Por Alfredo Infante s.j.
Antes de su conversión, Iñigo de Loyola se caracterizó por una gran pasión por los asuntos del mundo. Su talante apasionado lo llevó a una entrega total a los negocios de su tiempo.
En esta primera etapa de su vida, quiere ganar para sí todo lo que el mundo tiene por eximio: riqueza, honor y vanagloria. La búsqueda de la excelencia le lleva a entregarse sin medidas al reconocimiento del mundo.
Así se describe él en la autobiografía «hasta los 26 años de edad fue hombre dado a las vanidades del mundo, y principalmente se deleitaba en ejercicios de armas, con un gran y vano deseo de ganar honra.»
Más tarde, en su proceso de conversión, momento purgativo, sintió gran asco y repugnancia de su vida pasada, y centró sus deseos en imitar a los Santos Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, ejemplos, para él, de radicalidad evangélica.
En este momento purgativo resalta la pasión por Jesucristo desde el paradigma de la imitación, así centra su interés y voluntad en vivir como Cristo, pero de espaldas al mundo, con una gran repugnancia por su vida pasada.
Lo característico de este momento de su proceso existencial-espiritual es la «fuga mundi», es decir, huir del mundo para salvarse en Cristo.
Y, por último, en su experiencia del río Cardoner, en Manresa, momento iluminativo, la Santísima Trinidad le concede la gracia de hacer una síntesis espiritual que le lleva a vivir la pasión por Jesús como pasión por el mundo, y, la pasión por el mundo como pasión por Jesús.
Es la vía iluminativa y carismática que marcará su experiencia de fe encarnada. Jesús no le saca del mundo, por el contrario, le lanza a las profundidades del mismo, para ser «fermento en la masa».
Así, pasa del paradigma voluntarista y ascético de la imitación de Cristo, al paradigma humano y de fe del seguimiento de nuestro Señor Jesús, para lo cual, el discernimiento personal e histórico será fundamental.
Esa síntesis iluminativa configura el carisma de los jesuitas, «contemplativos en la acción», que se traduce hoy, en ser hombres apasionados por Jesús y apasionados por el mundo; lo que el poeta Benjamín González Buelta ha llamado «la mística de los ojos abiertos». AMDG. Feliz día de San Ignacio.