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Ignacio hoy desde la autobiografía (I)

9.1

En el marco de los 500 años de su conversión, Ignacio desde su Autobiografía nos revela distintos episodios que dan luces sobre su proceso de discernimiento. Algunas reflexiones sobre lo que tenemos que discernir y qué ayuda nos presta la experiencia de Ignacio en la realidad hoy es lo que sigue

Pedro Trigo, SJ*

Este año ignaciano tiene que ver con la conversión de Ignacio, que aconteció con motivo de la herida que tuvo con una bala de cañón cuando estaba defendiendo Pamplona de las tropas francesas. La herida le lastimó una rodilla y le destrozó la otra. Ocurrió hace cinco siglos: el 20 de mayo de 1521. Creemos, por tanto, que lo que hagamos en él tiene que estar coloreado por lo que supuso concretamente su conversión y por el camino de discernimiento que la pauta.

Tal como él lo plantea en la Autobiografía este camino tiene dos etapas: la primera va desde Loyola, donde pasó su convalecencia y tuvo lugar su conversión, hasta Jerusalén, donde pensaba quedarse en los lugares donde vivió Jesús, alimentándose de su presencia latente y ayudando a las ánimas; y la segunda comienza en Barcelona al preguntarse qué le pide Dios, ya que no fue su voluntad que se quedara en la tierra de Jesús, como él pensaba hacerlo. Al ir respondiendo, va enrumbando definitivamente su vida.

La primera etapa está centrada en Jesús de Nazaret y de ella brotan los Ejercicios Espirituales, e incluye, más generalmente, “ayudar a las ánimas” para que puedan hacer un proceso equivalente al que él estaba haciendo. Está posibilitada por los dos libros que leyó en su convalecencia: la Vita Christi, de Ludolfo de Sajonia, El Cartujano, traducida por Ambrosio Montesino, y el Flos Santorum de Jacobo de la Vorágine.

En la segunda etapa se plantea estudiar para ayudar mejor a las almas y permanece el objetivo de esta ayuda, aunque se complejifique muchísimo. Precisamente para este objetivo reúne un grupo de compañeros a través de la práctica de los EE y de ellos saldrá la Compañía de Jesús. Como se ve, el nombre expresa el lazo de unión entre ellos, que es Jesús y el objetivo, que es participar de su misión como compañeros suyos.

La celebración tendría, pues, que relanzar lo que de estas vivencias es trascendente. Lo relatado en la Autobiografía es lo que el propio Ignacio juzgó que lo era. Yo también pienso que fundamentalmente lo es.

El Peregrino nos pide no instalarnos

Lo primero que tendríamos que recoger es que para san Ignacio la conversión lo coloca en el estatuto de “peregrino” ya que así se denomina siempre a sí mismo. Es lo mismo que Jesús, que al salir a la misión dejó casa, familia y oficio y vivió en el camino, sin tener dónde reclinar la cabeza (Lc 9,58).

Ahora bien, Jesús vivió en el camino para vivir de relaciones. Lo mismo hizo el peregrino.

Así tenía que ser, si es cierto que las personas divinas son relaciones subsistentes, es decir si lo que subsiste en el Dios de Jesús y por tanto en el Dios cristiano no es la substancia, el monarca divino, el Mandamás, sino las relaciones que diferencian (Padre, Hijo y Espíritu) y mantienen unidos (un solo Dios verdadero).

En el orden establecido lo absoluto es el individuo y en él el saber, tener y poder, y las relaciones no son personalizadoras sino vender, comprar y consumir.

La pregunta es si cada uno de nosotros y cada obra en la que estamos se ha instalado o está fundamentalmente abierto y abierta porque vivimos y vive de relaciones personalizadoras. Esta apertura de base tiene que ver tanto con que nuestra realidad está siempre en proceso, como con que el reinado de Dios, que se expresa en relaciones, no puede vivir de rentas, sino que tiene que realizarse constantemente: se expresa en relaciones actuales. Ser hijo de Dios en el Hijo no es sólo considerarse así uno mismo sino relacionarse siempre con uno mismo, con los demás y, por supuesto, con Dios como hijo en el Hijo.

Esto tiene que discernir cada persona, cada comunidad, cada obra. Si estamos instalados, no seguimos a Jesús: no actuamos como hijos, sino como miembros de ese orden establecido. Este es el sentido, realmente trascendente y ejemplar, de que Ignacio en su Autobiografía se llame a sí mismo el peregrino.

Para la Compañía de Jesús la mayor tentación ha sido y sigue siendo entenderse, de hecho, como de lo mejor del orden establecido. El problema es que esta realidad nunca va a aflorar a nuestra conciencia. Nosotros nos diremos siempre a nosotros mismos que somos compañeros de Jesús, dedicados a la mayor gloria de Dios y al bien de los demás. Ver que se está establecido cuando se está en la dirección dominante de esta figura histórica exige un tremendo discernimiento porque el establecimiento a nivel mundial siempre está en marcha y cada día más vertiginosamente, pero desde un presente deshistorizado que se amplía sin cesar, es decir desde las mismas coordenadas inalaterables: desde el individualismo, desde el tener y poder, desde el mundo equiparado a un mercado. Estar empeñado en alumbrar una alternativa superadora que nos incluya, es decir no como meros agentes sino como implicados es una actitud realmente trascendente que no se puede suponer sin más y que tiene que convalidarse de algún modo.

Lo que tenemos que averiguar es cuáles son nuestras relaciones reales y analizar su contenido. En la manera instalada de vivir, la trascendencia consiste en no ser una medianía sino lo mejor de lo establecido, sin lo que en él está mal y sin contentarse con lo que es poco en el establecimiento. En esta dirección vital a eso queda reducido el magis: aspirar a las mejores cualificaciones y el mayor reconocimiento en base al mayor servicio, dentro de los cánones establecidos.

Este es el motivo por el que habiéndole pedido Nadal y Polanco con tanta insistencia a Ignacio que escribiera cómo lo fue guiando Dios, encareciéndoselo afirmando que eso era nada menos que acabar de fundar la Compañía, cuando vieron el manuscrito no lo publicaron y quedó inédito porque para ellos el “peregrino” no era el jesuita que tenían en mente ni el que ellos querían ser. Ellos tenían en mente a una persona con tremendo prestigio e influencia por representar lo mejor del establecimiento, esforzándose lo más posible para conseguirlo. Por eso Francisco de Borja mandó recoger todos los ejemplares porque la biografía oficial tenía que ser la que escribió Ribadeneira que afirmaba que la Autobiografía era “imperfecta”. Parece increíble esta falta de respeto, pero indica lo establecida que quedó enseguida la imagen del jesuita como una persona importante, que es lo más opuesto a un peregrino.

Se puede luchar contra el orden establecido para hacer otro que consideramos mejor, en el que nosotros tengamos, junto a otros, la voz cantante. Eso no sería no vivir instalados ya que es combatir la presente instalación para instalarnos en otra mejor y en la que tengamos mejor puesto. Ser como el peregrino que fue Ignacio y más todavía Jesús es vivir, insistimos, en las relaciones de seguidores de Jesús y, en su corazón, en la relación de hijos del Padre en el Hijo y de hermanos de todos en el Hermano universal.

Por eso para Ignacio la prueba de que vivía de esas relaciones fue dejar, no sólo las cosas sino las relaciones establecidas, para vivir como hijo y hermano y ejercitar a fondo esas relaciones que acabaron configurándolo. Este fue el sentido, por ejemplo, de ir a Tierra Santa sin nada. Lo hizo así para hacer, en términos zubirianos, “la probación física de Dios”, es decir, vivir de hecho de la fe en él, de la esperanza en él y del amor de él y de la correspondencia a su amor. Así lo expresa: “él deseaba tener tres virtudes: caridad y fe y esperanza; y llevando un compañero, cuando tuviese hambre esperaría ayuda dél; y cuando cayese, que le ayudaría a levantar; y así también se confiara dél y le ternía afición por estos respectos; y que esta confianza y afición y esperanza la quería tener en solo Dios. Y esto, que decía desta manera, lo sentía así en su corazón”.

Este discernimiento a la luz de la Autobiografía me parece lo más radical que nos está pidiendo el Dios de Jesús y el Peregrino al que nos remitimos los jesuitas. Es el discernimiento más radical porque sólo si no vivimos instalados podremos proponer realmente una alternativa superadora y dirigirnos hacia ella. En cualquier otro caso, en definitiva, vivimos del ambiente y por eso podremos desasirnos de él ideológica, pero no realmente. Sólo el peregrino tiene la libertad liberada imprescindible para dirigirse realmente hacia una alternativa superadora. Este es el problema de gran parte de la izquierda que, al haber aceptado la separación entre lo público y lo privado que propone y practica la modernidad y haber confinado lo privado al arbitrio de cada quien, se han atenido meramente a lo público, no han cultivado la propia persona y por eso carecen de consistencia interna y acaban corrompiéndose y pactando.

UNIJES

Nos pide que validemos concretamente nuestro ser compañeros de Jesús 

Lo segundo es si Jesús de Nazaret y su propuesta es nuestro lazo de unión, si somos, en verdad compañeros de Jesús y compañeros unos de otros en el lazo que es Jesús y por tanto compañía de Jesús.

En la leyenda del Gran Inquisidor, que se encuentra en Los hermanos Karamazov de Dostoievsky, aparece resaltada vivamente la tentación en la que ha caído parte de la institución eclesiástica: hacerlo todo sinceramente en el nombre de Jesús, tenerlo siempre en los labios y como santo y seña de nuestras instituciones y obras, pero sin relación real con él o al menos sin que esa relación discipular lleve la voz cantante en nuestra vida y en nuestra institución.

Seguir a Jesús requiere contemplarlo discipularmente en los evangelios y encarnarnos en nuestra situación, entendiendo que la encarnación es lo contradictorio de la instalación porque la encarnación es solidaria y por abajo. Sólo así podremos hacer en nuestra situación lo equivalente de lo que él hizo en la nuestra, que es en lo que consiste el seguimiento. Eso no es lo mismo que tenerlo en los labios y hacer sinceramente en su nombre lo que llevamos a cabo. Éste es el segundo discernimiento.

Puede ser que nuestro lazo de unión sea, de hecho, llevar a cabo conjuntamente obras prestigiosas a las que cada uno contribuye desde sus peculiares cualidades y que están referidas explícitamente a la doctrina de Jesús como declaración de principios. ¿Somos compañeros de Jesús o un cuerpo de élite que está orgulloso de sus éxitos porque son éxitos altruistas y por eso se une para que se den y los ofrece a Jesús y los lleva a cabo en su nombre?

El mínimo de este discernimiento es si dedicamos tiempo diario a la contemplación discipular de los evangelios porque no podemos hacer hoy el equivalente de lo que él hizo, si no tenemos conocimiento interno de lo que hizo y eso no lo podemos saber doctrinariamente sino en la contemplación discipular de los evangelios. Por eso la mayor parte de los EE son contemplaciones de la vida de Jesús y contemplarlas para sacar provecho es lo mismo que decir contemplarlas para hacer en nuestra situación el equivalente de lo que él hizo en la suya.

¿Nos preguntamos habitualmente qué haría Jesús en nuestra situación? ¿Es un planteamiento estructural, sistemático, el planteamiento de quienes se definen como compañeros de Jesús?

Respecto de la vivencia personal creo que bastantes pueden decir con toda sinceridad que son compañeros de Jesús, pero no creo que se pueda decir que él es el que concretamente nos medie. Existe un falso pudor para hablar entre nosotros de Jesús de Nazaret. No tanto para hablar de él con nuestros colaboradores. Creo que este aspecto de la comunicación interpersonal y comunitaria tiene que ser revisado.

*Teólogo. Investigador de la Fundación Centro Gumilla. Miembro del Consejo de redacción de la Revista SIC.

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