos la visión de todo el país productivo. Para esto tenemos que tener fe en que la masa del pueblo podrá alcanzar progresivamente cotas elevadas de capacitación competitiva. Esto requiere, ante todo, inversión muy sustancial, cualitativa y sostenida en educación básica. En una situación signada por una abrumadora escasez de recursos, eso significa que todos aceptamos que deberán ser sustraídos de otras áreas. Esta capacidad de sacrificio propio mide el grado de reconocimiento real de nuestro pueblo.

Sólo cuando el pueblo sea plenamente sujeto sin pretendidas tutorías, podrá superarse la distancia actual entre la democracia formal y la democracia real, distancia ferozmente mantenida por las élites económicas y políticas (con el apoyo de los massmedia), que, de hecho, han funcionado hasta ahora como estamentos privilegiados (lo mismo que los militares), impidiendo así que funcione efectivamente la democracia proclamada. Bastantes profesionales y grandes propietarios no son conscientes de que mantienen un estatus de privilegio injusto, porque es un estado de cosas inveterado. En este sentido son víctimas de un estado de cosas asimétrico que deshumaniza a todos y deben ser ayudados a tomar conciencia de esta realidad que mancilla su propia dignidad humana para que su afirmación personal incluya realmente la de los otros. Este problema no es sólo nuestro. Es problema de toda América, incluida USA; pero esto no puede ser para nosotros excusa para no acometerlo con toda decisión.

El camino para superar este estado de cosas incluye múltiples dimensiones, ya que es preciso avanzar tanto en el terreno de reconversión institucional para que esté abierta efectivamente a los pobres, como en de la reactivación económica que incluya la creación masiva de empleo. Pero no puede faltar el trabajo directo con el pueblo, un trabajo en el que es indispensable el método participativo, así como también el involucrar a grupos profesionales en este contacto horizontal basado en el mutuo respeto. Esta colaboración entre gente no popular y el pueblo organizado en el seno del pueblo es imprescindible porque, si bien es cierto que si el pueblo no se convierte en pleno sujeto social de su desarrollo, nadie lo podrá poner a valer, también lo es que el pueblo solo no tiene en sí el dinamismo suficiente para un desarrollo autosostenido. Los múltiples y sostenidos esfuerzos que tiene que hacer toda la sociedad para lograr el desarrollo popular tienen que pasar por la creación masiva de empleos productivos que proporcionen ingresos básicos. Si esto no se logra, no habrá base firme para la ciudadanía popular. Aunque también el desarrollo político del pueblo puede servir de palanca eficaz para promover y sostener esta política.

Sin embargo queremos insistir complementariamente en que esta sinergia entre profesionales y pueblo no es sólo utilitaria ni mira únicamente a la promoción popular. Es una alianza permanente entre ambos, porque no se atiene sólo a metas objetivables sino que es, más aún, una relación histórica realmente simbiótica y mutuamente enriquecedora y humanizadora.

Hay que reconocer, sin embargo, que esta alianza hoy es más difícil que hace, por ejemplo, diez años, porque uno de los aspectos más visibles de la decadencia actual es la proletarización de la clase media asalariada. Alcanza tales dimensiones que, por primera vez en la Venezuela moderna, unos seiscientos mil profesionales han salido del país porque en él no encontraban trabajo para cubrir las necesidades básicas. Y el éxodo es cada día más acelerado. Es tan grave que ya no hay personal para cubrir los servicios básicos de salud y educación y las universidades han tenido que reducir drásticamente los cupos. En estas condiciones de aguda emergencia de la clase profesional se hace mucho más cuesta arriba entablar una alianza con las clases populares porque el problema de la subsistencia roba casi todas las energías.

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