Por Germán Briceño Colmenares*
Si el objetivo más alto de un capitán fuera preservar su barco, lo mantendría en el puerto por siempre.
Tomás de Aquino
Desde hace ya demasiados años, los venezolanos hemos estado divididos sobre muchos temas excepto uno: las cosas no pueden seguir como están. Llegados a este raro punto de consenso, vuelven a partirse las aguas respecto de la ruta para lograr el tan anhelado cambio. Está claro que la solución ideal sería cambiar el régimen autoritario y empobrecedor imperante, y empezar desde cero un nuevo capítulo de libertad y prosperidad. Lo que no está tan claro es que eso sea posible en el corto plazo, y menos claro aún está el hecho de que no haya que procurar mejorar lo que se pueda mientras se persigue el objetivo ideal, habida cuenta de la calamitosa situación que atraviesa el país en todos los órdenes.
De manera que una de las divisiones más acendradas es la que existe entre quienes pretenden cambiar al régimen antes de cambiar cualquier otra cosa y quienes, sin renunciar a un cambio de régimen, quieren intentar ir cambiando lo que se pueda sobre la marcha. En otras palabras, parece haber un desencuentro irreconciliable entre quienes defienden el todo o nada y quienes abogan por intentar hacer algo.
¿Podemos confiar en señales de cambio?
En este difícil entuerto se inserta el nombramiento del nuevo CNE, que nace bajo el signo de la polémica. Hay un hecho objetivo, que es el nombramiento de dos miembros de presuntas credenciales opositoras (aclaro que no hay ironía alguna en esta presunción, pero serán los hechos los que la confirmen o desmientan), que admite sin embargo diversas interpretaciones. La razón de estas interpretaciones discrepantes es muy sencilla: la experiencia indica que el régimen es un experto en promover iniciativas que parecieran auspiciar un cambio aparente, pero que, al escudriñar en los detalles, se quedan muy lejos de concretarse en un cambio real, en buena medida por los obstáculos, zancadillas y cortapisas que les pone el propio gobierno.
El chavismo ha utilizado desde siempre el expediente de ceder puestos o espacios como una estratagema para lograr sus propios fines (aliviar presiones, intentar mejorar su imagen u obtener alguna prebenda o contraprestación), pero lo que nunca ha hecho en realidad es ceder poder. Por eso no puede acusarse de mala fe ni a quienes apoyan ni a quienes manifiestan escepticismo respecto del nuevo CNE, pues una posición parte de la buena fe y la otra de la evidencia fáctica.
Sin negarle a los recién nombrados el beneficio de la duda, algunos seguimos creyendo que el gran objetivo de la conformación del CNE, hasta que se demuestre lo contrario, no es la organización de procesos electorales libres y transparentes que puedan conducir a un cambio real y a una cesión del poder, sino provocar un resquebrajamiento de las coaliciones que se oponen al régimen -tanto a nivel interno como a nivel internacional- y en el camino tratar de vender una apariencia de aggiornamento democrático buscando obtener un alivio de las sanciones impuestas por la comunidad internacional. O dicho de otra manera, no tengo hoy razones para dudar de la buena fe de Roberto Picón y Enrique Márquez, quienes están poniendo en juego su credibilidad y prestigio, pero tengo todas las razones para dudar de las verdaderas intenciones del régimen.
Como en tantas otras instancias en las que un proceso auspicioso se ha visto frustrado por la intransigencia, los obstáculos y el inmovilismo, sólo el tiempo y las acciones concretas y sostenidas en la dirección correcta podrán decirnos si estamos en presencia de un cambio real, o si se trata nuevamente de un espejismo, una ilusión de democracia, otro giro táctico que solo busca satisfacer los propios intereses de fortalecerse para perpetuar el estado de las cosas. No viene a cuento referir aquí episodios pasados que todos tenemos frescos en la memoria, pero la única constante hasta el momento ha sido que el chavismo se ha negado a todas las tentativas que suponían poner en marcha, de forma seria, decidida y formal, un cambio que implique un viraje económico o una cesión real de poder con arreglo a la voluntad popular. De manera que no queda otro baremo para juzgar esta nueva iniciativa que el de los hechos concretos. Serán las obras las que en definitiva hablen por sí mismas.
*Abogado y escritor / [email protected]